¿Dónde se meterá Joan Gaspart el próximo miércoles día 6? Aunque no llegaremos al caviar glace, la cita del Parlament con la historia --la aprobación de las leyes que dan carta de naturaleza al referéndum y a la República catalana-- tendrá también su entretenimiento a base de montaditos de tortilla. En los días engalanados de Barcelona, Gaspart se viste de camarero para servir los canapés horneados de Prats Fatjó. Nunca ha olvidado que empezó a trabajar de botones en el Palace a los 14 años, siendo hijo del patrón del Ritz de Gran Vía, en los tiempos del trolebús y el pan negro, que glosó Paul Morand, en Ouvert la nuit.
El miércoles, el palacio del Parque de la Ciudadela será una mota desde el mirador del Hotel La Florida del Tibidabo. En sus terrazas y balcones, cada setiembre se revive Marienbad; aparece y desaparece el escudo de Husa para que no dejemos de mirar el emblema turístico que levantaron los Andreu, un edificio de toque noucentista sobre fondo vegetal, imaginado por un jardinero sublime cuyo elogio podría corresponderle al mismísimo Goethe. Allí hay caminos y veredas bajo balaustradas saturnales que invitan a caer sobre la ciudad.
De vuelta a la realidad, en medio de la heroica independencia de bolsillo, el cruce de propiedades y gestiones en los hoteles de Barcelona seguirá siendo un baile de verdades amparadas en mentiras, desatado por Joan Gaspart para salvar su patrimonio sin dejar de ser la referencia, en el poderoso Gremio de Hoteleros. El polémico empresario dibujó una cruz sobre la piel metropolitana el año olímpico del 92: de este a oeste, él tendría el control del Juan Carlos I y de un mojón similar en Diagonal Mar; de norte a sur, dominaría la refundación de La Florida, en el Tibidabo, y del Miramar, en Montjuïc. Los dos primeros se han volatilizado, especialmente el Juan Carlos I, propiedad del príncipe Turki bin Naser, el patrón de la piedra que arrebató la bandera a la holding de Gaspart. Solo le quedan los otros dos, La Florida, que muere de éxito convertido en Luna de Valencia, en el extrarradio dulce de Collserola, y el Miramar, olvidado frente a los muelles de carga, junto a la bocana hirviente de miles de pargos, pero incapaz de ganar por la mano al Marina Port Vell, pegado al World Trade Center y gestionado por Hotusa, la cadena de Amancio López.
La última jugada del primer fin de semana de rentrée está siendo la oferta sobre La Florida y el Miramar, ambos opados por el argelino Ali Haddad. Ha sido una operación seria sobre la que ronda el clásico exceso de información que desinforma, a pesar de que Haddad ya es el propietario encubierto del Palace de Gran Vía, la antigua bandera de Gaspart Bonet, el padre del expresidente del Barça y segunda generación de la cadena. Gaspart Bonet creció exponencialmente en una Barcelona enterrada en el recuerdo, la del Hotel España de la calle de Sant Pau, junto al Liceu, un establecimiento con doseles en las camas de las sopranos, como Victoria de los Ángeles o la mismísima Callas, que ensayaban en el anfiteatro y comían cualquier bagatela en el foyer del Gran Teatro.
Siempre es la misma canción: el hotelero aparece y desaparece de los focos acompañado de príncipes saudíes, mangantes cataríes o ciudadanos libaneses afincados sobre la vieja puerta de Barcelona-Alta Diagonal
Corre la especie de que Husa pide 40 millones para abandonar la mitad de la gestión de La Florida, porque el otro 50% le pertenece a Boutros El Khoury, socio de Gaspart con el que comparte la administración del hotel. Siempre es la misma canción: el hotelero aparece y desaparece de los focos acompañado de príncipes saudíes, mangantes cataríes o ciudadanos libaneses afincados sobre la vieja puerta de Barcelona-Alta Diagonal, desde las terrazas naturales colgadas en el Sant Just del Colegio alemán.
Nunca sabrás. Para adornar el pasado, las crónicas de punto en blanco dicen que Hemingway y John Dos Passos se pelearon más de una vez en la barra del antiguo hotel parador en los años de la contienda civil. Y si que La Florida vivió las bombas de la Legión Cóndor, pero fue en calidad de Hospital Militar y desde arriba, como recordó una de las mentes más lúcidas del siglo, el llorado doctor Moisés Broggi, que coincidió con ambos escritores norteamericanos en los paréntesis de la defensa de Madrid. Los tres se alojaban en el Wellington de la calle Velázquez de la capital, el hotel de los toreros; el jovencísimo doctor cortaba extremidades y evitaba gangrenas en el frente del Jarama, donde se baqueteó como cirujano.
De La Florida pas de tout. Aceptemos, eso sí, que James Stewart, George Sanders, Rock Hudson, la princesa Fabiola y el príncipe de Bélgica se alojaron en el prestigioso hotel, a la vista de los nietos endomingados del Doctor Andreu, que comían pastelitos de hojaldre y crema en el pescante del Rolls-Royce del farmacéutico. Fue poco después del 50 (su tímida reapertura) y mucho antes de 1979, el año transitivo, en el que la ciudad devoró su pasado incluido el hotel, que no volvería hasta 2001. Los Gaspart han sabido mantener su tono patrimonial a pesar de su desglose de activos provocado en el concurso de Husa en 2014. Pero siempre tienen un as en la manga, como la venta real del Palauet Abadal (hoy en manos de la Banca Mediolanum) o en aquella desinversión del Princesa Sofía (hoy en manos del Grupo Mestre), tantas veces repetida, pero salvada siempre in extremis por su socio bancario, el pionero Emilio Botín Sanz de Sautuola y Escalante, abuelo de Ana Patricia.