Hace cinco días, Sánchez, El Insomne, proclamaba: “Hay Gobierno para rato”. Su augurio ha durado menos de una semana (con sus días y sus noches). Que la legislatura pueda continuar, aunque sea para un periodo máximo de dos años escasos, que es la previsión general desde la tormentosa investidura, está en cuestión. Dependerá de los resultados de las elecciones vascas (21 de abril) y catalanas (12 de mayo), que suponen, a efectos del tablero político nacional, dos auténticos terremotos para una mayoría parlamentaria artificial que necesita mantener una misma constelación planetaria fija todo el tiempo. 

En Euskadi, donde la gran incógnita es si el PNV podrá retener el poder –con el apoyo del PSOE– o se verá superado por EH Bildu, lo previsible es que los socialistas ocupen una posición clave, pero secundaria. Sea cual sea la fórmula final –Moncloa se viene apoyando en ambos bastones desde hace tiempo–, sólo un milagro podrá impedir que el fantasma de los últimos comicios gallegos –un PP triunfante, un PSOE barrido por los nacionalismos– vuelva a tomar cuerpo terrestre. Hagan lo que hagan los socialistas en Vitoria, habrá daños colaterales sobre la mayoría parlamentaria en el Congreso. Más agonía. 

Lo que suceda en Cataluña, en cambio, tiene un potencial nuclear aún mayor, toda vez que puede intensificar la debilidad de Sánchez y de su Gobierno, que lleva desde su constitución peleando contra todos los elementos atmosféricos –la ley, los jueces, el sentido común, el interés general y la indignidad de la corrupción– para intentar perdurar, en contra de un mandato popular que, por insuficiente, es hostil desde el comienzo mismo del periodo de sesiones. La guerra electoral en Cataluña va a ser un auténtico quinario para los socialistas y probablemente un vía crucis penitencial para el PSC. Illa dice que su partido está preparado ante el envite de Aragonès. No ha explicado, sin embargo, para qué. El adelanto electoral puede saldarse, en su caso, por decirlo en términos taurinos, con una oreja o un pasaporte a la enfermería. 

De entrada, caben varios escenarios. El primero, que supondría la reactivación (sin antídoto) del procés, proyecta la distopía de un Puigdemont otra vez coronado y al frente del Govern. Supondría, tras la humillación de la amnistía, el reverso inesperado de la farsa: un prófugo, (auto)amnistiado y con evidente voluntad de revancha, de nuevo al frente de la Generalitat. ¿Es posible? Diríamos que, en función de la tramitación de la ley de amnistía y la respuesta de los tribunales, puede ser una situación factible. El independentismo pata negra, los irreductibles, verían así satisfechas sus aspiraciones de recuperar el poder en Cataluña, solos o en compañía de otros (ya se vería quiénes). Para Moncloa este escenario es letal: si con siete diputados Puigdemont ha conseguido –hasta ahora– condicionar a todo el poder legislativo en su exclusivo beneficio, obligar al PSOE a asumir su relato sobre la (falsa) represión estatal y hasta el delirio del lawfare, ¿qué no pediría el Napoleón de Waterloo en caso de un regreso al Parlament o a Sant Jaume? 

La autodeterminación o un referéndum parecen ya poca cosa. Para los cráneos privilegiados de Junts, la independencia dejaría un ideal para volver a parecer un logro verosímil. No les falta razón: no es lo mismo hacer que el PSOE se arrodille ante sus siete diputados que obligarles a rendirse desde la Generalitat. ERC, confiada en que el tiempo le favorece, ha activado la cuenta atrás del calendario electoral para atenuar una previsible debacle. Si Puigdemont no entrase dentro de la ecuación electoral –Junts puede ir con Nogueras como cabeza de lista–, su retroceso quizás sea menos intenso, pero se antoja muy difícil de evitar. Sobre todo después de haber quedado ante las milicias de independentismo hard como una banda de botiflers. 

El tercer escenario, que se deriva de los dos anteriores, es el incierto futuro que le espera al PSC, único sostén (en clave interna) de Sánchez dentro del PSOE. Los socialistas obtuvieron excelentes resultados en las últimas generales gracias al trasvase de votos desde las filas del soberanismo. A más PSC, menos independentismo y viceversa. Esta lógica, tras la investidura y la amnistía, ha dejado de regir. Si los socialistas perdieran muchos votos en Cataluña, lo que dejaría a la estructura orgánica que todavía domina Sánchez casi sin sustento territorial, que no es un escenario improbable, la sensación de ocaso de las elecciones gallegas se multiplicará. Un hipotético acuerdo con ERC para compartir el Govern –la reedición del famoso tripartito, con los comunes como tercera pata– sería acaso un salvavidas para el PSC, pero para Sánchez puede ser otra puntilla en la cruz. Si en Barcelona apuesta en contra de los intereses de Junts, la legislatura en Madrid estaría muerta sin remedio. 

El Gobierno, que durante todo el día de ayer se empleó a fondo para activar la máquina de fango (el caso Ayuso) y neutralizar (en vano) la negrura del affaire Koldo, renunció a última hora a negociar los presupuestos. Mientras Sor Yolanda del Ferrol sigue habitando en su particular galaxia piruleta, El Insomne ha vuelto a perder el sueño. Esta vez de verdad. Está igual que Jesús de Nazaret la noche del huerto de Getsemaní. Próxima parada: el Gólgota.