Nuevo capítulo en la pugna permanente entre ERC y Junts por hacerse con el usufructo de la grey procesista: Oriol Junqueras le dice a Laura Borràs que no tiene derecho a acogerse a la amnistía que Pedro Sánchez se ha sacado de la manga para pillar esos votos del lazismo tan necesarios para conservar su querido sillón porque lo suyo no es un caso de lawfare (versión independentista del timo de la estampita), sino una mera muestra del choriceo más convencional, el de toda la vida, que nada tiene que ver con esas cuestiones patrióticas a las que ella se agarra a ver si cuela.

El beato Junqueras tiene toda la razón del mundo y, además, cuenta con una ventaja sobre su archienemigo Carles Puigdemont (a quien va dirigida la bofetada que recibe la Geganta del Pi): los sujetos más turbios del separatismo los colecciona Cocomocho, mientras que, salvo alguna posible situación aislada (¿Marta Rovira y su presunta participación en el tsunami de marras?), brillan por su ausencia en las filas republicanas.

Fijémonos bien y veremos, como sin duda ha visto el beato, que los mangantes más turbios son de Junts: el siniestro Josep Lluís Alay y sus tejemanejes con los rusos, el exconsejero Buch y su guardaespaldas para Puchi pagado con dinero público, Gonzalo Boye y su entrañable relación con el narcotraficante gallego Sito Miñanco, Laura Borràs y los favores otorgados a su amigo del alma Isaías Herrero cuando la gigantona estaba al frente de la Institució de les Lletres Catalanes…

En el partido de Puigdemont, amigos, no hay pan para tanto chorizo; el beato Junqueras se ha percatado de la cuestión y, lógicamente, la utiliza en su propio beneficio.

Y, mientras tanto, ¿qué hacen los mangantes y su jefe de filas? Pues la giganta (la del pino, no la de Baudelaire) se jacta de haber exportado el prusés a toda España, convirtiéndola en un sindiós gracias a sus negociaciones con el club de fans de Pedro Sánchez, antes conocido como Partido Obrero Socialista Español.

Y Cocomocho, por su parte, apunta la posibilidad de castigar a las empresas que abandonaron Cataluña por su culpa (y que, entre julio del 2017 y julio del 2023, alcanzaron la bonita suma de 7.743). Pretende el hombre negarles ayudas, subvenciones y cualquier clase de favores si no vuelven a la comunidad autónoma de la que él mismo las echó (por mucho que insista en cargarles el muerto al rey Felipe VI o a los poderes fácticos de la capital del reino).

Durante mucho tiempo, el lazismo se estuvo quejando de que, en su relación con la Cataluña catalana, España prefería la imposición a la seducción, como si aquí todos fuésemos jovencitas casaderas (en la misma línea de, digamos, pensamiento, los lazis solían comparar a su Cataluña del alma con una mujer maltratada por su marido, o sea, España).

La seducción, en cualquier caso, no parece funcionar en dos direcciones para el Hombre del Maletero, quien tal vez debería recurrir a ella tras haber puesto en fuga a cerca de 8.000 empresas tras su paso por la Generalitat.

En vez de dorarles la píldora, pedir disculpas y jurar que no se va a repetir la broma de mal gusto, el hombre opta por el chorreo y el castigo y por ponerse flamenco (ya se sabe, después de tanto tiempo en Flandes…), con lo que lo único que va a conseguir es que no vuelva jamás a Cataluña ninguna de esas compañías que se dieron el piro por sus chorradas soberanistas.

No contento con eso, Cocomocho se agarra al tocomocho del lawfare para intentar salvarles el pellejo a sus más fieles secuaces, que son, casualmente, una pandilla de chorizos de muy baja estofa. Eso sí, como el hombre no es tonto del todo, ha apoyado la investidura de Sánchez situándose en primera fila para la amnistía mientras deja para más adelante, como el anhelado referéndum, el destino judicial de esa pandilla basura que componen Alay, Buch, Boye y Borràs y a la que son incapaces de defender hasta los más entusiastas partidarios de la independencia del terruño: de ahí la postura del beato ante la giganta, que puede resumirse en la famosa frase de Héctor Lavoe “No te vistas, que no vas”.