Si la política se entiende como el arte de lo posible, podemos concluir que hemos llegado a tal estado de confusión que empuja a dudar entre la ausencia de sentido de Estado o la falta de sentido común entre los rectores políticos actuales. Seguimos dando vueltas a los mismos temas desde hace ya tanto tiempo que hasta las ovejas están hastiadas de aburrimiento. Parece que solo quedase espacio para las ocurrencias. Acaso la noticia más gratificante de los últimos días es el descubrimiento de la obra de arte más antigua: una escena de caza de hace 43.900 años encontrada en Célebes (Indonesia). Comparado con el Brexit, el fracaso de la COP25 o las interminables negociaciones PSOE-ERC, mejor quedarse con el descubrimiento de los arqueólogos australianos. Aunque tampoco está mal la aportación de Miquel Iceta de que en España conviven nueve naciones. Dura tarea le espera a la RAE y a los especialistas para aclarar la sutil diferencia entre nación y nacionalidad, sinónimos según el primer secretario del PSC.

A buen seguro que, si pudiese oírlo, se revolvería en su tumba José Calvo Sotelo, el protomártir de la monárquica Renovación Española, al que descerrajaron un tiro en la cabeza días antes de la sublevación franquista, que dejó para la historia aquello de preferir “una España roja antes que rota”. Pero se ha puesto de moda contar naciones en España, cuando hasta ahora vivíamos tan ricamente. “Entre las cuestiones que en la lucha por la democratización de España deberán ser resueltas con prioridad a otras más generales, está el problema nacional, que es en substancia el derecho de Cataluña, Euzkadi y Galicia a disponer libremente de sus destinos”. Lo dijo en 1970, Dolores Ibarruri, La Pasionaria, en un discurso ante el Comité Central del PCE que se publicó como opúsculo clandestino con el título de España, Estado multinacional. Pues bien, si la tesis de la dirigente comunista puede parecer hoy a alguien una afirmación visionaria, es evidente que se quedó corta: tres veces más. ¡Todo sea por el pacto de investidura!

El batiburrillo que tenemos impide hacer previsión alguna sobre las negociaciones PSOE-ERC que Pedro Sánchez monitoriza cual funambulista e imitador de Gila, telefoneando al enemigo para ver si puede parar la guerra. Ahora se ha sacado de la chistera una artimaña que consiste en tapar con 16 interlocutores más la conversación con uno de ellos, Quim Torra. Todos los presidentes autonómicos serán consultados. Una verdadera dilución de intenciones en un porrón de negociaciones bilaterales desde Moncloa. El inquilino de la Generalitat ya se apresuró a decir que considera la llamada telefónica un gesto “vacío y estéril”. Así que seguiremos esperando.

Lo que realmente está en juego es la investidura del candidato Sánchez, mucho más que la resolución del llamado “conflicto catalán”. Es una cuestión de orden de prioridades: el líder socialista tiene prisa y los republicanos no, sobre todo hasta que el Tribunal de la UE decida el jueves sobre la inmunidad parlamentaria como eurodiputado de Oriol Junqueras, con todo lo que ello puede representar. El tiempo juega ahora, sobre todo, en contra del secretario del PSOE. Algunos barones socialistas ya lanzaron algunas invectivas y otros permanecen en un sorprendente silencio. Silencio mosqueante en Ferraz y Moncloa, pues a medida que pasen los días puede tomar cuerpo la consigna de “cuerpo a tierra que vienen los nuestros”.

CiU se sumergió un buen día en la aventura secesionista y Artur Mas acabó entrando en helicóptero en el Parlament hace ocho años, debido a la marea de protestas que sucedieron a los recortes que impuso. Después, todo ese mundo saltó hecho añicos y, de momento, solo quedan tibios y estériles esfuerzos por recomponer algo de aquello. Ahora, el objetivo de ERC es la hegemonía en el sector independentista, el ejercicio del derecho a decidir, la autodeterminación, la libertad de los presos… Eso sí, todo ello con un aura pragmática. Miquel Iceta ha aludido incluso a los “independentistas demócratas”. Sería bueno que explicase quiénes lo son y quienes no, simplemente para aclararnos, que andamos confusos.

Por cierto, un buen título para un libro: El independentismo pragmático. Cualquier candidato que se precie, tiene uno en campaña. Buena ocasión para que Pere Aragonés, candidato in péctore de ERC a la Generalitat, nos ilustre sobre su pensamiento. De momento, “balones fuera que vamos ganando” y, a ser posible, tratar de repartir ferrocarriles de cercanías, puerto, Zona Franca… el poder económico real, que las penas con pan, son menos. El resto es una lucha de contrarios entre adhesión inquebrantable y mutismo, cobardía y temeridad, pragmatismo y radicalismo.

Mientras tanto, la derecha permanece agazapada, quizá pensando que España ni rota ni roja, sino suya tras nuevas elecciones. Este lunes se verán Pedro Sánchez y Pablo Casado, sin que se sepa bien para qué. El líder de los populares ya dijo que “no espere nada porque va a encontrar un partido que es la alternativa para acabar con la deriva nacionalista y anticonstitucional” de su interlocutor. Hace días sugería a Ciudadanos que se abstuviese en la investidura para que el PSOE no dependa de ERC.

En algún otro momento, aludió a un eventual gobierno socialista pero sin el candidato actual: "Me da vergüenza ajena quién gobierna España". Otro día, será cualquier otra cosa. Para rematarlo, Ignacio Aguado (Ciudadanos) añadía: “No he conocido en mi vida a nadie con menos escrúpulos y menos palabra que Sánchez”. ¡Como para pactar nada!

Todo es posible, así seguimos, diluidos en la difícil búsqueda del mal menor, entre lo deseable y lo inconveniente, entre el recelo y la confianza para un equilibrio que aporte un poco de tranquilidad. Hagan juego, señores; se admiten apuestas para que perdamos todos.