En la renta variable, el número de inversores que invierten a corto plazo supere con creces a los que se fijan únicamente en el largo término. Por eso, y por la gran volatilidad de las cotizaciones bursátiles, los inversionistas están muy atentos a la evolución del precio de las acciones o al valor liquidativo de los fondos de inversión que invierten en ellas. Una elevada información ayuda a elegir un buen momento para adquirir un título y uno adecuado para venderlo. Una elección acertada de ambos es el sueño dorado de los cortoplacistas.
En nuestro país, los que invierten en Bolsa, ya sea a corto como a largo plazo, son una minoría. Según un estudio de la CNMV, en el período 2019–2020 solo un 14% de los encuestados había invertido directamente acciones y un 9% poseía un fondo de inversión de renta fija o variable. Unos datos cuya principal explicación está en el desconocimiento del funcionamiento del mercado bursátil por una gran parte de la población y en la posibilidad de perder en él una sustancial parte o incluso la totalidad del capital invertido.
A diferencia de los anteriores inversores, a la mayoría de la población, compuesta por los que no poseen ni directa ni indirectamente acciones, les importa escasamente lo que suceda en la Bolsa. Les da igual si sube o baja, si lo hace mucho o poco, pues están convencidos que su evolución no va a afectarles ni positiva ni negativamente a su renta, riqueza, negocio o a sus oportunidades laborales.
Están muy equivocados, pues a un gran número les favorecerá que las cotizaciones bursátiles suban y les perjudicará su descenso. Una creencia derivada de observar únicamente las repercusiones directas de los principales índices bursátiles sobre la economía del país y obviar las indirectas. Si consideramos las últimas, la evolución de la Bolsa puede afectar significativamente a las cinco variables esenciales que componen el PIB: consumo privado, inversión de las empresas, gasto público en bienes y servicios, exportaciones e importaciones.
La coyuntura económica influye notoriamente en el mercado de acciones. Así, por ejemplo, si existe un elevado crecimiento de la actividad empresarial y una disminución de la inflación, es muy probable que las cotizaciones bursátiles evolucionen al alza. Es lo que sucedió en España entre el 1 de enero de 1995 y el 31 de diciembre de 1999, un período en el que el Ibex 35 se revalorizó un 277%.
Sin embargo, además de sobre el PIB, la Bolsa también puede repercutir significativamente sobre variables aparentemente desligadas de ella, tales como las ventas obtenidas por las pymes, la evolución de la ocupación y el crecimiento de los salarios. Así sucedió en EE.UU en 2001 y 02 cuando la explosión de la burbuja especulativa de las empresas puntocom, junto a un elevado aumento previo de los tipos de interés, generó un incremento insatisfactorio (1% y 1,7%, respectivamente) de la producción en ambos años.
Un elevado incremento de las cotizaciones bursátiles aumenta el patrimonio de los inversores (efecto riqueza). Sus ganancias, ya sean potenciales o reales, les llevan a gastar más y a impulsar el PIB, pues en la mayoría de las economías desarrolladas el consumo privado suele ser el principal motor de la actividad económica. En España, en 2022 dicha rubrica permitió absorber el 55,8% de la producción.
El aumento del gasto de las familias impulsa las ventas de las empresas y en algunas ocasiones también provoca un incremento del precio de sus bienes y servicios por encima del de sus costes de producción. Por tanto, una sustancial parte de las compañías, coticen o no en Bolsa, mejoran sus resultados, pudiendo estar entre ellas tanto las que poseen un gran tamaño como las que son unipersonales.
El incremento de las ganancias conduce a una alza de los dividendos repartidos a sus propietarios y de las reservas de las compañías. Además de impulsar el gasto de los hogares, los primeros estimulan la inversión, pues sus accionistas tienen más incentivos para invertir en nuevos proyectos empresariales y consolidar los ya emprendidos. Las segundas aumentan el músculo financiero de las anteriores firmas, les permiten aumentar su capacidad de producción y facilitan su entrada en nuevos mercados y líneas de negocio.
Un elevado incremento de las cotizaciones bursátiles favorece la suscripción de un gran número de ampliaciones de capital en empresas cotizadas, la salida a Bolsa de otras consolidadas con una capitalización sustancialmente superior a la obtenida en una coyuntura normal y la aparición en el parqué de numerosas startups con elevadas pérdidas. En los momentos de euforia bursátil, el mercado asume casi cualquier aumento de papel
La facilidad para levantar capital por parte de las empresas puede aumentar sustancialmente la inversión y la productividad. No obstante, es más probable que impulse la última si el dinero captado es destinado a financiar empresas tecnológicas en lugar de a constructoras y promotoras.
Históricamente, nuestro país ha suspendido en dar apoyo a las primeras y obtenido un excelente en favorecer a las segundas. En España, no hubiera existido una burbuja inmobiliaria si no hubiera habido entre 2005 y 2007 una generosa financiación extranjera, canalizada por bancos y cajas, a compradores de viviendas y promotores de edificios.
El nuevo contexto económico propiciado por las alzas bursátiles beneficia a una significativa parte de los trabajadores desde tres diferentes vías: permite acceder a una ocupación a algunos que no tenían una, conseguir un mejor empleo a los que ya poseían un trabajo y lograr un superior aumento salarial en la empresa donde están. En el último caso, influyen decisivamente dos factores: los elevados beneficios obtenidos por la compañía y el creciente peligro de que sus mejores empleados sean captados por la competencia.
El elevado crecimiento de la producción genera un sustancial incremento de la recaudación de la Administración. El dinero extra obtenido tiene un triple destino: un incremento de las prestaciones públicas, una reducción de impuestos o una disminución del déficit público. En el primer caso, los hogares consiguen un aumento de su calidad de vida, en el segundo de su poder adquisitivo y en el tercero una mejora de su posición económica en un próximo futuro.
En definitiva, aunque no inviertas en Bolsa, te interesa que aumente el precio de las acciones. No obstante, de ninguna manera te conviene que lo haga en una elevada medida y una etapa alcista acabe dando lugar a una burbuja especulativa. Si así sucede, cuando esta explote, los inversores serán los más perjudicados, pero tú también quedarás afectado. El ejemplo más famoso lo constituye las repercusiones del crack del 29 sobre los trabajadores, tanto si se dedicaban a la agricultura como a la industria o eran empleados de banca.
Una coyuntura alcista bursátil puede proporcionarte un mejor empleo, un mayor aumento de su salario, un incremento de los beneficios obtenidos por tu pyme, menores impuestos, más prestaciones públicas y un aumento de la calidad de la ya existentes. No lo hará directamente, sino de forma indirecta a través de múltiples mecanismos económicos.
A pesar de ello, los beneficios obtenidos por el alza bursátil serán sustancialmente inferiores a los de los inversores que arriesgaron su dinero y adquirieron acciones. No obstante, para que así suceda, los últimos deben vender sus títulos antes de que cambie el ciclo. Las verdaderas plusvalías jamás son las latentes, sino las efectivas. Una lección que casi ningún inversor novato entiende y conoce muy bien cualquier experimentado.