“España es hoy un país mejor gracias a Iglesias”, ha tuiteado el ministro de Comercio. Garzón no ha dado más detalles, cabe suponer que deposita en la imaginación de sus seguidores la concreción de esa mejoría. Si respeta, aunque no comparta, la voluntad de la mayoría de los votantes en la Comunidad Autónoma de Madrid, ¿por qué no se pueden valorar los resultados en las últimas elecciones y el triunfo de Ayuso como un signo de la mejoría de España?

El considerable avance de la derecha liberal-conservadora en el mismísimo centro geográfico y político del Estado le debe mucho al populismo de Iglesias. La idea central de su bronca campaña --y, posiblemente, de su ideología-- ha sido parar a su fascismo imaginario. No eran gigantes, eran molinos. Tan claro lo han visto sus antiguos vecinos de Vallecas, que por primera vez ha ganado en el feudo “rojo” la derecha “fascista”. El triunfo electoral de Isabel Díaz Ayuso ha enterrado otro tópico, que se arrastra desde la Transición; a saber: a mayor participación, victoria segura de la izquierda. Esta normalidad democrática se la debe España al líder morado, feminista y nazareno.

Durante su participación en las luchas políticas en los últimos años, Iglesias ha demostrado no entender que cuando se alcanza el poder no se debe (al menos, aparentemente) gobernar para la mitad. La defensa de la igualdad no puede ser opcional, sino general e innegociable en todos los ámbitos, sean económicos, políticos, educativos o de cualquier otra índole. Su desprecio hacia buena parte de la ciudadanía en Cataluña, al apoyar abiertamente las políticas sectarias y anticonstitucionales de sus colegas nacionalistas, son un ejemplo de que España no es hoy un país mejor gracias a Iglesias, sino al contrario. Parte de esta deficiencia también se la debemos a Iglesias y sus acólitos, serviles hacia a los separatistas y su ideología reaccionaria tan ultra como excluyente.

Después de su dimisión como vicepresidente y ministro, Iglesias postuló la unión de las izquierdas en Madrid, eso sí, encabezadas por él mismo. El ingenioso hidalgo pretendía que Errejón y su equipo olvidasen la purga a la que les había sometido tras el vergonzoso “golpe de bragueta”. Al final la traición del amigo ha favorecido al traicionado. El rechazo de Más Madrid a esa fusión ha tenido como colofón una de las venganzas más simbólicas en la historia de nuestra democracia.

Después del triunfo y ascenso de Mónica García a líder de la oposición, el líder morado se marcha por la puerta, trasera o delantera, tanto da, pero con un talonario por delante. Deja plantado a sus votantes, porque de haber recogido el acta de diputado hubiera perdido la indemnización como ministro. Es posible que su afán de dinero haya crecido a medida que ha aumentado su riqueza. Pero no todo se ha de reducir a ese interés crematístico. Iglesias es un político muy ambicioso que pretende ser, como le recomendó Jacopo Sannazaro al joven Borgia en su incansable búsqueda de la gloria, César y nada a la vez.

Los espacios clásicos de la política y la comunicación ya no le atraen tanto. El presente y futuro inmediato está en las redes que frecuentan los más jóvenes. Es posible que el reto de Iglesias esté más cerca de fenómenos como el de Ibai Llanos que de conductor de tertulias o de profesor universitario. Las posibilidades interactivas que permiten plataformas como Youtube o Twitch abren un campo infinito con el que se puede llegar a los jóvenes próximos votantes. Además, es muy apetitoso el uso de redes de este tipo si el objetivo es ampliar la influencia política con mensajes simples y directos. Estamos ante un laboratorio mediático entendido como una empresa de comunicación lo más rentable posible, porque la política para Iglesias ha sido y será también puro negocio, además de un juego de tronos.