Ada Colau empezó muy bien la semana y la acabó de manera, digamos, discutible, con uno de esos gestos para contentar a la muchachada independentista a los que tan acostumbrados nos tiene. La idea de crear un servicio de atención odontológica para los que no pueden satisfacer las usualmente abultadas facturas de los dentistas me pareció lo mejor que se le había ocurrido en años. Yo a mi dentista le tengo aprecio y le considero un chaval estupendo -le debí dinero durante más de un año y nunca se quejó, ¡gracias, Carlos!-, pero el suyo es un gremio que siempre ha gozado de extraños privilegios económicos -todo lo que vaya más allá de una limpieza, una caries o una extracción suele causarte un daño considerable en la cartera- y, según me contaba mi hermano médico, no atienden gratis ni a sus colegas. En ese sentido, la idea de contribuir a la salud dental de los pobretones me parece una de las pocas iniciativas sociales útiles emprendidas por nuestra alcaldesa, da igual si se le ocurrió a ella o a su marido y mestre titellaire en la sombra, Adrià Alemany.

Pero como Ada no es independentista, pero se comporta como si lo fuera, se marcó luego una visita a Lledoners para visitar a los héroes de la república allí encerrados. Estaba en su derecho, sí, pero no a decir que la inmensa mayoría de los barceloneses está en contra de su prisión preventiva. Algunos, entre los que me cuento, estamos a favor de esa prisión preventiva porque ha habido fugas de notorios conspiradores, empezando por la del principal responsable de la charlotada, y porque creemos que no te puedes pasar por el arco de triunfo el estatuto de autonomía y la constitución y esperar que no te ocurra ninguna desgracia. A la hora de elegir una parroquia entre indepes y no indepes, Ada siempre acaba tomando partido por los primeros, sobre todo ahora que se acercan elecciones y ya se ve gobernando al alimón con el Tete Maragall si da los pasos adecuados. Siempre he pensado que pierde el tiempo, ya que los indepes la detestan, puede que no tanto como a Manuel Valls -en torno al cual se ha montado una auténtica conjura de los necios-, pero bastante.

Y mira que la pobre se esmera por caerles bien. Lo ha demostrado proponiendo un debate en el trullo porque el PDeCat presenta como alcaldable a Joaquim Forn. Ni se le ha pasado por la cabeza decir que no es de recibo presentar a la alcaldía de Barcelona a un galeote de presidio, que es algo que se le ocurre a cualquiera, poniéndose al mismo nivel de delirio que esos pelmazos nacionalistas que, periódicamente, nos salen con la investidura de Puigdemont, como si fuese lo más normal del mundo que un fugitivo de la justicia presida una comunidad autónoma. Mientras lo de la atención dental es una iniciativa socialmente progresista, lo del debate entre rejas es una mera jugada electoral destinada a que los indepes la quieran más y le perdonen sus ramalazos españolistas. Ya sabemos que, como la actriz que es, Ada se debe a su público, pero a veces da la impresión de no saber cuál es exactamente ese público.

Mientras tanto, como Puchi, se va alejando de la realidad: echarle la culpa del deterioro de Barcelona al alarmismo de Manuel Valls y a los perniciosos efectos del 155, excluyendo cualquier asomo de autocrítica, es de una desfachatez intolerable.