Uno, que se ha convertido en un periodista viejo sin llegar a cumplir los 46, no termina de dar crédito a la proclamación (indirecta) de la candidatura de Su Peronísima. Debe ser por lo que hace décadas aprendió en una desvencijada redacción de periódico: "Hasta que no lo oigas de su boca, ponlo en duda. E incluso aunque lo proclame, también. En periodismo no cuentan las palabras. Sólo son relevantes los hechos". Susana Díaz ha hecho saber, al modo de los antiguos monarcas, mediante un mensaje de sus pregoneros, que el 26 de marzo, día del mártir Ammonio y del anacoreta Basilio, desvelará el secreto que todos sabemos. En las redes sociales circulan incluso invitaciones, pero Ella sólo lo confiesa a las madres de los colegios.

Hasta que se convierta en factual, de la candidatura de la Querida Presidenta sólo podemos hacer cábalas. Y siempre con prudencia. Los indicios parecen señalar que la hoja de ruta inicial de la batalla ha saltado por los aires. Díaz, decidida a agotar los plazos, se ha rendido finalmente ante la evidencia: va tarde. En vez de seguir simulando ser la candidata de los militantes anónimos, cosa que intentó en su mitin en Madrid con los alcaldes de su cuerda, ahora apuesta su suerte a un respaldo masivo y en bloque de todos los históricos del PSOE. Ninguno de ambos factores transmiten, pese a las apariencias, excesiva fortaleza. Más bien son síntomas de debilidad disfrazados de eso que su sanedrín llama "músculo". Sus heraldos a sueldo, tendentes a la adoración mariana, incluyen en este pack de apoyos los de González y Rubalcaba, sin olvidarse nunca de Zapatero. Faltan la virgen y el niño del portal para que todos cantemos la llegada de la Navidad en plena primavera.

La incertidumbre es total. Así que el único recurso de los susánidas para atenuarla pasa por inflar los censos de militantes para diluir los hipotéticos votos de rechazo

Ni Dios ni Fouché han apoyado a Díaz. Hasta ahora, evitaron hacerlo. Quizás seguirán así hasta el último instante, cuando sancionen, con el dedo de los césares, el resultado que salga del circo máximo de las primarias. Díaz va a tener que enfrentarse sola con su espejo. La experiencia histórica indica que no disputa batallas a campo abierto sin contar con avales suficientes. En su época de dirigente en el PSOE de Sevilla, los guardaba en un armario con llave. Si ahora da el paso es porque --se supone-- las cuentas le salen con holgura. Aunque también pudiera ocurrir lo contrario: en el congreso federal de Sevilla en el que apoyó a Chacón frente a Rubalcaba, rompiendo en dos a su propia agrupación, también perjuraba que los números anunciaban su triunfo. El resultado del cónclave demostró lo contrario.

¿Cómo ha hecho las cuentas? Mediante una proyección de la orientación de los militantes confiada a los jefes de escuadra del partido en Andalucía. Díaz sabe que la batalla la va a ganar o a perder en la República Indígena. Necesita el respaldo de buena parte de los 45.655 militantes del PSOE meridional para coronarse emperatriz. En caso contrario, se estrella. Una victoria a la búlgara se antoja difícil: en los peores momentos, con Griñán y Chaves en plena guerra civil, los críticos sumaban el 30% de la organización. Esta minoría puede crecer por dos motivos evidentes: el golpe de Estado de octubre y la investidura de Rajoy con los votos socialistas. Díaz confiaba en la desmemoria de los afiliados, algo imposible cuando muchos militantes del sur reciben todos los días en la escalera de su propia casa los reproches de sus vecinos porque los suyos al final "votaron a la derecha".

El temporal no cesa. Gana fuerza. Los secretarios locales, a quienes Díaz ha encargado la campaña de persuasión, no pueden controlar esta marea con seguridad, con independencia de lo que estén reportando a San Telmo. La incertidumbre es total. Así que el único recurso de los susánidas para atenuarla pasa por inflar los censos de militantes para diluir los hipotéticos votos de rechazo. ¿Y quién maneja los censos? La Gestora. En Andalucía, en concreto, el aparato marcial de Su Peronísima. Sería deseable, en favor de la transparencia del proceso, que la dirección federal hiciera públicos las listas de militantes existentes cuando tomaron el mando y los actuales. En caso contrario nada impide que pase lo que hace años ocurría en las juventudes socialistas meridionales, donde Díaz inició su carrera: el día de las votaciones, de pronto, aparecían desconocidos militantes que apoyaban a la dirección en las urnas y, acto seguido, se esfumaban. En Andalucía los votos sugeridos son una constante desde los tiempos del caciquismo decimonónico. Las caras cambian, los vicios permanecen.