Más allá de delirios como el pacto con la OTAN, la fábrica de helicópteros para ayuda humanitaria o el reconocimiento inmediato de la Cataluña independiente por 11 Estados de la UE, la publicación de las conferencias del juez Santiago Vidal ha dejado una cosa clara: la mayor parte de lo que afirmaba tenía un fondo de verdad. Ni Artur Mas, ni Carles Puigdemont, ni Oriol Junqueras, su jefe como senador y miembro de la ejecutiva de ERC, se atrevieron a desmentir categóricamente al “hombre que hablaba demasiado”. Solo la portavoz del Gobierno catalán, Neus Munté, utilizó su habitual rotundidad hueca para decir que “todo es falso”, pero, como en muchas ocasiones, nadie la creyó.

No tiene nada de sorprendente lo que afirmaba Vidal, y de ahí que pasara tanto tiempo inadvertido, cuando los dirigentes independentistas llevan meses o años trabajando en las llamadas “estructuras de Estado” sin que la mayoría del “pueblo catalán” les haya dado autorización para ello. Vidal hacía referencia en sus comparecencias públicas a algunas de estas estructuras, conocidas unas y secretas otras.

El organizador de todo el entramado destinado a lograr la independencia, el exvicepresidente del Tribunal Constitucional y ahora director del Institut d’Estudis del Autogovern, Carles Viver Pi-Sunyer, justificaba en el Parlament el pasado 14 de diciembre el secretismo por “prudencia”, pero defendía la preparación de las “estructuras de Estado” antes de que los catalanes hayan aprobado la independencia porque “si no lo estuviésemos haciendo --dijo a los diputados--, ustedes nos criticarían y dirían que somos unos inconscientes; pues no lo somos, lo estamos preparando a fondo”.

La preparación de las “estructuras de Estado” sin mandato desmiente todas las apelaciones a la legalidad que se lanzan desde el mundo soberanista

La preparación de las “estructuras de Estado” sin mandato desmiente todas las apelaciones a la legalidad que se lanzan desde el mundo soberanista y constituye el meollo de la cuestión hasta el punto de que, parafraseando a James Carville, asesor de Bill Clinton, podríamos decir: “Son las estructuras de Estado, estúpido”.

¿Acaso Escocia tenía ya todo un montaje similar antes de que lo escoceses se pronunciaran por el no a la independencia? ¿No estaba previsto, por el contrario, que en caso de victoria del se negociara durante dos años la separación del Reino Unido? ¿No es cierto que en otro referéndum, el del Brexit, han pasado más de siete meses y ni siquiera Londres ha pedido aún la aplicación del artículo del Tratado de la Unión que permite iniciar las negociaciones de unos dos años de duración para dejar la UE?

Ante estos precedentes, los juegos verbales de que si en Cataluña se avanza el referéndum de septiembre a mayo (sin respetar ninguno de los plazos de la Comisión de Venecia), o se hace coincidir con las elecciones autonómicas suenan a broma. Porque en realidad los impulsores del procés saben que la consulta pactada es imposible y se trata de amenazar con la unilateral para al final no poderla celebrar y cargar así las baterías para que los votos independentistas aumenten en unas nuevas elecciones. A cargar las baterías ayuda también Mariano Rajoy cuando descarta cualquier reforma constitucional y cree que solo con inversiones económicas va a arreglarse el problema.

Entre inmovilismos y desafíos, lo cierto es que la tensión aumenta por momentos en espera de que mañana se inicie el juicio contra Mas, Joana Ortega e Irene Rigau por organizar el 9-N. La última operación judicial contra la corrupción en Convergència por el caso del 3% ha contribuido a echar leña al fuego, aunque los dirigentes del actual PDECat harían bien en reparar en sus contradicciones cuando acusan “al Estado” de montar una operación política “para asustar a la gente y que no vaya a la manifestación” de apoyo a los procesados. ¿No habiamos quedado en que cualquier ataque del Estado refuerza el soberanismo y fabrica independentistas?