El periodista y escritor Daniel Bernabé, autor de 'La distancia del presente' / DB

El periodista y escritor Daniel Bernabé, autor de 'La distancia del presente' / DB

Pensamiento

Daniel Bernabé: “El independentismo ha apuntalado el régimen renovado de Felipe VI”

Bernabé, autor de 'La distancia del presente', considera que el independentismo se ha situado en una esfera "fuera de la realidad"

21 febrero, 2021 00:00

Daniel Bernabé (Madrid, 1980) provocó una gran polémica con su anterior libro, La trampa de la diversidad, (Akal), en la que recogía esa crítica a la izquierda por refugiarse en la política de la identidad dejando de lado las propuestas en el terreno económico. El periodista y escritor señala ahora en La distancia del presente, (también en Akal), cómo ha evolucionado la democracia española en diez años que han sido decisivos, entre 2010 y 2020. Las peleas entre el PSOE y el PP, y los desajustes en el centro-derecha han dado pie a fenómenos como Vox. Pero han surgido presiones desde la periferia. Y el independentismo, si tenía la vocación de acabar definitivamente con el régimen del 78, utilizando la etiqueta de la izquierda alternativa, ha logrado justo lo contrario. Lo señala Bernabé en esta entrevista con Crónica Global: "El independentismo ha apuntalado el régimen renovado de Felipe VI”, señala.

--Pregunta: Usted ha analizado en La distancia del presente toda la década anterior, entre 2010 y 2020, como un compendio sobre la crisis de la democracia española. ¿Todo cambia en mayo de 2010, con el plan que impone la Comisión Europea al Gobierno español? ¿Qué marca ese momento?

--Es el instante en el que Rodríguez Zapatero, que representa la soberanía, la pierde en beneficio de los mercados, que le tuercen el brazo. Se inicia un cambio de rumbo en el Gobierno. Y se debe decir que aquellos famosos ‘brotes verdes’ que el Ejecutivo destacaba eran ciertos. Se habían producido, con indicadores claros en ese sentido. Pero se produce un segundo embate por parte de los fondos de inversión, y con el poder del mercado al frente, que están al margen del control democrático, que condiciona la política.

--¿Se experimentó, entonces, con Grecia, primero, y España después?

--Los recortes en España fueron durísimos. Comenzaron en 2010, y todavía no se han corregido. Hubo una destrucción de la inversión pública. Y se reclamaron esos recortes que no sirvieron de mucho, porque se decía que si se gastaba menos la prima de riesgo bajaría, que todo se podría poner en su sitio. Pero no valió para nada, hasta que no intervino Draghi. Hubo una clara intencionalidad política para destruir los avances sociales en el sur de Europa, para crear unas condiciones marcadas por Alemania. Y que esos países regresaran a una posición secundaria.

--El país se reajusta en ese momento. Pero, ¿cuándo España cambia su modelo? Iñaki Gabilondo ha insistido en estos últimos años en que España se había caracterizado siempre por su austeridad, por unas clases medias que no querían vivir endeudadas y que el cambio se produce con los gobiernos de Aznar.

--Las posiciones reales las marcan los poderes económicos. Y debemos recordar que había presentadores de informativos que vendían hipotecas en la televisión. Desde el punto de vista moral, no se puede decir nada, porque cada uno es responsable de un mayor o menor endeudamiento. Pero es cierto que hubo un cambio. España había sido un país que nunca había tenido demasiado de nada, con generaciones que habían vivido la Guerra Civil y la posguerra. Y el cambio yo lo sitúo con la llegada del euro. Pese a ser un análisis sociológico aventurado, entiendo que con el auge de una tecnología accesible, con la vivienda unifamiliar y el segundo coche se produce un cambio en la mentalidad del país, que tiene mucha ideología detrás. Y el país va en una dirección equivocada.

--Lo cierto, como se expone en el libro, es que España adopta un modelo muy anglosajón, al aparecer como uno de los países más endeudados junto a los anglosajones, a diferencia de otros países europeos, con modelos distintos.

