En un Telenotícies se les ocurrió decir que la mayor fábrica de baterías de España podía acabar cerca de Martorell y el convergente Francesc de Dalmases se indignó de tal manera  --para él, Cataluña no está en España-- que no tuvo más remedio que arrojarse de cabeza a Twitter para manifestar su indignación y acusar a TV3 de "hispanocentrismo" y de practicar un "mal periodismo", impropio, según él, de una televisión pública (pasaré por alto su error de apreciación al considerar que eso es una televisión pública). Hay que reconocer que Dalmases está al quite, ya que en TV3 la palabra España no se emplea prácticamente nunca --siempre se refieren, como todos sabemos, al Estado Español--y para una vez que se despistan y la cuelan en una información, les pilla el novio de la Geganta del Pi, que no debe tener mucho más que hacer que dedicarse a estas actividades quejicas en la línea de las del descacharrante Santiago Espot, soplón oficial del régimen.

Para los nacionalistas, todos los países tienen un nombre, menos España, que, a lo sumo, es el estado español, no una nación de verdad, sino una cárcel para los miles de naciones y nacioncitas que ocupa, expolia y sojuzga, motivos más que suficientes para odiarla, sobre todo si ese odio ayuda a avanzar en las estructuras del régimen. La conversión súbita a la catalanidad más radical puede ayudar a prosperar en la vida. Tal vez no al señor Dalmases, que es de aquí y con sobreactuar un poco va que chuta, pero sí a los trepadores sociales venidos de allende los mares que están dispuestos a dejar de ser quienes son para abrirse camino en el paisito de adopción. Albano Dante Fachín ya no está solo en esa aventura, pues se acaba de conocer a una convergente peruana que parece haber entendido muy bien lo que hay que hacer en la Cataluña catalana para medrar. La interfecta atiende por Rosario Palomino y se define como “una catalana nacida en Perú”, ignorando la evidencia de que solo los de Bilbao pueden nacer donde quieran. Su salto a la fama --donde no creo que dure mucho-- se ha producido --¿dónde, si no?-- a través de Twitter, donde ha narrado su conversación con una empleada del CAP al que había llamado pidiendo hora. Parece que la botiflera del CAP en cuestión tuvo el descaro, al repasar los datos de su DNI, de preguntarle si éste acababa con la E de España. La señora Palomino repuso que no, que lo hacía con la E de Edimburgo. Tras semejante acto de empoderamiento patriótico, afirmó sentirse tremendamente liberada y urgió a sus seguidores a hacer lo mismo.

Como en el lazismo abundan los desocupados --véanse los cortes de la Meridiana, sin ir más lejos--, el mensaje de la catalana nacida en Perú obtuvo más de 3000 likes y generó todo tipo de comentarios. Para la letra E hubo quienes propusieron relacionarla con Escocia, Estocolmo, Euskadi o la Estelada. Ya para nota, algún visionario propuso sustituir la expresión “M de Madrid” por la de “M de Mallorca”. Y supongo que, mientras regalaban al ciber espacio estas perlas de sabiduría, su nivel de empoderamiento iba creciendo de manera exponencial.

La vía Fachín es, evidentemente, de las más miserables que se pueden elegir para intentar llegar a alguna parte. Aparte de que igual no lo consigues --el mismo Fachín suele estar más tieso que la mojama--, implica renunciar a ser quien eres, cosa especialmente difícil en el caso de la señora Palomino, cuyos rasgos indígenas van contra la verosimilitud de su catalanidad (y esto no es racismo, sino una evidencia, ya que uno siempre ha estado a favor del mestizaje y el buen rollito). Personalmente, me cuesta entender este tipo de actitud, pero si algunos se apuntan a ella es porque hay a quien le ha salido redonda la jugada (pensemos en Pablo Echenique o en Gerardo Pisarello). Si al peronista de Tucumán le ha caído un escaño en el Congreso de los Diputados, puede elucubrar la señora Palomino, ¿por qué a mí no me puede tocar una consejería en el gobiernillo del paisito que he hecho mío porque en el que nací no hay nada que rascar?

En la Cataluña lazi, hasta en la mezquindad y el odio hay clases. Lo practican los señoritos locales como Francesc de Dalmases y las emigrantes trepillas como Rosario Palomino. El odio a España se democratiza con fines de escalada social y está al alcance de cualquier sujeto mezquino con ganas de medrar. Puede que ese odio sea lo único que se reparte equitativamente en nuestra cada día más triste, decadente y ridícula nación sin estado.

 

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