La histórica firma textil Dogi, fabricante de tejido elástico, sigue vivita y coleando. Subsiste en el mercado, pese a que tiempo atrás estuvo a punto de esfumarse del mapa, sumergida en un océano de deudas.

Ahora ya no se llama Dogi, sino Nueva Expresión Textil (Nextil). El flamante rótulo se lo impuso a mediados de 2018 el fondo de inversiones Sherpa, encabezado por Eduardo Navarro, que controla la mayoría del capital desde 2014. 

Ese cambio de denominación pretende, según los gestores de Sherpa, arrumbar al olvido las pasadas vicisitudes, insuflar a la corporación aires refrescantes y afianzar el crecimiento de sus actividades.

A partir de la toma del mando, Sherpa viene inyectando recursos a la empresa de manera recurrente. Al principio, para mantenerla a flote. Y después, para dotarla de un colchón mullido que le permita abordar una sólida expansión.

El aporte más reciente ocurrió en diciembre último. Nextil sufrió números rojos, una vez más, durante 2018. Cerró ese ejercicio con unos fondos propios de sólo 2,8 millones. Por consiguiente, requería numerario fresco.

Dicho y hecho, se aprobó una ampliación de capital de 16 millones. De esa suma, 9,8 millones corresponden a la compensación de un crédito que la propia Sherpa tenía concedido a la entidad. Por tanto, tal movimiento no supone entrada de dinero, si bien ahorra el drenaje que representaría la devolución del préstamo. Los restantes 6,2 millones sí entrañan un ingreso en efectivo contante y sonante.

De la mano de Sherpa, Nextil ha ido adquiriendo varias sociedades de pequeño calado. Una es la catalana Anna Llop, productora de tejidos elásticos para trajes de baño. Otra, la portuguesa Sici, confeccionista para marcas de lujo. Así mismo absorbió otras modestas enseñas como Treiss, QTT, Busmartex y Ritex.

La plantilla total del grupo ha engrosado hasta 565 personas. Este guarismo todavía anda lejos de las 2.000 que alcanzó a albergar en su época de apogeo.

Gracias a las incorporaciones y a su propio desarrollo, el plan estratégico de Nextil estima que en 2020 la cifra de negocio rondará los 200 millones. A mi entender, semejante objetivo parece hoy por hoy del todo irrealizable, dado el escaso tamaño actual de la vieja Dogi.

Además, los planes de reavivamiento topan de continuo con unos resultados adversos que no hay forma de desterrar. La compañía lleva prácticamente dos décadas consecutivas en pérdidas.

En tan dilatado periodo, sólo se dieron dos excepciones. Una en 2010, cuando hubo ganancias, pero de orden meramente contable, pues afloraron gracias a las quitas practicadas en la suspensión de pagos. Y otra en 2016, en que el saldo positivo se limitó a 119.000 euros.

DOGI EN CIFRAS (millones euros)
Año Ventas Resultado
2018 73 -9,3
2017 62 -7,1
2016 40 0,119
2015 41 -8,4
2014 40 -9
2013 38 -7
2012 39 -7
2011 38 -15
2010 59 12,8
2009 65 -39
2008 117 -59
2007 136 -22
2006 137 -15,6
2005 144 -0,8
2004 148 -3,4
2003 150 -10,9
2002 189 -3
2001 164 -1,8

Dogi posee sendas fábricas en El Masnou (Barcelona), cuna de su nacimiento, y en Greensborough (EEUU). Este acervo es apenas un pálido reflejo del impresionante parque fabril que llegó a acumular en España, Alemania, China, Sri Lanka, Hong-Kong, Tailandia, Filipinas, Méjico y otros enclaves.

Esa prolífica presencia internacional es fruto de la política expansiva de la casa. Su trasiego de más bulto se formalizó a comienzos del presente milenio. Implicó la compra masiva de factorías en Asia. A la sazón, la batuta ejecutiva recaía en Francisco Reynés, actual presidente de Naturgy-Gas Natural. La familia Doménech, fundadora de la empresa, siempre le culpó del reguero de quebrantos que provocó ese despliegue.

Como consecuencia de ellos, Dogi experimentó graves problemas financieros que a punto estuvieron de desembocar en su naufragio.

La historia de Dogi está señalada por dos hitos descollantes: la salida a bolsa de 1998 y la suspensión de pagos de 2009. La primera significó el arranque de una etapa de vigoroso robustecimiento, si bien acabó como el rosario de la aurora. La segunda reflejó el fracaso de la gestión realizada, que acarreó la ruina de los accionistas.

En el salto a bolsa, los Doménech propinaron un pelotazo de 22 millones limpios de polvo y paja. Años después, soltaron otro de 24 millones por la venta de la fábrica que Dogi ocupaba en el centro de El Masnou, previa recalificación urbanística. La propia dinastía inyectó luego una buena parte de esa fortuna a las arcas sociales, en sucesivas ampliaciones de capital.

Dogi colocó sus acciones en bolsa en 1998 a 6,4 euros. Los primeros cinco días, el cambio fue un auténtico festival. Se dispararó hasta los 15 euros. Veintiún años después de su estreno en el parqué, los títulos cotizaban el viernes último a 0,62 euros mondos y lirondos.

En cuanto a resultados, la casa luce el insólito récord de haber encadenado 18 ejercicios seguidos de déficit, salvo las excepciones antes transcritas.

Sherpa anda sobrada de disponibilidades líquidas y cuenta con músculo suficiente para continuar afianzando a Nextil. Pero de momento, no le sonríe la suerte a la hora de recoger la cosecha de sus siembras.