“El error se convierte en error cuando nace como verdad” (Stanislaw J. Lec). Que el 80% de los catalanes quiera que se convoque un referéndum sobre la autodeterminación es uno de esos errores que nacieron como verdad. Que el problema de Cataluña sea con el Estado es otra verdad nacida de no comprender que el conflicto es, en primer lugar, entre los catalanistas ultras y el resto de ciudadanos catalanes.

La nómina de las supuestas verdades nacionalistas que son errores manifiestos es infinita. En sí mismo, el catalanismo como única acepción política es un error, de ahí que necesite definirse por oposición a otro ente o movimiento. Lo decía nada menos que Joan Fuster, inventor espiritual de los mismísimos Països Catalans: “Hi ha catalanistes perquè hi ha espanyolistes”. Y de tan profundo pensamiento, cabe deducir que, hoy día, a la inversa también. El final de un desmesurado crecimiento de estos creyentes es fácil imaginarlo.

La actual mesa de diálogo es otro error. El intento de bloqueo que ha protagonizado Junts con el nombramiento de los ultras Turull y Sánchez es significativo de dónde hay que situar el diálogo. Con este gesto queda claro que el problema de Cataluña no es solamente un problema entre catalanes, sino sobre todo es entre catalanistas, cuyas consecuencias afectan sobremanera al resto de ciudadanos.

Se podría concluir que esa división en el lado independentista es la exitosa consecuencia de una supuesta y maquiavélica estrategia de Sánchez y compañía. Es posible. En todo caso, hay que tener bien presente que tanto el PSOE-PSC como Podemos-Comuns han enviado a unos representantes para “dialogar” sin exigir, al menos y como punto de partida, el cumplimiento normativo general vigente de todos los comensales.

Antes de dialogar sobre el tamaño y forma de la mesa, sobre el sexo de los ángeles o sobre cualquier otro asunto imaginario o real, los actuales gobernantes de la Generalitat han de cumplir las sentencias judiciales firmes, sean del tipo que sean, es decir, han de venir aseados de casa. Como eso no sucede, cualquier reunión con miembros del gobierno central convierte a unos y otros en unos irresponsables éticos y políticos, y los descalifica como representantes públicos.

Además, no se debería olvidar que no se puede cantar a la libertad con los instrumentos de la opresión. Que los ultras catalanistas exijan diálogo y hablen de libertad mientras someten, con todos los recursos autonómicos a su alcance, a más de la mitad de la ciudadanía al dogma de la comunidad nacional va más allá del cinismo, entra de lleno en un totalitarismo, de baja intensidad que hubiera dicho el cura Arzalluz, pero inadmisible en cualquier democracia que goce de algo de salud.

Ahora bien, como ha recordado el ministro Bolaños, “lo valiente es dialogar”. Es necesario elogiar a los que se empeñan en negociar el diálogo y dialogar el negocio con nacionalistas hiperventilados e instalados en el poder. Es encomiable esa actitud, aunque sea como nadar en un río sucio contracorriente, donde para sobrevivir hay que cerrar los ojos y tener unas tragaderas inmensas.