Parece que Dimas Gimeno, presidente de El Corte Inglés, tiene los días contados en la cima de la compañía. Sus primas, las hermanas Marta y Cristina Álvarez Guil, están decididas a descabalgarlo del sitial y han desatado las hostilidades.

Meses atrás ya le desposeyeron de todas las funciones directivas y colocaron a su vera a dos consejeros delegados. Ellos lideran hoy realmente la gestión diaria con amplios poderes. En cambio, Gimeno solo desempeña funciones de tipo representativo. Dicho con otras palabras, es un simple “florero”.

A lo largo de su dilatada historia, la cúpula de El Corte Inglés fue un oasis de paz empresarial. Se asomaba a los periódicos una vez al año, con ocasión de la junta general, que se reúne tradicionalmente a finales de agosto. Se aprobaban las cuentas, se daba a la luz una nota informativa que al día siguiente los medios reproducían con fruición, y hasta el año siguiente.

El recordado Isidoro Álvarez, sobrino y sucesor del fundador Ramón Areces, ejerció de director general desde 1966. En 1989 ascendió a la presidencia. Ahí siguió hasta su fallecimiento en 2014.

En el cuarto de siglo de su fecundo mandato, las ventas de la casa escalaron de 3.200 a 15.000 millones de euros. Semejante dato resume como pocos la expansión realizada.

Isidoro Álvarez es un personaje irrepetible. Recuerdo que hace bastante tiempo departí con él a pie firme durante casi media hora. Yo acababa de almorzar en un restaurante de Barcelona con los hermanos Christian y Patrick Pérez, a la sazón dueños de los almacenes andorranos Pyrénées y Andorra 2000.

A la salida, coincidimos con Isidoro, que había comido en un reservado del mismo establecimiento junto con otros directivos de su empresa, entre ellos Josep Miquel Abad, máximo responsable del grupo en Cataluña y, antes, uno de los artífices del éxito de los Juegos Olímpicos de 1992.

Los Pérez me presentaron a Álvarez, de quien eran viejos conocidos por su pertenencia al mismo sector. Y le solté a bocajarro: “Don Isidoro, usted empuña la batuta de una compañía muy poderosa, situada entre las mayores de España. Pero, en términos relativos, Pyrénées es mucho más importante, pues representa algo así como la quinta o sexta parte del PIB de Andorra”.

Álvarez soltó una larga carcajada: “Nada más cierto que lo que usted acaba de decir --apostilló--. Los logros de la familia Pérez son impresionantes”.

Isidoro dejó dicho que, a su muerte, le sucediera en la jefatura máxima su sobrino Dimas Gimeno. No en vano, ya desde muy joven le venía preparando y le había hecho recorrer sucesivamente todos los departamentos de la casa. Cuatro años después de la desaparición de Isidoro, su legado está a punto de saltar hecho añicos por las escaramuzas que se han desatado en la cumbre de la firma.

Los paquetes accionariales más copiosos obran en poder de la Fundación Ramón Areces, en la que mandan ejecutivos cercanos a Marta y Cristina Álvarez, seguida por las propias hermanas. Dado que entre ellas y la fundación copan la mayoría del capital, dicho queda que, en última instancia, las Álvarez dominan el cotarro.

Cuando se huele sangre, los buitres acostumbran a sobrevolar la presa. En el capital del gigante ya hay uno, el inversor Hammad bin Jazzim bin Jaber al Thani, de Qatar, en el golfo Pérsico. Tres años atrás se hizo con el 10% por 1.000 millones. Esta participación rondará el 14% el próximo verano, en virtud de los acuerdos suscritos en su día.

Las luchas exacerbadas en los órganos de gobierno de las empresas siempre acarrean consecuencias funestas. Se sabe cómo comienzan, pero nunca cómo acaban. Los medios propagan a diario los navajazos entre los contendientes. Hay que yugular el escándalo, antes de que sus efectos sean irreparables. Los 92.000 empleados, la mayor plantilla privada de España, lo agradecerán.