Mientras el coronavirus prosigue generando pánico y las bolsas escoran, Pedro Sánchez persiste en una estrategia que a veces parece más propiamente personal que del PSOE. Cree tener hipnotizado a Podemos manteniéndole en el banco azul a dieta presupuestaria y de mediopensionista en el CNI; al mismo, tiempo sigue con su sistema de señuelos elementales para que ERC acabe votando los presupuestos generales y le haga aparecer como el pacificador de Cataluña --y a ERC el partido de gobierno heredero de la ya remota estabilidad pujolista--. En paralelo, su mantra consiste en no entrar en debate alguno con el PP y estar repitiendo, en busca de ecos que sean duraderos, que PP y Vox no son sino la misma cosa.

El Suddeutsche Zeitung, periodismo serio de Munich, decía esta semana que con la emboscada de la mesa bilateral en Moncloa, Sánchez puede lograr que el independentismo pierda la mayoría en Cataluña. Las encuestas dicen que sí y que no. La batalla campal entre JxCat y ERC va dejando despojos en las cunetas pero Puigdemont, a diferencia del estulto Torra, no tiene la intención de tirar la toalla y convertirse en fósil depositado en la oficina de objetos perdidos de Bruselas.

Las emboscadas de Sánchez son de riesgo altísimo y en no pocos aspectos de una imprudencia excesiva a la hora de equilibrar medios y fines. Su extremado tacticismo llega a poner en cuestión que el PSOE mantenga el espíritu constitucionalista que le convirtió en elemento imprescindible de la concordia de 1978. Pero ese es un envite que Pedro Sánchez está dispuesto a mantener aunque en la vieja guardia del PSOE haya llanto y crujir de dientes.

Al fin al cabo, a Sánchez le defenestraron y ahora es el anfitrión de Torra en la Moncloa, donde también logró acreditación VIP de entrada un activista del independentismo tan siniestro e insignificante como es Jové a quien, tras su paseo por los jardines monclovitas, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha iniciado procesamiento por desobediencia, prevaricación, malversación y revelación de secretos. Jové, cráneo privilegiado del 1-O, no se priva de reclamar al gobierno de Sánchez que depure la judicatura. Solo falta promocionar al doctor Guillotin. 

Para el Suddeutsche Zeitung, la operación llamada “diálogo” puede lograr que las corrientes hoy secesionistas entren de nuevo en el cauce autonomista. Queda en el aire una cuestión que no es anecdótica: ¿Es posible la vida institucional sin el acatamiento de su sistema de normas? Si aceptamos que hay que parar en los semáforos en rojo, se diría consecuente que la comunidad política respete, por ejemplo, tanto el espíritu como la letra de la Constitución. Cuesta creer, a pesar de todo, que para entrar en Moncloa no haya semáforos.