Una de las imágenes que mayor repercusión ha tenido en las semanas navideñas ha sido la de un mosso increpando a un guardia rural con el ya famoso “la república no existeix, idiota”. La escena se produjo durante las manifestaciones del 21 de diciembre, cuando los mossos eran acosados por un numeroso grupo de CDR, que querían impedir la celebración del Consejo de Ministros en Barcelona.

Es sorprendente la extraordinaria repercusión de un suceso muy menor, si bien todo es de esperar en unas redes sociales radicalizadas, en uno y otro sentido. Pero lo más relevante ha sido la respuesta desde las instituciones, en concreto la del conseller de Interior de la Generalitat, a favor de investigar el asunto dada su trascendencia, así como la de numerosos intelectuales afines al procés que lo consideran un suceso muy grave.

Acerca de lo sucedido, pienso que los hechos siempre se deben analizar en su contexto y, en el caso que nos ocupa, el mosso llevaba unas cuantas horas de acoso contundente por parte de los manifestantes. Es en esta situación que debe interpretarse la desafortunada expresión idiota. Acerca de decir que la república no existe, el comentario constata una realidad.

Por otra parte, que un mosso llame idiota a un manifestante, en dicho contexto, me parece mucho menos grave que, por ejemplo, las reiteradas declaraciones de altos representantes del Govern o el Parlament cuando, en un contexto de tranquilidad y desde hace años, afirman que España roba. En cualquier caso, el comentario, y sus posteriores valoraciones no es lo más significativo.

Lo realmente sorprendente de ésta, y muchas otras situaciones parecidas, es que el guardia rural en cuestión acudiera con el uniforme de funcionario público a la manifestación, de manera similar a como, por ejemplo, se ven regularmente bomberos con sus atuendos profesionales. Y lo más relevante, y preocupante, es que este hecho no haya despertado comentario alguno, pese a constituir un ejemplo paradigmático de una concepción sorprendente de la vida en democracia.

Un servidor público tiene la misma libertad que cualquier otro ciudadano en cuanto a sus orientaciones y anhelos políticos. Pero en su calidad de funcionario, y llevar el uniforme es una expresión inequívoca de dicha condición, lo único que le corresponde es la más absoluta neutralidad. En las actuales circunstancias, no debería investigarse a ninguna de las personas que protagonizaron este incidente pero, de hacerlo, es al funcionario que utiliza su uniforme para ir a manifestaciones partidistas en una cuestión que, muy tristemente, divide a los catalanes. Lo comentado no es trascendente por el hecho en sí mismo, sino por lo que refleja de esa confusión tan arraigada en la que vivimos y que, en buena parte, nos ha llevado al desastre actual.

Para acabar con el suceso, al cabo de pocos días las redes sociales subieron súbitamente de temperatura ante el nuevo dato que se dio a conocer: el mosso en cuestión era perico. La conclusión compartida por la mayoría era bien sencilla: “Claro, todo cuadra”.