Pensamiento

El catalanismo es clasismo

23 septiembre, 2015 00:31

El origen del catalanismo siempre se ha vinculado a la reivindicación de la cultura y la lengua catalanas. Posiblemente fuera así el espíritu que lo inspiró. Pero como movimiento político con más de un siglo de existencia, ha acabado por convertirse en el arma más eficaz de la burguesía catalana para neutralizar al proletariado interno y a la oleada de mano de obra barata llegada de fuera. A la clase obrera en suma. Y a sus hijos, aquellos que después de una generación han logrado alcanzar cierta ilustración o preparación técnica, que están encuadrados en trabajos liberales, son funcionariados de la Generalitat --con especial incidencia en la educación--, o han logrado crear pequeñas empresas de servicios o del ramo de la construcción. Los neutralizó en parte al incorporarlos a sus propios intereses a través del ascensor social, en parte por la presión y el domino de la hegemonía cultural catalanista, que se ha hecho con el control social y político.

Después de plantarle batalla a finales del siglo XIX y principios del XX, el movimiento obrero empezó a caer en la trampa del catalanismo con la IIª República, pero sólo ha sido con el pujolismo cuando ha sido disuelta toda divergencia de clase, en una engañosa y única clase social nacionalista. Sin duda hay simbología de izquierdas por doquier, pero no políticas de izquierdas. Solo nacional catalanismo, la única clase social a la que no puedes obviar si quieres medrar, y en cualquier caso, si no quieres pasar por enemigo de Cataluña.

Como referencia de segregación en la política catalana, el sector de la población más marginado a lo largo de la historia ya no es la mujer, sino los ciudadanos con apellidos no catalanes y lengua española, a pesar de ser mayoritarios

“Somos unas cuatrocientas personas, no hay muchos más, nos encontramos en todas partes y siempre somos los mismos. Nos encontramos en el Palau, en el Liceo, en el núcleo familiar y coincidimos en muchos lugares, seamos o no parientes", dejó dicho el escanyapobres del Palau de la Música, Lluís Millet en el libro 'L’Oasis català', de los periodistas Cullell y Farrás.

El corrupto Millet sabe lo que se dice. De los 25 apellidos más frecuentes en Cataluña, ninguno es de origen catalán. García es el primero (170.614 ciudadanos). Le siguen Martínez, Sánchez, López, Rodríguez..., pero hemos de esperar hasta el nº 26 para encontrar el primer apellido catalán, Vila, con 18.021 ciudadanos. Nada reseñable si nos quedáramos en la mera estadística. Sin embargo, su representación en el Parlament es casi inexistente: en los 35 años de gobiernos de la Generalitat desde 1980, ni un solo consejero tiene ninguno de los dos apellidos de entre los cinco más frecuentes. Y de todos los presidentes del Parlament, sólo uno tiene el segundo apellido, Pascual, de origen no catalán. Me refiero a Ernest Benach i Pascual. De hecho, un grupo minoritario de familias con apellidos que únicamente están presentes en un 13% de la población de toda Cataluña, copan el 40% de los cargos políticos. Enfoquemos aún más fino, sólo 13 familias con alrededor de 2.000 miembros copan el 20% de todos los diputados de CiU y ERC y casi el mismo 20% del secretariado de la ANC.

La relación descompensada de diputados en el Parlament aún es más escandalosa si le añadimos al apellido la lengua en que se expresan. Es vergonzoso que habiendo un 55,3% de catalanes que tienen por lengua materna el castellano y un 31% la lengua catalana, la representación en el Parlamento esté tan descompensada. Apellidos y lengua van a la par. Sólo el 21,67% son castellanohablantes (otra cosa es que utilicen su lengua) y el resto, 79,38%, catalanohablantes. Una sutil segregación, no menor que la que ha sufrido y sufre aún la mujer. De la totalidad de los diputados, el 70 % son hombres. Como referencia de segregación en la política catalana, el sector de la población más marginado a lo largo de la historia ya no es la mujer, sino los ciudadanos con apellidos no catalanes y lengua española, a pesar de ser mayoritarios. No queda siquiera el consuelo de la normativa legal en la elaboración de listas donde la mujer ha de tener una presencia, al menos, del 40%. Es la llamada paridad electoral. Una discriminación positiva que, en el caso de los castellanohablantes, se torna en negativa desde la escuela: ni siquiera permiten a los niños castellanohablantes poder estudiar una sola asignatura en castellano.

