La intensidad y velocidad con que el coronavirus se ha expandido y paralizado la economía ha superado la peor de las previsiones. La sorpresa ha sido mayúscula, tanto por sus consecuencias directas e inmediatas, como su personalidad de crisis sanitaria.

La catástrofe sorprende por su origen y dimensión, pero conviene recordar cómo muchas voces sensatas venían alertando, de hace tiempo, de que algo tenía que pasar, que ese nuevo mundo construido de manera tan acelerada como desgobernada, presentaba unas carencias y contradicciones extraordinarias. La duda era si la advertencia vendría de una catástrofe medioambiental; de una revuelta popular en un país occidental; de efectos no previstos en la batalla entre EEUU y China por la hegemonía global; o de una desintegración, democrática, del proyecto europeo a partir un brexit tras otro.

Todos esos escenarios, incluido el coronavirus, se alimentan de una misma dinámica, la de una globalización acelerada que nos adentra en un nuevo mundo, que se anuncia cargado de unas bondades que no acaban de llegar para todos y que, por el contrario, rompe con equilibrios del mundo de ayer. Esa suma de fragilidades y contradicciones tenían que explotar por alguna parte.

Ante ello, el día después es de esperar un análisis sereno de qué fue mal, mucho más allá de valorar el acierto de los respectivos gobiernos en la gestión de la crisis sanitaria, que también. Pero la gran cuestión será si optamos por gobernar ese mundo abierto y acelerado o si, por el contrario, los ciudadanos apostamos por una vuelta a lo más cercano como, por cierto, ya viene sucediendo en el mundo occidental.

El debate aparece interesante e imprevisible, pero una primera conclusión que me resulta evidente es que de esta crisis saldrán reforzados los viejos estados nación. Aquellos que se decía que iban a desaparecer, consecuencia de ceder competencias por arriba a la Unión Europea, y por abajo a comunidades y municipios. Pero resulta que en momentos de desorientación y pánico, la mayoría de ciudadanos buscan amparo en esos viejos estados, capaces de activar todos sus resortes. En eso estamos.