El procés está muerto. Por mucho que el independentismo se aferre a considerar los acontecimientos vividos en Cataluña como un paréntesis y seguir vendiendo la vigencia del procés. Aunque trate de retomar la continuidad como si nada hubiera pasado, de seguir con la construcción de la república o de mantener la vía unilateral tras el anunciado fracaso de su única propuesta: un referéndum que se salte las exigencias legales de nuestra Constitución.

Un hecho incontestable avala esta afirmación. La constatación de su reciente e inapelable fracaso. Muchas circunstancias, que van a seguir el día 22 sea cual sea el resultado electoral, han originado esta demostración de impotencia.

1. La inexistencia de una mayoría social en Cataluña lo suficientemente amplia, no ya para, por lo menos, cumplir los requisitos de reforma estatutaria y de impulso de una reforma constitucional, sino ni tan siquiera para forzar políticamente una negociación con el Estado. Las apelaciones a representar al conjunto del pueblo de Cataluña son insostenibles cuantitativa y también cualitativamente, una vez los no independentistas han roto su pasividad y su aceptación en silencio de la hegemonía nacionalista.

2. La constatación de que la vía de hecho, el golpe de Estado, carece de cualquier viabilidad. Ni España es un país en descomposición incapaz de defenderse, ni los catalanes no secesionistas se van a quedar en casa resignados una vez roto su silencio en las manifestaciones de este mes de octubre. Ni han tenido reconocimiento internacional, ni tienen capacidad de controlar el territorio.

Las mentiras en que se ha basado el procés han quedado al descubierto y se ha roto la espiral del silencio

3. Las mentiras en que se ha basado el procés, que han calado por muchos años de inacción del Estado, y de los propios catalanes no secesionistas, han quedado al descubierto. Ni seríamos más ricos, ni tenían preparadas estructuras de Estado, ni el mundo estaba deseando poder reconocer la independencia.

4. La pretendida superioridad moral y el carácter democrático del procés han pasado a mejor vida. Los aliados del independentismo, populistas y extrema derecha, antieuropeístas de toda índole, reflejan la verdadera naturaleza del secesionismo. Su pretensión de acallar a los disidentes imponiendo el pensamiento único, a base de acoso a quien no comulga con ruedas de molino, ya no es eficaz. Se ha roto la espiral del silencio. Los lideres europeístas han hablado sin eufemismos. Romper España es romper Europa. El secesionismo y los populismos son el aliado interior de los enemigos exteriores que no quieren una Europa con sus valores como contrapeso a su influencia internacional.

Durante esta campaña, el secesionismo se ha aferrado, para salvar los muebles y tratar de tapar su fracaso y sus mentiras, al discurso emocional y ha redoblado la apuesta victimista. Especialmente en el caso de JxCat. ERC ha tratado de hablar de futuro, de no quedar atrapada en el bucle. Pero ha claudicado frente al chantaje emocional de Puigdemont y la ANC. El 21D no nos jugamos la independencia. Pero sí que está en juego que continuemos ahondando el pozo, o empecemos a salir de él y a construir el futuro.