--Es interesante, porque se produce un cambio de paradigma. España había tenido una relación diferente con la economía y el mercado. Se pensaba que era un bien social. Los negocios se consideraban como una aspiración social, pero se adopta ese paradigma que viene a ser una colonización por parte del modelo neoliberal. Y empezamos a entender todas las variables en clave anglosajona.

--Algunos economistas sostienen ahora que la entrada en la Unión Europea comportó una división de la economía clara y compartimentada en la que los países del sur se iban a encargar del sector servicios, y que la industria se frenó en países como España para cumplir con ese plan.

--Yo creo que sí, que se puede interpretar de esa manera. Se nos mintió, desde fuera y desde dentro. Y es que en el norte de Europea se ha quedado todo, con una industria enorme que abastece al resto. En España ha quedado poca cosa y el gran problema es que en muchas zonas lo único que hay es una industria de distribución. Sólo en el norte de España se aguanta con cierta potencia. Europa llegó con una cara amable, pero con una carga de dominación política. Y nuestras elites lo aceptaron, con un modelo basado en la especulación y la corrupción. Ni en ese momento pesó el espíritu nacional.

Daniel Bernabé, autor de 'La distancia del presente' / DB

Daniel Bernabé, autor de 'La distancia del presente' / DB

--¿Las élites quieren un cambio en el modelo productivo?

--Vamos a pensar que sí. A nivel global se trata de una cuestión de supervivencia, debido al cambio climático. Ese factor y la digitalización puede llevar a políticas que superen la parálisis del capitalismo, que dura ya más de diez años. En España tenemos un modelo en el que las grandes empresas del país forman un poder claro y rocoso, que, en algunos momentos, está por encima del poder de la Moncloa. Los fondos europeos deben servir para reestructurar la economía española. Pero hay que decir que no está claro que se pueda ir en esa dirección.  

--En la década en la que ha pasado de todo en España, se produce también una oportunidad, valorada por muchos. Por otros se vio, en cambio, como un peligro. El hecho es que no sucedió, y me refiero al acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos, tras las primeras elecciones generales de 2019, que hubiera supuesto una mayoría absoluta en el Congreso, necesaria para plantear reformas.

 --Veo antes un proyecto de Restauración felipista, con el Rey Felipe. De alguna forma, los poderes del Estado tenían pensado un plan con Susana Díaz al frente del PSOE y con Soraya Sáenz de Santamaría como líder del PP, y con Felipe VI asentado como jefe del estado. Y que Ciudadanos actuara como visagra entre ambos partidos. Con ese esquema se podía caminar otros 40 años de democracia. Pero salió mal. No digo que haya mandatarios en la sombra que trataran de implementar ese modelo, pero se presionaba en esa dirección. Al final, las cosas no salieron de ese modo. Y se reconfiguró todo. Mi temor es que se apueste ahora sin disimulo por la ultraderecha, como hace la prensa conservadora de este país. Y todo porque se obstaculiza unas políticas que piden una subida de impuestos, que no plantean una revolución, sino sólo un modelo socialdemócrata claro.

--Desde la periferia, como Cataluña, pero también desde la izquierda alternativa, se señala que el llamado ‘régimen’ del 78 es producto de un acuerdo entre los grandes partidos, como el PSOE y el PP. Pero las dos fuerzas políticas no han dejado de oponerse, con fuertes conflictos entre ellas.

--La idea de que se trata de dos partidos similares, no es cierta. Lo que ocurre es que, con las limitaciones que conlleva la política económica, con modelos parecidos, las diferencias se centran en lo simbólico, en los derechos civiles. Sin embargo, hay que recordar que Rodrigo Rato o Pedro Solbes han pertenecido a la misma escuela económica. En todo caso, si hay un partido del que dependa la estabilidad del sistema es el PSOE, no el PP. El PP pasa por una situación muy complicada, con el riesgo de que ascienda Vox, a pesar de que eso podría inquietar a las grandes fortunas de este país, que sí podrían preocuparse por la inestabilidad que podría generar.

