Aparentemente, la renta variable en EEUU goza de una envidiable salud. Durante el actual año, el S&P 500, su principal índice bursátil, ha subido un 25,5% y alcanzado un nuevo máximo histórico (3.153,63 puntos). Lo hizo el 27 de noviembre, un nivel solo un 0,25% superior al que cerró dicho índice el pasado viernes.

Una evolución supuestamente avalada por las cifras macroeconómicas. La economía continúa en una fase expansiva (el PIB creció un 2,1% anualizado en el 3º trimestre), la tasa de desempleo en noviembre (3,5%) se situó en el nivel más bajo desde mayo de 1969, la inflación es reducida (1,8% en octubre) y los salarios aumentan vigorosamente (3,1% anual).

Además, en los dos próximos años, no existe el peligro de que tenga lugar una gran subida del tipo de interés de referencia de la Reserva Federal. Un aumento que contribuyó decisivamente a que el país padeciera las dos últimas recesiones, ocurridas entre marzo y noviembre de 2001 y diciembre de 2007 y junio de 2009. Previamente a ambas, dicho tipo subió del 4,75% al 6,5% y del 1% al 5,25%, respectivamente.

Una baja inflación y la gran influencia que tiene el presidente Trump sobre el banco central de EEUU prácticamente descartan la anterior posibilidad. Aunque teóricamente la Reserva Federal es independiente del poder político, en la práctica ya no lo es, a pesar de haberlo sido completamente en el reciente pasado.

En los últimos 11 meses, la disminución del tipo de interés de referencia desde el 2,75% al 1,75% demuestra su falta de independencia. Este último es un nivel propio de un país que sufre estancamiento económico o recesión. La bajada realizada tenía casi como únicas finalidades satisfacer a Trump y empujar al alza las cotizaciones bursátiles.

A pesar de lo indicado anteriormente, tengo una percepción negativa sobre la evolución futura de los principales índices bursátiles de EEUU. En los próximos 18 meses, estimo que el S&P 500 bajará como mínimo un 30%. Los principales motivos de su caída serán: el padecimiento del mal de altura por parte de numerosos inversores, la carestía bursátil de muchas empresas, la mayor dificultad para sustentar artificialmente las elevadas cotizaciones, la caída de los beneficios empresariales y la desaceleración económica del país.

Entre el 9 de marzo de 2009 y el 6 de diciembre de 2019, el S&P 500 pasó desde los 676,53 puntos hasta los 3.145,91. La revalorización de las acciones fue del 365%. En los próximos meses, unas plusvalías latentes tan elevadas harán que los inversores más prudentes sean más sensibles a las malas noticias que a las buenas, especialmente si las primeras son más numerosas. Un aspecto que aumentará significativamente su predisposición a la venta de títulos.

Para determinar si las cotizaciones bursátiles están o no sobrevaloradas, uno de los ratios más utilizados es el CAPE (también denominado PER Shiller). En el pasado noviembre, el nivel de dicho ratio alcanzado por el S&P 500 fue de 30,01. Un valor solo superado durante la etapa de formación de la burbuja de las empresas puntocom. En marzo del 2000, en el momento previo de su explosión, llegó a su máximo histórico: 43,06.

La principal motivación de la rebaja del impuesto federal sobre las empresas del 35% al 21% era el impulso de la inversión, la productividad y el PIB. No obstante, los directivos han utilizado el beneficio adicional generado por ella para invertir en Bolsa más que en su propio negocio. En otras palabras, lo han empleado principalmente en recomprar acciones e incrementar el dividendo. Ambas actuaciones, pero especialmente la primera, han tenido como objetivo estimular la subida de las cotizaciones bursátiles.

A la mayoría de empresas multinacionales de EE.UU, el proteccionismo de Trump no les beneficia, sino les perjudica. Por un lado, porque sus ventas disminuyen, o aumentan menos de lo que hacían, debido a la desaceleración de la economía mundial. Por el otro, porque sus productos son más caros, ya que están sujetos a aranceles. O para evitarlos, desplazan su fabricación a países donde su coste de producción es superior.

La anterior política comercial provocará importantes caídas de beneficios en numerosas empresas. No obstante, en un primer momento, mediante el uso de la contabilidad creativa, los directivos las disimularán. Es lo que habitualmente ocurre al inicio de un período de cambio de ciclo empresarial. A pesar de ello, en el tercer trimestre, las ganancias de las compañías del S&P 500 ya solo aumentaron a un ritmo del 1,6% interanual.

La disminución de las exportaciones y la inversión en bienes de equipo generada indirectamente por el proteccionismo acabará afectando al PIB y al empleo. La nueva coyuntura llevará al país inicialmente al estancamiento y, después de la gran caída bursátil, a la recesión. Una bajada del tipo de interés de referencia de la Reserva Federal no generará el suficiente impulso para evitarla, pues aquél solo puede disminuir un escaso importe.

En definitiva, las acciones de la mayoría de las empresas de EEUU están caras, pues su valoración no está en consonancia con los beneficios obtenidos por ellas. Por tanto, estimo que en los próximos 18 meses, el S&P 500 bajará como mínimo un 30%. El detonante puede ser cualquier noticia, incluso una relativamente insignificante.

Así pues, los próximos años serán malos para los inversores bursátiles. También para los que invierten en compañías españolas, pues el Ibex también quedará afectado, aunque en una magnitud mucho menor, por la onda expansiva del terremoto bursátil procedente de Wall Street.