La izquierda catalana antes que de izquierdas es catalanista. Tiene una explicación, desde el PSUC de la IIª República ha sido dirigida por hijos de la burguesía catalanista. Exactamente lo mismo que ha ocurrido en el PSC desde que suplantara en 1977 la Federación socialista del PSOE en Cataluña

Esta descompensación entre apellidos, lengua y representación política es en sí misma segregadora, pero si nos fijamos en quienes representan tales políticos e introducimos el detalle de la clase social, nos encontramos con un dato definitivo: cuanto más alta es la clase social, más apoyo se da al secesionismo. Los ciudadanos con menos ingresos, (de 0 a 1.200 €), que representan el 22% de la población de Cataluña, alcanzan el 32,57% de los partidarios de la independencia. Los que disponen de una renta de entre 1.200 a 2.000 aumenta el apoyo a ésta hasta el 38,82% y representan el 28% de la población de Cataluña. Si subimos la renta de 2.000 a 3.000€, sube el apoyo a la secesión hasta el 56,17%. Respecto a la población de Cataluña, representan sólo el 18% del total. Y el tramo con mayor apoyo al secesionismo, lo representan los que sobrepasan los 3.000 € mensuales con un total del 67,91%, de un total de la población del 32 %. (Barómetro de Opinión Política del CEO).

Dicho de otro modo, el apoyo al independentismo es inversamente proporcional a las clases más bajas y a los que tienen por lengua materna el castellano y apellidos no catalanes. Pero entonces, ¿qué hace un comunista de ICV, Raül Romeva, encamado con un partido de derechas (CiU), y otro independentista (ERC)?

Aparentemente es una contradicción, pero no la hay. La izquierda catalana antes que de izquierdas es catalanista. Tiene una explicación, desde el PSUC de la IIª República ha sido dirigida por hijos de la burguesía catalanista. Exactamente lo mismo que ha ocurrido en el PSC desde que suplantara en 1977 la Federación socialista del PSOE en Cataluña. En el caso de ERC es difícil identificarla con la izquierda; en realidad, si se le cambiara el nombre por el de Liga Norte, nadie se daría cuenta.

Así, toda la izquierda ha jugado en el mismo espacio mental del catalanismo por convicción o aplastada por el síndrome de Cataluña. ¿Qué diferencia hay entre la vida personal y política del actual Sindic de Greuges, el comunista Rafael Ribó, el Socialista Pasqual Maragall o el representante de la derecha catalana, Artur Mas? En cuanto a modo de vida, ninguna. Todos han vivido de la Administración con sueldos fabulosos y vida social de clase alta. Se trata de seguir disfrutándola, pero la corrupción y la codicia han despertado lo peor del nacional catalanismo. Y les ha llevado a explotar sin medida ni vergüenza los sentimientos identitarios más egoístas.

¿A qué estamos asistiendo con esta agitación tan peligrosa de las emociones? A intentar seguir con el control y poder políticos de esas cuatrocientas familias y allegados cebados en estos 35 años de pujolismo para seguir detentando el poder económico que siempre han tenido. Porque téngalo en cuenta, la independencia es un desastre para los ciudadanos de Cataluña, pero un gran negocio para esas élites extractivas que hoy representan la clase política catalana, los empresarios del 3%, y el ejército de maestros y periodistas, que ejercen de mercenarios de la cosa nacional, y viven a salvo de la intemperie dónde malviven la mayoría de catalanes corrientes.

