Víctor Hugo era un loco que se creía Víctor Hugo, según la cita de Cocteau. Y me permito inferir que el expresident de la Generalitat Artur Mas solo se creía Dios, o por lo menos su intérprete autorizado. Formado en Aula y en el Liceo Francés, Artur Mas, hélas!, abjuró del racionalismo para echarse al monte. Inventó la década perdida, con 10 años de pregón indepe, hasta liquidar las esperanzas de un país que crecía por encima de la media europea y que recibía multinacionales encantadas de aterrizar en el entorno estable de otros tiempos.
Solo por mor de España, un Estado por lo visto putrefacto, había que alcanzar la independencia, costara lo que costara, aunque costara incluso salir del euro. Las empresas punteras y los bancos que deslocalizaron sus sedes corporativas siguen estando fuera. Esta misma semana, el presidente del Banc Sabadell, Josep Oliu, economista científico de sólida raíz académica, ha descartado que la sede del banco regrese a Cataluña: “Las condiciones no han cambiado; nadie lo ha puesto en la agenda”. El camino de vuelta a la normalidad será tortuoso. Ahora mismo, hay ejemplos paradigmáticos del paso atrás de la industria, base de la “economía productiva”, según el reduccionismo fabril del nacionalismo: la desertización de Nissan en Zona Franca que impacta a la cuenca del Baix o la definitiva instalación en Sagunto (Valencia) de la fábrica de baterías de Volkswagen. Son solo indicios contundentes y hay muchos más.
Un día u otro tenía que llegar el bombazo estadístico que ha llegado: durante los últimos 10 años la inversión extranjera en Cataluña ha sufrido un desplome del 39,3%. La obsesión de los descamisados que enterraron el reformismo nos ha costado el prestigio en términos de imagen y el descalabro en materia de potencial económico. Los cuarteles generales de los blue chips internacionales, que pugnaban para instalarse en Cataluña, nos han dado la espalda; será por tiempo indefinido, mientras se mantenga el bipartito de la seba, ERC-Junts, o no cambie su estéril discurso esencialista.
Los últimos datos publicados por la Secretaría de Estado de Comercio, dependiente del Ministerio de Industria, ya ofrecen un notable contraste en lo que se refiere al último año, en el que la inversión extranjera aumentó cerca de un 18% en toda España, pero descendió más de un 4% en Cataluña. Desde 2011, los flujos de inversión bruta española provenientes de fuera de nuestras fronteras se han incrementado el 128%; pero en el mismo periodo, el balance catalán expresa un hundimiento absoluto. No debemos olvidar que, hace 10 años, Cataluña lideraba la llegada de flujos inversores extranjeros, con un peso del 38,75% del total español.
En sus mejores momentos, el expresident alzaba la voz, llibertat o llibertat!, a modo de increpación. Hoy, sin embargo, tras los años y las derrotas, apenas le interesa amnistiar su patrimonio, que fue embargado por supuesta malversación. En la antesala de las elecciones de 2010, un emblemático cartel de Artur Mas pegado a la figura de Moisés –Charlton Heston en la película Los Diez mandamientos— con los brazos extendidos e implorando al cielo, supuso una clara advertencia. Entendimos que la simbología de la vanguardia soberanista había abandonado el equilibrio apolíneo para entregarse a un campechano furor dionisíaco.
Durante el procés, él puso a prueba la contra selección catalana al grito de Cogito ergo sum. Pero hoy sabemos que, en manos de un político como Artur Mas, lo grotesco es la otra cara de lo brillante; es la sombra de la luz.