Vaya por delante que lo que más me preocupa de la crisis del Covid-19 es que nuestros sanitarios salven el mayor número de vidas. La catástrofe humanitaria que estamos viviendo estos días es apocalíptica. Desde la Guerra Civil no habíamos sufrido tantas muertes prematuras en tan poco tiempo y miles de familias han sufrirán en sus propias carnes la pérdida de un ser querido. Desde aquí toda mi solidaridad, cariño y estima a todos ellas. Descansen en paz.

El miedo a morir, a ser contagiado y a que enfermen nuestros familiares está hoy presente en la mayoría de hogares. También hay temor a sufrir las consecuencias económicas del maldito virus. Millones de nuevos parados, hipotecas sin pagar, empresas cerradas, recibos sin atender y muchos sueños rotos es otro de los balances de la desdicha. Como economista, este aspecto me preocupa profundamente. Un país financieramente a la deriva tendrá muchos problemas para poder pagar pensiones, una buena sanidad pública y ayudas para que nadie se quede atrás.

Esta desdicha económica nos pilla con el pie cambiado: partimos con un alto porcentaje de paro, una deuda pública elevadísima y unas administraciones públicas con demasiados números rojos que no han aprovechado los últimos seis años de crecimiento económico para sanear las cuentas. Además, tenemos una particularidad con respecto a otros países que nos hace especialmente vulnerables: el peso del turismo y el comercio minorista sobre nuestra economía es altísimo. Estos sectores, tan sensibles a este tipo de calamidades, representa el 19% de nuestro PIB y da trabajo a casi 4 millones de personas.

El Gobierno de España tiene ante sí el mayor desafío económico que hayamos conocido. Deseo que acierte en sus decisiones por el bien de todos. Para ello, desde mi humilde punto de vista, forjado en haber despachado en varias ocasiones con “los hombres de negro” en la anterior crisis económica de 2008, sugiero que el Gobierno de España corrija algunos de sus enfoques iniciales.

El “mando único” debe mostrarse sinceramente humilde. Reconocer que las circunstancias le sobrepasan, escuchar proactivamente a TODOS los grupos de la oposición e implicar a los empresarios y sindicatos en la toma de decisiones. Debe aparcar dogmatismos ideológicos y entender que comprar votos con subvenciones es “pan para hoy y hambre para mañana”. Dada la magnitud de la tragedia, debería valorar muy seriamente crear, con solemnidad e independencia, un grupo de profesionales de primer nivel de la sociedad civil para que planeen cómo reiniciar la economía después del bloqueo sanitario y convertir a España en un país más moderno, viable económicamente y competitivo a largo plazo, tal y como ha hecho Italia.

Hay que revisar de cabo a rabo toda la política presupuestaria. Las cuentas públicas de ayer no valen para hoy. Deberá realizar un presupuesto de “base cero” con el único objetivo de evitar que España se convierta en el Titanic. Seamos francos: tendrá que revisar nuestro sistema impositivo, negociar duramente en Europa la financiación de la nueva deuda pública, tendrá que embridar a ayuntamientos y comunidades autónomas, reforzar muchísimo nuestros equipos de representación económica exterior, hacer muchos recortes de gasto público, plantearse determinadas partidas de gasto, ajustar plantillas de personal público no esencial, rescatar sectores estratégicos de nuestra economía, abordar la sostenibilidad de nuestro sistema de pensiones, y, cómo no,  reforzar nuestro ecosistema científico y sanitario. Y todo ello, sin dejarle a nuestros nietos una deuda pública que los entierre en vida y una piel de toro convertida en un solar sin empresas. 

En otras palabras, los líderes de nuestro país tienen que dejarse en casa la gorra de políticos a la caza de votos. Ahora es momento de gestión seria, de rigor, de llevar la nave como el CEO de una multinacional y de pedagogía para evitar un estadillo social y delincuencial. Estamos en una situación de “economía de guerra” y para ello tienes que poner al frente el mejor general, no al amiguete que más de tu cuerda ideológica es. El Gobierno tiene que interiorizar que no va a poder ser simpático durante mucho tiempo si quiere evitar que colapse el Estado y el estado del bienestar conseguido.

Mentiría si dijera que sé cómo van a evolucionar las cosas. Nadie lo sabe. A lo largo de los próximos meses iremos viendo cómo evoluciona la hecatombe económica. Habrá que ser flexibles, resilientes, ir modulando propuestas de mejora en función de los acontecimientos, siempre adaptándonos al contexto internacional en esta economía tan (peligrosamente) globalizada y mantener el espíritu constructivo.