El primer debate de la campaña electoral del 21D se saldó con más reproches que ideas. Los dos principales partidos independentistas tienen un argumento poderoso para no hablar del futuro --el encarcelamiento de algunos de sus líderes--, pero esa no es la única razón para eludir las propuestas. La otra es que mantienen su propósito de confundir mediante la ambigüedad y el engaño.

En teoría, la vía unilateral ha desaparecido de los programas de ERC y de Junts per Catalunya (JxCat), que se apuntan ahora a la negociación bilateral “con el Estado” para alcanzar la independencia sin hojas de ruta ni plazos. Pero mientras la eliminan de sus programas, Carles Puigdemont no descarta en declaraciones públicas la vía unilateral y Marta Rovira, la secretaria general de ERC, manifiesta que “la vía unilateral no existe, es un invento del Estado”, al tiempo que propugna la desobediencia en la cuestión de los derechos sociales. ¿Cómo creerles? ¿Cómo creer a alguien que es capaz de negar la existencia de lo que hasta ayer mismo defendió con ardor, como es la vía unilateral hacia la independencia, o que sigue diciendo que la República ya existe y solo hay que llenarla de contenido?

A medida que avanza la campaña electoral se acumulan los indicios de que, pese al clamoroso fracaso del procés, si el bloque independentista suma la mayoría volverá a intentarlo

A medida que avanza la campaña electoral se acumulan los indicios de que, pese al clamoroso fracaso del procés, si el bloque independentista suma la mayoría volverá a intentarlo, quizá con matices, pero con la misma determinación, sin importarle los destrozos causados. Los argumentos no han variado. Siguen diciendo que las empresas se fueron por el decreto del Gobierno de Mariano Rajoy que facilitaba los trámites, como si una disposición legal como esa obligara a algo. Siguen diciendo que la fuga de empresas no tiene importancia alguna ni se debe al procés (pero la pregunta es obvia: entonces, ¿por qué se van?). Siguen creyendo que el Estado, que califican de autoritario y débil al mismo tiempo y consideran integrado por “mala gente”, se hunde en la ineficacia y el desprestigio. Siguen convencidos de que si presionan con manifestaciones callejeras, como la del jueves en Bruselas, y con situaciones límite, como fue la DUI, Europa al final intervendrá para obligar a Rajoy a negociar. No les arredra la soledad internacional en que se encuentran porque la fe --y esto cada vez se parece más a una religión-- es ciega. Hay que estar ciego para compaginar el insulto a las instituciones europeas y la petición, como ha hecho Junqueras, de que la UE envíe observadores a las elecciones del 21D para que vigilen el escrutinio.

ERC se ha adentrado en el peligroso terreno de sospechar de un pucherazo, que es lo mismo que calificar de “ilegítimas” unas elecciones a las que te presentas. Coartadas por si pierden. El nerviosismo de Esquerra, a la vista de su caída libre en las encuestas, está justificado. La estrategia personalista de Puigdemont, que ha llegado a sepultar a su partido, el PDeCAT, para formar un Junts per Catalunya que más parece un Junts per Mi, le está saliendo bien a riesgo de exacerbar las divergencias con ERC. La pretensión de que, aunque gane Esquerra, el president debe ser Puigdemont porque otra cosa es legitimar el artículo 155 es un chantaje en toda regla.

La pugna que se produce en el campo independentista entre ERC y JxCat, con la sobrevenida igualdad en las encuestas, puede hacer, paradójicamente, que Arrimadas sea la candidata más votada aunque no pueda formar Gobierno

Las divisiones en el independentismo, sin embargo, tienen el límite de que nadie duda de un pacto poselectoral si consiguen la mayoría. Como se pudo apreciar en el debate de TVE, son mayores los desencuentros en el campo no independentista. Pese a la importancia de las elecciones, en las que el objetivo primordial de las formaciones constitucionalistas debería ser desalojar a los secesionistas del poder, Ciutadans (Cs), el PSC y el PP enfocan la cita electoral como una competencia entre ellos en unas elecciones normales y no excepcionales. Especialmente destacados son los ataques de Cs al PSC porque se disputan parte del mismo electorado y porque la mayoría de las encuestas los sitúan en un codo a codo en la carrera para convertirse en la primera fuerza no independentista, donde el PP, pese a que siempre supera en Cataluña los pronósticos de los sondeos, está ya en fuera de juego.

En este campo la pugna incluye los pactos poselectorales, con vetos recíprocos (de Miquel Iceta y Xavier Domènech a Inés Arrimadas, con Albert Rivera lanzando cada día al PSC a los lindes del independentismo) a la hora de integrar un eventual Gobierno, actitud que facilita la continuidad del procés si ERC, JxCat y la CUP suman la mayoría absoluta.

Sin embargo, la otra pugna, la que se produce en el campo independentista entre ERC y JxCat, con la sobrevenida igualdad en las encuestas, puede hacer, paradójicamente, que Arrimadas sea la candidata más votada aunque no pueda formar Gobierno.