El bitcoin vuelve a estar de moda. Así sucede cuando su cotización cobra un gran impulso y registra un nuevo máximo histórico respecto al dólar. En 16 meses y 22 días, la primera criptomoneda ha aumentado su valor en un 363,1%. El 21 de noviembre de 2022 se intercambiaba por 15.776,2 dólares y el 13 de marzo de 2024 lo hacía por 73.066,3 dólares.
Aparentemente, el elevado incremento de su precio ha estado basado en la aprobación de su primer ETF al contado por parte de la SEC (10 de enero de 2024), un inferior aumento de su oferta futura por la menor recompensa otorgada a sus mineros, la expectativa de un incremento de la oferta monetaria debido a la disminución de los tipos de interés de referencia de algunos de los principales bancos centrales del mundo y el efecto manada.
Desde mi perspectiva, el último es el factor clave. No supone una novedad, pues en distintas etapas ha constituido la principal explicación de un gran aumento del importe del bitcoin. También la de todos los títulos cuyo precio de mercado es sustancialmente superior al establecido por cualquier valoración objetiva, debido a la existencia de una burbuja en su cotización.
En los activos especulativos, los inversores se dividen en dos grandes grupos: los que siguen la corriente y los que buscan las oportunidades. Los primeros compran los anteriores valores cuando su precio lleva días, o incluso meses o años, subiendo. Lo hacen porque están convencidos de que el futuro es una repetición del pasado, creen que aún están a tiempo de apostar al caballo ganador y no quieren desperdiciar la gran oportunidad que algunos de sus amigos y parientes han aprovechado desde hace un tiempo.
Los segundos los adquieren cuando consideran que están baratos. Su principal cualidad consiste en encontrar gangas, tanto si en el mercado existe o no un período de rebajas. Adquieren acciones de una empresa si estiman que el mercado infravalora sus beneficios futuros y otorga una excesiva importancia a sus puntos débiles y escasa a sus fortalezas. Lo hacen con los bonos y obligaciones, cuando esperan una disminución de su tipo de interés nominal y un aumento significativo de la solvencia del país o compañía.
Por regla general, los inversores de la tipología inicial superan claramente a los de la posterior, especialmente entre los jóvenes y los que no invierten con frecuencia en los mercados financieros. En primer lugar, porque es más fácil detectar un activo cuyo precio ha aumentado considerablemente que uno barato. En segundo, debido a la mayor publicidad realizada del primero, ya sea en medios de comunicación convencionales o en redes sociales.
Las últimas han contribuido decisivamente a lanzar la cotización del bitcoin en distintos momentos de su corta vida. Han divulgado sus grandes virtudes, que para mí no son tales, y ocultado sus muchísimos defectos. También han asimilado las ventajas de una tecnología sumamente prometedora (el blockchain) a las de un activo financiero basado en ella. Incluso, algunos influencers han convencido a numerosos jóvenes de la existencia de una nueva religión (las criptomonedas) que les llevará a ser libres, millonarios y a vivir sin trabajar.
La inexistencia de un banco central prestigioso que controle la oferta de bitcoins no es una ventaja, sino un inconveniente. Un magnífico ejemplo lo ofrece la Unión Monetaria Europea, un proyecto común joven, pues recientemente ha cumplido su 25 aniversario. En la pasada década, la combinación de la explosión de una burbuja inmobiliaria, una crisis bancaria y la aplicación de la austeridad económica puso en duda su continuidad.
En el verano de 2012, cualquier duda respecto a la moneda única fue despejada por Draghi, el presidente del BCE, cuando dijo las palabras mágicas: “Dentro de nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente”. Nadie dudó de la veracidad de su frase, pues la entidad tenía los mecanismos financieros necesarios para cumplir con lo prometido.
Ningún algoritmo, por bueno que sea, tiene la credibilidad ni dispone de los medios de un gran banco central para sostener la cotización de una moneda. No obstante, la primera cualidad es más importante y difícil de obtener que la segunda. El ejemplo más famoso de lo anteriormente indicado es proporcionado por el token Terra Luna.
Entre el 4 y el 15 de mayo de 2022, las dudas sobre el manteamiento de la paridad con respeto al dólar de su stablecoin provocaron a los propietarios de Terra Luna una pérdida del 99,8%, al pasar su cotización de 86,16 a 0,0002 dólares. A diferencia de Draghi, su creador (Do Kwon) no pudo hacer nada útil para girar al alza su precio y recuperar al menos una sustancial parte de lo perdido. En la actualidad, una unidad equivale a 0,8 dólares.