¡Qué extraña sociedad en la que vivimos! Los que detentan el poder hace 35 años se postulan como víctimas de una España que nos roba y de unos colonos internos empeñados en acabar con la cultura y la lengua catalanas

¡Qué extraña sociedad en la que vivimos! Los que detentan el poder hace 35 años, los que dominan toda la administración, medios de comunicación y control social, los que ocupan la mayoría aplastante de puestos en educación, los empresarios que viven a costa de los presupuestos de la Generalidad; es decir, los que disfrutan la mayor renta per cápita de Cataluña, en una palabra, los que mejor han vivido y viven en Cataluña; ellos, precisamente ellos, se postulan como víctimas de una España que nos roba y de unos colonos internos empeñados en acabar con la cultura y la lengua catalanas.

¿Se puede ser más impresentable? ¿Se puede decir a cientos de miles de parados y mileuristas, la mayoría trabajadores del cinturón procedentes de la emigración y mayoritariamente castellanohablantes con los peores sueldos de la sociedad y ningún poder político, que son un peligro para la lengua catalana, y sus familiares del resto de España, vagos redomados que se pasan la vida en el bar viviendo a costa del sudor de Cataluña?

Olvídense de la morralla pluricultural, de la democracia de cartón piedra, de la cohesión social a medida, a medida de su puto interés, de las aulas de acogida de usar y tirar y toda su falsa tolerancia para el NO-DO de TV3. Pura hipocresía, folklore humanitario. Que no falte un negrito en la cabecera de la manifestación, ni un asiático de ojos rasgados, somos la humanidad. Que no falte un discapacitado y un exiliado de Lituania, de Escocia o de Quebec. Todo es falso. Aquí, cuando han tenido oportunidad de demostrar su tolerancia, el respeto al bilingüismo, la coexistencia con la bandera del “otro”, imponen una lengua, prohíben otra y encima pasan por víctimas. Cuando han tenido la oportunidad de amparar a los más castigados por la crisis han recortado en políticas de empleo, en asistencia social, en educación y seguridad social, han dejado de pagar a farmacias, han congelado sueldos y se han apropiado de pagas extras. ¿Para qué? ¿Para apuntalar a los desahuciados, parados y enfermos? ¡No!, para seguir con sus gastos en la construcción nacional. Para eso siempre tienen dinero. La gente ociosa se aburre. Y suele confundir necesidades.

Toda la Meridiana parecía lo que era, un parvulario. Se nota la mano de la antigua comisaria lingüística, Carme Forcadell. Era la obra de una maestra de preescolar con sus cartulinas de colores, sus aviones de recortes y la escenografía militar asumida como niños. Una sociedad opulenta con tiempo para jueguecitos infantiles sin reparar en los daños colaterales que puede provocar. Que ha provocado ya.

En Cataluña, como en cualquier sociedad civilizada y democrática, debe haber espacio para diversas ideologías. También para la izquierda. En Cataluña no hay. La que hay está contaminada de nacionalismo

Mientras tanto, en aquellos pisos de la meridiana que sirvieron de pantalla para su demostración de fuerza, gentes sencillas, parados y cabreados, como en tantos barrios de Cataluña, esperan un nuevo trabajo, o su primer trabajo, esperan en las listas de espera de la seguridad social, esperan y se desesperan. Ni un detalle, ni siquiera una mención al pasar por delante de la plaza Tolerancia, en memoria de las 21 víctimas caídas bajo las bombas de ETA y los 43 heridos en el atentado de Hipercor. Allí estaba Bildu, los amigos batasunos, y muy posiblemente los 43.000 catalanes que les votaron días antes del atentado en las elecciones europeas.

En Cataluña, como en cualquier sociedad civilizada y democrática, debe haber espacio para diversas ideologías. También para la izquierda. En Cataluña no hay. La que hay está contaminada de nacionalismo. Necesitamos un partido de izquierdas que nos devuelva al menos la dignidad para luchar por un mundo más justo. De personas, no de territorios. Una izquierda para vivir libres de tanta manipulación emocional y tanta mentira patriótica. Que se dedique a cosas tan sencillas como procurar trabajo, una educación eficaz y una sanidad ágil y digna. Para todos. La emancipación social, antes que ninguna otra cosa, fue la asunción de la propia alienación y la capacidad para tomar conciencia de tal condición para así salir de ella. Marx denunció a la religión como el opio del pueblo. ¿Acaso es otra cosa el nacionalismo que una sobredosis de opio identitario?