La primera emisión en pruebas de la televisión pública de Cataluña tuvo lugar el 10 de septiembre de 1983. Poco después recibí una llamada de Alfons Quintà, director general de la nueva TV3. Quería verme. Yo acababa de llegar a Barcelona tras varios años en el extranjero y no estaba muy al tanto de los planes de Jordi Pujol para poner en marcha unos medios públicos que tuvieran como objetivo la normalización de la lengua. “Haremos la BBC catalana”, me soltó Quintà cuando entré en su despacho de la calle Numancia.
Sabía que yo había trabajado en la BBC Internacional. Pasó a hablarme en inglés y francés y, en el último minuto de esa conversación bilingüe y surrealista, me ofreció trabajo “en la pantalla”. Se lo agradecí, pero decidí seguir en El País, donde él había sido delegado de Cataluña. Se decía que Pujol había querido apartar a Quintà “de los diarios de Madrid” y que no siguiera investigando sobre Banca Catalana.
Los equipos que se formaron fueron de gran categoría. TV3, además de ayudar a normalizar la lengua, consiguió superar en audiencias a TVE y, posteriormente, a las privadas. Era una televisión moderna, innovadora, que nunca cayó en la trampa de dedicarse al folklore local. Ha sido y sigue siendo una impresionante cantera de profesionales, además de contribuir a hacer de España un país con excelente producción de formatos de entretenimiento y ficción.
Como algunos de los lectores sabrán, fui directora general de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA). Los gobiernos tripartitos, a iniciativa de Pasqual Maragall, cambiaron en 2008 la Ley Audiovisual para que la CCMA fuera independiente del Govern. Con ese fin se convocó un concurso para la dirección general. Era un modelo de gobernanza similar al de la admirada BBC. Fui nombrada por decisión unánime de los 12 consejeros, pertenecientes a todo el arco parlamentario.
El intento duró tres años, durante los cuales la politización fue sustituida por el partidismo. Convergència tenía un sentido patrimonial de los medios públicos que había fundado y controlado durante 25 años. En 2010, cuando algunos consejeros y directivos empezaron a llamarme la atención y a recordarme que dirigía “la televisión nacional”, comprendí que no podía seguir en el cargo y dimití.
En 2012 se modificó la Ley. El Consejo pasó a ser de seis miembros --menos coste, desde luego-- y la presidencia recuperó capacidad ejecutiva. A partir de ese año, los directores de los medios públicos han vuelto a ser escogidos por el Govern. Así es muy difícil que TV3 recupere la confianza de los catalanes constitucionalistas y/o críticos; la mayoría de los cuales ha dejado de sintonizarla. Razones no les faltan.
Recientemente, la consellera de Cultura, Mariàngela Vilallonga, dio un “toque” de atención a TV3, porque “se escucha mucho castellano en su programación”; a la política le es difícil distinguir si los informativos son “de una cadena estatal o de una catalana”. El “toque” es una muestra de la impunidad con la que el Gobierno cree que puede actuar. En el Reino Unido hubiera sido cesada de inmediato.
Los jóvenes de la serie Drama --estrenada por TV3-- hablan castellano y catalán como si Cataluña fuera lo que realmente es, una sociedad bilingüe. No es la primera vez que en una serie de la televisión pública salen personajes castellanohablantes, pero en Drama no se encuentran los sesgos habituales; quienes utilizan el español no son policías, delincuentes o inmigrantes. Hay de todo en cada lengua, como en la vida misma.
A estas alturas, la falta de pluralismo puede llegar a complicar el futuro de cualquier televisión pública; la pone en cuestión ¿Se justifica la existencia de un medio pagado por todos, su elevado coste, si no es independiente del gobierno de turno? Boris Johnson acaba de anunciar que abolirá o reducirá la tasa por televisor, que financia la sagrada BBC.
En una época escasa de recursos públicos y de caída de la publicidad, cuando la oferta digital y multiplataforma es enorme, hablar únicamente para la mitad de los ciudadanos es un suicidio. Eso pueden haber pensado los profesionales de TV3, los que han apostado por una serie casi bilingüe realizada por la productora El Terrat para RTVE. No veo la tragedia. Por el contrario, es inteligente exportar el talento, ayudar al sector audiovisual, coproducir y reducir costes. Nunca es tarde para que TV3 mire de frente la realidad del país. Normalizado el catalán hace años, ahora tocaría desdramatizar Cataluña.