El infame escándalo de corrupción que protagoniza el PSOE ya ha hecho correr torrentes de tinta. Las ramificaciones alcanzan incluso a Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez.

En el núcleo del embrollo anida Koldo García, que ejerció de chófer, asesor y mano derecha e izquierda del todopoderoso exministro de Transportes, José Luis Ábalos.

Koldo, cuya detención le deja literalmente achicharrado, se embolsó junto con sus secuaces, unas comisiones astronómicas por la venta de mascarillas al Gobierno tras estallar la pandemia.

Tres cuartos de lo mismo acontece con su exjefe Ábalos, que lleva la nadería de 41 años como servidor público y tiene más conchas que un galápago. En tan dilatado periodo fue uno de los capitostes del partido, a las órdenes del jefe supremo Pedro Sánchez.

El caso salpica de lleno, asimismo, a la mallorquina Francina Armengol, presidenta del Congreso; a Salvador Illa, ahora diputado del Parlament de Cataluña; y al ministro canario Ángel Víctor Torres.

Illa era titular de Sanidad cuando se cometió el gigantesco desfalco. Armengol y Torres encabezaban sus respectivas comunidades autónomas. Adquirieron material sanitario inservible a la trama, que les cargó brutales sobreprecios.

Tampoco se libra del chorreo de acusaciones el gran preboste de Interior, Fernando Grande-Marlaska. Ocurre que alguien de su departamento sopló a los rufianes que la policía andaba tras ellos. Así dispusieron de un tiempo precioso para destruir todo tipo de pruebas acusatorias.

A estas alturas del 3 de marzo, es ocioso añadir que nadie se ha tomado la molestia de asumir responsabilidad alguna ni ha dimitido. Este verbo solo muy raramente se conjuga en España. Y los cabecillas siguen aferrados a sus cargos como lapas.

El historial del navarro Koldo da para escribir un libro. Antes de su entrada en la política, ejerció labores de vigilante de seguridad, que completaba los fines de semana como portero de prostíbulos. En semejantes desempeños propinó palizas por las que fue condenado a dos años y cuatro meses de cárcel.

Su larga militancia en el PSOE le sirvió para que su paisano Santos Cerdán, actual mandamás de la formación, lo catapultara a Madrid, donde Koldo devino un fiel servidor de Ábalos. El cese de éste como ministro de Transportes en julio 2021 nunca se explicó, ni el propio interfecto lo aclaró. A la sazón, los mentideros lo relacionaban con una vida privada disoluta. El descubrimiento del gatuperio confiere a la caída de Ábalos una dimensión todavía más aparatosa.

No está de más recordar que entre marzo y mayo de 2020, con la población entera confinada en sus hogares, el Gobierno sanchista se lanzó masivamente a comprar cubrebocas y otros artículos sanitarios en China.

En esas adquisiciones derrochó nada menos que 2.000 millones de euros, de forma arbitraria y sin control alguno. Para ello recurrió a intermediarios sin escrúpulos, que sacaron unas tajadas enormes.

Tales episodios encierran un atraco abominable. España estaba sumida en una debacle social en toda regla. Cada día fallecían docenas de personas por el coronavirus. En la mayoría de los casos lo hicieron en la soledad absoluta de los hospitales y las residencias, porque sus familiares no pudieron acompañarles durante los últimos momentos de sus vidas.

Una colección de cuatreros aprovechó esas aciagas circunstancias para apropiarse del dinero de los contribuyentes con una voracidad diabólica.

El caso Koldo es una más de la sucesión de tropelías inmundas que los socialistas perpetraron desde la llegada de la democracia. El célebre lema “100 años de honradez” suena hoy a broma de mal gusto. Los del puño y la rosa acumulan tal alud de mangancias que es imposible resumirlas en un artículo.

Basta recordar unas pocas “perlas” siniestras. El saqueo de los fondos de los huérfanos de la Guardia Civil por parte de Luis Roldán, director general de la Benemérita. El botín de los ERE en Andalucía a costa de los parados de la región, que significó un pillaje de casi 700 millones, fundido entre otros menesteres en juergas, cocaína y prostitutas. O el desvalijamiento de los cursos de enseñanza, asimismo en Andalucía, cifrado en más de 1.000 millones.

O los recientes desmanes del exdiputado canario Juan Bernardo Fuentes, alias Tito Berni, quien de la mano del conseguidor Marco Antonio Navarro, amañaba en Madrid subvenciones para empresas de las islas, a cambio de copiosas mordidas. Luego, celebraba los mangoneos con sus compadres congresistas en los lupanares de la capital.

Los espeluznantes latrocinios descritos ponen de manifiesto que discurren los lustros y las décadas, pero el veterano PSOE siempre vuelve a las andadas. La cabra tira al monte.