El martes al mediodía me escapé a ver la exposición Turner, la llum és color en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC). J.M.W. Turner es, junto a El Bosco y Marc Chagall, uno de mis pintores favoritos, sin saber mucho por qué. Siempre he creído que la apreciación del arte tiene mucho que ver con la experiencia estética --te gusta o no te gusta, qué más da si lo entiendes-- y con las pinturas de Turner (1775–1851), el gran pintor romántico inglés, me pasa precisamente esto: podría estarme horas contemplando uno de sus maravillosos paisajes envueltos en una niebla espesa, o difuminados por la luz del sol.

En la exposición del Museu Nacional hay dos que me llamaron particularmente la atención: una vista de Venecia bajo el cielo azul (Venecia, la Piazzeta con la ceremonia del matrimonio entre el dux y el mar, 1835) y un esbozo al óleo para lo que sería el futuro cuadro de una puesta de sol sobre el lago de Petworth (1827), un lugar idílico que Turner tuvo oportunidad de pintar en varias ocasiones al ser invitado por el duque de Earlmont, propietario de la finca.

El lienzo, de una luz deslumbrante, como si el sol estuviera verdaderamente allí, poniéndose detrás del lago (“El Sol es Dios” fueron las últimas palabras del pintor antes de morir, según la leyenda), despertó mi curiosidad viajera y me puse a googlear en medio de la sala dónde estaba Petworth. Descubrí que se trata de un pequeño municipio al suroeste de Londres, enclavado en el parque nacional South Downs, una reserva natural que se extiende a lo largo de los condados de Hampshire, Sussex Occidental y Sussex Oriental, y que se caracteriza por la presencia de las numerosas colinas que forman sus ríos en el interior, y los imponentes acantilados cretáceos que desembocan en el mar.

Marqué Petworth en mi agenda mental de viajes pendientes y seguí googleando sobre Turner y Petworth en mi teléfono móvil, en lugar de centrarme en la exposición. Saltando de link en link acabé dando con una noticia en The Guardian que despertó mi curiosidad: la semana pasada, dos jóvenes activistas ingleses de la ONG medioambiental Just Stop Oil (Fin al petróleo y basta) se habían enganchado con pegamento al marco de un imponente paisaje de Turner expuesto en el museo de arte de Manchester para exigir al Gobierno que detenga dos futuros proyectos de extracción de gas y petróleo en Reino Unido.

"La juventud del mundo ya no tiene literalmente nada que perder, somos una generación sacrificada", declaró a The Guardian uno de los jóvenes activistas que participaron en el acto de protesta. "Hay millones de personas en situación de pobreza energética y alimentaria, nuestra fauna y nuestros paisajes están devastados y nos enfrentamos al hambre y a la guerra. Nuestro gobierno está acelerando el caos al permitir nuevas infraestructuras de combustibles fósiles. No nos quedaremos de brazos cruzados y dejaremos que continúe este mal rastrero", añadió este joven inglés de 21 años, llamado Paul Bell.

Al parecer, se trataba de la tercera vez en una semana que los activistas de Just Stop Oil se pegaban a una obra de arte representativa de un paisaje en un museo de Reino Unido. El jueves se pegaron al marco de un cuadro de Van Gogh en el Courtauld Gallery de Londres. El  miércoles hicieron lo mismo con una obra de Horatio McCulloch en Glasgow. Y esta semana han vuelto al ruedo: el lunes, dos activistas se engancharon al marco de La carreta de heno de John Constable, uno de los cuadros más populares de la National Gallery de Londres. Pintado en 1821, el lienzo muestra un carro de heno viajando por los campos de la campiña de Suffolk. Antes de engancharse al marco, los activistas de JSO tunearon el lienzo con dos pósters con aviones humeantes que representan “el colapso del clima y su impacto en el paisaje”.

Mientras leía la noticia, pensé que igual estaría bien que yo hiciera lo mismo, engancharme con pegamento al cuadro de la puesta de sol en Petworth y colgar encima un póster de un bosque ardiendo. Pero, desafortunadamente, no llevaba pegamento en el bolso y admito que me hubiera dado demasiada vergüenza. ¿Algún lector se atrevería por mí? Como dice Bell, el joven activista de Just Stop Oil, “nadie está libre”, ni siquiera los museos, a la hora de responsabilizarse en la lucha contra el cambio climático. "Al negarse a utilizar su poder e influencia para ayudar a poner fin a esta locura, la clase artística es cómplice del genocidio”.