--La guerra cultural entre los dos grandes partidos es enorme, y se acusan mutuamente de haber roto el consenso de la transición. ¿Quién lo rompe, Rodríguez Zapatero con sus políticas de derechos civiles?

--El consenso se rompe desde el lado del PP, con la fundación Faes y tras la derrota en las elecciones, con el segundo mandado de José María Aznar. El PP se da cuenta de que, incluso con una mayoría absoluta, no puede llevar a cabo sus políticas y que la contestación la tiene en la calle. Han forzado una situación que se comprueba ahora veinte años después. Se aprovechaban los éxitos deportivos para exhibir un nacionalismo español, con una bandera que se ha acabado utilizando contra el otro, contra otros nacionalismos y contra los ‘malos’ españoles de izquierda. Algunos medios de comunicación llevaron a cabo un revisionismo total sobre la Guerra Civil y todo eso ha acabado en un partido como Vox. Querían llevar al PP a la derecha, y lo que han conseguido es la creación de Vox.

--Pero, ¿Vox no es, también, o, principalmente, el resultado de esa fricción tan fuerte y constante entre PP y PSOE?

--Sí, pero hay otro factor, y es que, entre 2010 y 2014, entre la huelga general y las marchas del 15M, se produce una gran preocupación. Los poderes económicos no saben cómo encarar esa situación. Pero lo acaban haciendo, y se pone en marcha una acción mediática, con el Estado y la cúpula policial, y se apuesta por un guante de seda con la ultraderecha. Cuando se habla del Ibex 35, no se trata de que dominen de una forma clara, pero sirve de metáfora. Lo que hay es una enorme influencia, aunque sus acciones no son inmediatas. Hay una parte que apuesta por un PP moderado y un PSOE moderado, pero hay otra parte que tienen connotaciones franquistas, que se inclina por la ultraderecha de Vox. Y en eso también está una parte del PP, la del PP madrileño.

--¿A Podemos le interesaba realmente estar en el Gobierno, o podía haber influido desde fuera?

--Tengo claro que Podemos hizo bien en participar en el Gobierno, otra cosa es que eso acabe siendo positivo para su organización política. Pero no se consigue más desde fuera. Sí te sirve para quedar impoluto sobre la gestión, pero nada más. En todo caso, el problema ahora para Pablo Iglesias y Unidas Podemos es que al volcar su peso en lo institucional, han dejado vacía la calle. Y lo que veo es que se podría generar un movimiento, --no un nuevo partido de izquierdas—similar al de los chalecos amarillos que se produjo en Francia.

--¿Puede Vox entrar en un electorado popular-obrero clásico y ‘lepenizarse’, como ha pasado en Francia con el Frente Nacional?

--Ese miedo lo tenemos todos. Pero hay que decir que Vox juega mal en ese terreno, porque se les ve de forma muy clara que es un partido de señoritos. La dirección actual se contenta con conflictos inexistentes. Habla de los ‘menas’ y de la ‘okupación’, que son cuestiones que no son un problema en la agenda nacional. Sí han ocupado, sin embargo, mucho tiempo en los medios, y así es fácil hacer política. Con esos temas, Vox puede crecer, es cierto.  

--A pesar de todos los golpes, el ‘régimen del 78’ resiste.

--Resiste, pero se podía haber legitimado todo mucho mejor, desde la óptica de la defensa de la Constitución. Con la entrada de Podemos en el Gobierno se podía haber hecho, si se les hubiera tratado con normalidad. De tal forma, que las propias contradicciones en el día a día en el Gobierno, hubiera desgastado a Podemos y beneficiado al PSOE. Era una opción posible. Pero se consideró ilegítimo al nuevo Gobierno, y hubo proclamas golpistas. En mayo de 2020 ocurrieron cosas extrañas, en el Ejército y en la judicatura. Es incomprensible, porque se dio la impresión de ser una democracia tutelada. Y es un problema, porque nos señala carencias democráticas, que son preocupantes.

