Esta semana mi hijo ha faltado tres días al colegio por estar enfermo (y lo bien que se lo ha pasado en casa) y, cada vez que miraba el móvil, veía con angustia cómo mi bandeja de entrada se iba llenando de correos electrónicos sin leer: notas de prensa, newsletters de periódicos, ofertas de vuelos y entradas para conciertos, notificaciones de envíos y seguimientos de paquetería, cancelaciones de reservas de restaurantes, confirmaciones de nombres de usuario y contraseñas, publicidad de cosméticos y marcas de ropa, programas de teatro… En total, después de tres días sin interactuar con mi correo, tenía acumulados 172 e-mails, de los cuales 141 fueron directamente eliminados, sin abrir.
“Ha llegado el momento de renunciar al correo electrónico”, escribe Ian Bogost, ingeniero informático y columnista de tecnología para The Atlantic. “El correo electrónico viene siendo abrumador desde hace mucho tiempo, con todo su spam, estafas y códigos de descuento. Pero lo que antes era una carga fastidiosa es ahora una fuente de tormento diario. El correo electrónico no se puede reformar. No se puede eliminar. Lo único que puedes hacer es renunciar a él”, escribe Bogost en tono derrotista.
Le doy la razón. ¿Dónde ha quedado esa feliz etapa de mi vida en la que el e-mail servía para contar historias y viajes cuando viajabas por el mundo? Mi primera relación amorosa seria empezó por e-mail. Estuvimos un mes y medio escribiéndonos correos electrónicos --yo desde el Maresme, él desde Alemania--, y nos fuimos enamorando poco a poco, sin necesidad de enviarnos whatsapps cada dos por tres o colgar fotos en Instagram para llamar la atención. De esta manera, nos ahorramos la ansiedad que genera no recibir una respuesta inmediata y la relación prosperó.
“Pero, Andrea, ¿cómo puede ser que le hayas enviado un e-mail a Pepito? ¿Por qué no le envías un whatsapp como todo el mundo?”, se sorprenden mis amigas cada vez que les cuento que he enviado un correo electrónico a un amante para contarle alguna anécdota o proponerle un plan. “Me parece menos invasivo”, respondo.
Siempre he pensado que los whatsapp “molestan” cuando estás haciendo algo, y que la gente suele estar más concentrada cuando abre un e-mail, supongo que porque está trabajando o sentado frente al ordenador, así que recibir un e-mail con una historia bonita puede alegrarle el día laboral a cualquiera. Pero ahora, con tanta cadena de e-mails de trabajo, publicidad y notificaciones robotizadas inundando nuestra bandeja, igual recibir un correo mío se ha convertido en un marrón más, otro clic en la ardua faena de limpieza que todos llevamos a cabo desde el móvil a la mínima que tenemos tiempo libre.
“El correo electrónico se ha convertido en un problema de salud pública. Corrige con cariño a tu madre cuando intente enviarte un e-mail. Reprende a tus colegas. Castiga el abuso del correo electrónico no respondiendo… Nunca detendremos la lluvia de correos electrónicos, hagamos lo que hagamos. Pero si trabajamos juntos, quizá podamos construir una especie de refugio”, escribe Bogost, destruyendo por completo mi visión romántica del correo electrónico.
Sigo pensando que es más bonito encontrar un correo electrónico de un ser querido entre montones de basura publicitaria que recibir un escueto mensaje de whatsapp. Pero sí le doy la razón a Bogost en que es necesario eliminar nuestro hábito de revisar, clasificar, eliminar o responder al correo electrónico cada vez que tenemos un minuto libre.
“Son actos que llevas a cabo para 'sentirte productivo' mientras esperas un café con leche, un té matcha o estás sentado en un tren” (o mientras tu hijo ve dibujos de grúas o Spiderman en la tele y tú te aburres como una ostra, añado yo), “pero, en realidad, te están privando de tiempo para actividades vitales más importantes, incluso sagradas, como mirar fijamente al espacio o desear a desconocidos”, escribe Bogost. Y para preservar todo este tiempo, propone una solución muy sencilla: borrar la aplicación de correo electrónico del móvil.