En el siglo XIX, la nueva tecnología ferroviaria constituyó un importante hito. No obstante, una gran parte de las inversiones basadas en ella fueron desastrosas. El principal motivo fue una exageración de sus ventajas y de la rentabilidad de cualquier proyecto. En 1868, la explosión de la burbuja de los ferrocarriles provocó la quiebra de más de la mitad de los bancos españoles y la mayor caída del PIB en tiempos de paz desde la fecha (un 13,3%).
La escasez de una divisa, entendiendo como tal la existencia de un límite a la creación de unidades, no constituye ningún argumento para justificar su elevado precio. Un ejemplo de Perogrullo es la comparación entre el dólar y el peso argentino. Hay muchas más unidades en la economía mundial de la primera divisa que de la segunda. No obstante, en la actualidad la moneda norteamericana vale 852,2 veces más que la sudamericana.
Debido a los anteriores motivos, el bitcoin me parece una mala inversión y una peligrosísima especulación. En primer lugar, porque desconocemos cuál es su precio objetivo, incluso uno aproximado a él. No se parece en nada a una acción, una obligación, una obra de arte o un sello único. En relación con los dos primeros activos, existen métodos de valoración que permiten determinar su importe, a pesar de que numerosas veces su cotización se sitúa por encima y por debajo de él.
Los dos últimos proporcionan a su poseedor la satisfacción de contemplarlos, deleitarse y presumir de ellos ante sus familiares y amigos. Su valor de mercado depende de variables nada objetivas. Por eso, en numerosas ocasiones su venta se realiza mediante una subasta al alza, pues es muy difícil de conocer, incluso por los grandes especialistas, la cuantía máxima que alguien está dispuesto a pagar por ellos. No guardan ninguna similitud con el bitcoin, pues no existe una sola unidad de la criptomoneda ni se extrae ningún placer de su visión.
En cambio, la elevada volatilidad y el gran volumen de transacciones de la criptomoneda más célebre constituyen dos magníficas cualidades para atraer a los especuladores. La primera les permite obtener cuantiosas ganancias en un corto período de tiempo, pero también puede conducirles a grandes pérdidas. La segunda hace posible una rápida desinversión, pues es muy fácil encontrar alguien dispuesto a comprar bitcoins, aunque a veces solo a un precio sustancialmente inferior al del día anterior.
No obstante, constituye una peligrosísima especulación. En primer lugar, porque desconocemos si la criptomoneda está cara o barata, pues no poseemos ningún indicador solvente que nos permite efectuar una valoración objetiva. Incluso, es dudoso que el bitcoin tenga algún valor, tal y como indica el BCE en un reciente informe. Por tanto, ni mucho menos es descartable la pérdida de la totalidad del importe invertido.
En segundo, debido a que la inversión en dicho token es sumamente opaca. En otras palabras, la especulación la hacemos con los ojos cerrados. Desconocemos quiénes son sus principales tenedores, el porcentaje de bitcoins que poseen, la procedencia lícita o no de su dinero y su capacidad para manipular su cotización.
En definitiva, un aumento del precio del bitcoin no convierte a la criptomoneda en una magnífica inversión, aunque la cotización de una unidad se sitúe en 100.000 dólares. De manera directa, con el anterior token no se puede comprar casi ningún bien o servicio. En cambio, en numerosas naciones con el dólar es posible la adquisición de casi lo que sea. Por tanto, atenta contra el sentido común que la primera divisa valga mucho más que la segunda.
Dicho incremento tampoco transforma a las operaciones con la criptomoneda más antigua en una magnífica especulación, pues no existe ninguna referencia válida de su valor aproximado en la actualidad o en el próximo futuro. Por tanto, desconocemos si en la coyuntura actual debemos comprar, mantener o vender. No obstante, a diferencia de la inmensa mayoría de las acciones y bonos, sí existe el peligro de perder todo el dinero invertido. En muy pocos días, es casi lo que ocurrió en 2022 con el token Terra Luna.
Debido a los anteriores motivos, el bitcoin me parece simplemente humo. Incluso más que los bulbos de tulipán cuyo precio en el siglo XVII superó al de las casas situadas en las orillas del canal más emblemático de Ámsterdam. Los segundos tenían un valor como materia prima agrícola, aunque fuera escaso. La criptomoneda ni tan solo eso, a pesar de la gran publicidad realizada por algunos sobre sus supuestas ventajas.