Este lunes un grupo de activistas trans boicoteó la presentación en la Casa del Llibre de la obra Nadie nace en un cuerpo equivocado, de los psicólogos y catedráticos José Errasti y Marino Pérez Álvarez. Aunque el acto se inició con relativa normalidad, fue interrumpido casi al final porque los manifestantes, al parecer, amenazaban con pegar fuego al establecimiento con los asistentes dentro.
Los Mossos, por prudencia o tal vez atendiendo a los ruegos de los amos de la librería, instaron a su desalojo, y el establecimiento bajó la persiana. Los participantes salieron a la calle bajo una lluvia de insultos y algún que otro objeto, mientras los autores tuvieron que esperar dentro unos 40 minutos a que la calle estuviera despejada para evitar el riesgo de ser agredidos.
No es la primera vez que los grupos trans exhiben intolerancia con la excusa de que los argumentos en el otro lado lado son transfóbicos porque se atreven a cuestionar los efectos de hormonar o mutilar a adolescentes que quieren cambiar de sexo. El título del libro en cuestión es provocativo, pues pone el dedo en la llaga del asunto, pero defiende un punto vista documentado y serio, donde el respeto hacia las personas que sufren disforia de género es absoluto.
En Twitter, la Crida LGTBI cantó victoria: “Lo hemos conseguido, ni un paso atrás contra la transfobia”. El debate sobre el sexo biológico y el generismo enciende los ánimos, no solo aquí, sino en otros muchos países. Pasiones que son identitarias, pues los grupos trans pretenden que su punto de vista es el único legítimo, donde no caben matices, y acusan al discrepante de perpetrar un delito de odio. De la condición de víctimas, pues las personas transexuales han sufrido hasta no hace muchos años una violencia y marginación social terrible, a la de inquisidores de lo políticamente correcto.
Días antes, el profesor Francisco Longo, reflexionaba en un tuit: “La respetabilidad adquirida en Occidente por los negacionistas del sexo biológico está haciendo tambalearse mi creencia en la superioridad epistémica de las democracias”. Imposible añadir nada más.
El lamentable incidente de este lunes es un exponente más de las tensiones que provoca la agenda queer, que en España tiene como centro de gravedad la polémica sobre la ley trans, de la ministra Irene Montero, que ha sido un amargo trágala para el sector feminista del PSOE.
En cualquier caso, el debate es legítimo y está lleno de matices. Lo que llama reiteradamente la atención --y hay que denunciar-- es la intolerancia con la que actúan los grupos trans, tanto en la calle como en las redes sociales o en el debate público. Cuidado pues con el trans-fanatismo.