--¿Qué papel ha jugado el independentismo en ese intento de desquitarse del 'régimen' del 78?

--Algunos, de forma equivocada, y yo entre ellos, pensamos que el independentismo iba a ser el último clavo en el ataúd del 78. Y ha sido un desastre en todos los niveles. Al margen de lo que se pueda pensar sobre el no considerarse español, que yo lo respeto, es que no había nada detrás de un proyecto que ha acabado muy mal. Y el Estado supo leer la oportunidad, con esa idea de que el 3 de octubre fue el 23F del rey Felipe VI. El independentismo ha apuntalado el régimen renovado de Felipe VI. Esa es la paradoja. Es cierto que Felipe VI se afianzó para una parte de la sociedad, pero lo hizo como jefe del Estado. El independentismo creció por las políticas erróneas de Rajoy, por las denuncias del Estatut, pero también creció gracias a los que se vanagloriaban de cepillarse el Estatut. En todo caso, me parece que el espacio independentista es totalmente ajeno a la realidad. No se le ve ninguna salida. Ha perdido muchos votos, aunque haya ganado, en su conjunto, las elecciones. Hay una parte de la sociedad catalana que está en un alucinamiento de que la independencia es posible, cuando no lo es, y la vía violenta no parece que se quiera seguir.

--¿El independentismo legitima el sistema, de alguna forma?

--Sí, lo legitima, pero es que las razones de los independentistas son falsas. No puedes machacar España como un ente colonizador cuando tu burguesía ha cometido las mismas prácticas corruptas que la burguesía de otras zonas. Hay un mapa de la corrupción en España, en el que se ve el carácter de las distintas burguesías locales. Lo que me desconcierta es que el independentismo ve a Cataluña como algo muy distinto, cuando no lo es.

--¿Cómo se entiende que cierta izquierda en España, la de Unidas Podemos y Pablo Iglesias, apoye, en cierta medida, la causa independentista, con esa defensa de una figura como Carles Puigdemont?

--Pues se trata de otra cuestión desconcertante. Lo cierto es que la izquierda madrileña ha estado siempre acomplejada por lo catalán y vasco. Se decía ‘Estado español’, y no se podía nombrar España. ¿Cómo vas a organizar un proyecto político sin nombrar a tu país? Lo que echo de menos es un partido a la izquierda del PSOE que defienda lo mismo en todo el país. Madrid ocupa un papel asfixiante para el resto, pero, con el respeto a todos, sí veo necesario un control más efectivo por parte del Estado, en temas como el sanitario, por ejemplo. Unidas Podemos se equivoca con ese acercamiento, y no creo que sus votantes lo acaben aceptando. Y en Andalucía están impulsando, los ‘anticapitalistas’ de Teresa Rodríguez, un nacionalismo andaluz, que mira a Madrid como problema. No sé si todo eso es muy de izquierdas. Y creo que les hará daño.

--Las protestas en Barcelona y en otras ciudades, por el caso Hasél, aunque esa haya sido la excusa, o las de Linares y Jaén, por otras circunstancias y por las inversiones del Ejército en Córdoba, ¿auguran un conflicto social cada vez mayor, que se pueda escapar de las manos a todos?

--Este país tiene algunos problemas muy serios. En algunas zonas, además, como ha pasado en Madrid, hemos visto actuaciones de la Policía poco claras, y todo puede actuar de combustible social para crear una situación de caos, que puede ser la gran excusa de la derecha y la ultraderecha para plantear una regresión. La disparidad territorial es enorme en España, con zonas sin ningún futuro. Y vamos a presenciar una política más cantonalista, con una disgregación importante de una idea que sí estuvo presente en la pasada década y es que quien perjudicaba las aspiraciones sociales era el poder económico. Ahora el problema será la gran disparidad existente.