Convertir la concesión de los indultos en una traición a la democracia constitucional, en nada menos que en un “cambio de régimen”, como afirma Pablo Casado, es un disparate tan grande que desliza al PP hacia un terreno muy peligroso desde un punto de vista democrático. Pero también es cierto que defenderlos como un acto que por si solo logrará que el independentismo, o como mínimo una parte de él, apueste por la convivencia, como se vende desde el Gobierno, es no entender que la medida de gracia, sin una estrategia global, tiene poco recorrido. La mayor ventaja para Pedro Sánchez es que a la que pasen unas pocas semanas, la actualidad política volverá a otros temas. Principalmente, el foco se situará de nuevo sobre la cuestión económica y en las desigualdades, en las reformas estructurales comprometidas con Bruselas, como la reforma de las pensiones, que exigirían de unos nuevos Pactos de la Moncloa, que por desgracia no se harán, lo que prueba que desde hace décadas no se hace política con mayúsculas en España, ni frente al secesionismo ni en medio de una pandemia ni ante ninguna otra circunstancia. Y así es muy difícil luchar contra las fuerzas disgregadoras y populistas. O es hacerlo con las manos atadas y a la pata coja.
Pese a todo, la tensión secesionista va a desaparecer de la conversación general, porque el Govern de Pere Aragonès, aunque insistirá dentro de la mesa de diálogo en la amnistía y la autodeterminación, no va a cometer en los próximos dos años ninguna ilegalidad, por las mismas razones que no ha habido ninguna desobediencia grave desde octubre 2017, más allá de la pancarta idiota de Quim Torra que le acarreó su inhabilitación. El independentismo se encuentra sin fuerzas y, por mucho que algunos chillen en la calle, carece de estrategia desde que la magia de la unilateralidad desapareció tras la fake DUI y la huida del Govern Puigdemont. Con ello no creo ser ingenuo porque la labor de zapa contra el Estado va a proseguir, dentro y fuera de España, aprovechando cualquier circunstancia, como anteayer se vio en el Consejo de Europa, y también porque la Generalitat va a seguir burlándose de las sentencias judiciales en cuanto a la neutralidad de las instituciones o sobre el uso del castellano como lengua vehicular en la enseñanza.
Ahora bien, los indultos no van a estropear nada y, en cambio, son un pequeño movimiento en el tablero potencialmente favorable a los intereses del constitucionalismo en Cataluña. Abren una ventana, aunque igual ni entra demasiado aire fresco ni ofrecen otra vista que un nuevo muro. Polemizar sobre el perdón hacia los condenados por el procés carece de sentido al margen de la estrategia general ante un conflicto que no va a resolverse a corto plazo. Y mi mayor duda ahora mismo, es que justamente dicha estrategia no existe, no la tiene definida Pedro Sánchez (en el Liceu no nos explicó nada nuevo), como tampoco la tuvo nunca, ni por asomo, Mariano Rajoy. El Gobierno ha concedido los indultos porque es una carta que tenía fecha de caducidad, ya que una vez los presos estuvieran en tercer grado perdía todo el sentido y porque el Ejecutivo hace así un gesto, en realidad barato, con el que se gana a una parte de la sociedad catalana, convirtiendo al líder socialista en un político valiente, sobre todo frente a la crítica desmedida de la derecha.
Aunque el impacto político y mediático de la medida está siendo muy potente, su duración va a ser efervescente, y pronto se olvidará. La lógica del nacionalismo es insaciable y sus medios de propaganda están presentando los indultos como una derrota del Estado, sobre todo en la esfera internacional, por miedo a un dictamen desfavorable del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, a lo que se añade el varapalo a España este lunes desde Estrasburgo. Así pues, la medida de gracia está muy lejos de ser el principio de la solución porque no hay correspondencia por la otra parte, que se niega a reconocer que la primera dimensión del conflicto es entre catalanes.
La clave para que el constitucionalismo vaya ganado posiciones es construir un argumentario mucho más sólido, que los políticos lo interioricen bien, cosa que no ocurre, empezando por Sánchez y Casado, trabajar para que no haya derrotas por incomparecencia en la esfera internacional, y no ceder nunca en los aspectos fundamentales, porque el secesionismo no tiene ninguna justificación ética y es solo un capricho identitario reaccionario alimentado por un grupo que quiere hacerse con el poder absoluto en Cataluña. Pero con eso solo no basta. Necesitamos que la Administración General del Estado esté más presente en Cataluña y sea fuerte. Más España en Cataluña, para decirlo gráficamente. Y necesitamos que la España constitucional construya una identidad territorial con nombres y apellidos que refleje su unidad en la diversidad, que sepa poner a raya el egoísmo nacionalista, y disponga de un proyecto mínimamente ilusionante para el conjunto de la sociedad española. Y esa construcción solo puede ser federal, cultural y políticamente. Si no avanzamos en esa dirección, con una estrategia compartida, las buenas intenciones de los indultos, solo serán pan para hoy.