La semana pasada Quim Torra inauguró una larga campaña electoral sin convocatoria de elecciones. Algún día iremos a votar pero todavía no sabemos cuándo, incluso puede que sea después del verano, hacia septiembre u octubre. Algo inaudito una vez que el president reconoció que su Govern está quebrado por falta de confianza política entre los socios y que la legislatura había llegado a su fin.

El apoyo tontorrón de los comunes a los presupuestos se ha convertido en la excusa para que JxCat gane un tiempo precioso mientras recompone su espacio electoral, designa un candidato efectivo a la presidencia de la Generalitat, e intenta evidenciar que el diálogo que impulsa ERC con el Gobierno español no conduce ni por asomo al ejercicio de la autodeterminación. Torra ha sorteado lo que el lunes de la semana pasada parecía inevitable, unas elecciones inmediatas que para un independentismo roto y a la greña hubiera sido un mal escenario por el riesgo de deserción de una parte de sus votantes.

No obstante, el mayor peligro de desmovilización del electorado no afecta en adelante tanto a los partidos separatistas como a las fuerzas constitucionales. Muy particularmente concierne al espacio del centro-derecha, sobre todo a Ciudadanos, cuyo futuro es muy incierto tras la serie de malos resultados electorales en 2019 y la grave crisis interna en la que se encuentra. Todas las encuestas publicadas hasta ahora coinciden en una caída muy importante en las próximas autonómicas.

Puede dejarse más de la mitad de su actual representación en el Parlament, sin que esas importantes pérdidas sean compensadas por el crecimiento en igual proporción de otros partidos no independentistas a su izquierda (PSC) o su derecha (PP o VOX). Es evidente que el proyecto de Ciudadanos ha entrado en una fase de derrumbe porque intentó ser otra cosa cuando Albert Rivera se empeñó contra viento y marea en ocupar el papel del PP y renunció a cualquier entendimiento con los socialistas.

Ahora mismo la dirección provisional de los naranjas persiste en la estrategia de disolverse en el bloque de la derecha a fuerza de exhibir su inutilidad política cuando podía haber ofrecido sus votos al PSOE en la investidura de Pedro Sánchez, incluso gratis, para que no acordara nada con ERC. Habría sido un gesto para intentar renacer por el centro, eliminando los vetos personales y volviendo a ser una fuerza bisagra para la gobernabilidad.

En cualquier caso, el futuro de Ciudadanos ya no es importante, pero sí es esencial que el electorado que en 2017 le votó no se quede en casa. Hace dos años la candidatura de Inés Arrimadas acumuló mucho voto útil, que le llegó incluso desde un electorado que antes había votado socialista o a los comunes. Ese perfil ideológico de izquierdas o centroizquierda más o menos catalanista dispone de alternativas claras teniendo en cuenta que las autonómicas de 2020 no serán otro plebiscito sobre la independencia.

Por tanto, una parte optara por Miquel Iceta o por Jéssica Albiach. Por su parte, el votante clásico de derechas puede volver a un PP que dispone de un candidato sólido con Alejandro Fernández, mientras los más españolistas y de ultraderecha podrán desfogarse votando a VOX. El problema lo tiene ese elector de centro liberal, que no se siente de derechas pero que no le gusta el discurso de la izquierda ni la cultura ensimismada del catalanismo.

Ese público, o por lo menos una parte de él, en otras circunstancias hubiera podido votar socialista pero los acuerdos en Madrid con ERC se lo hace casi imposible aunque tampoco crea que España esté a punto de ser liquidada por un Gobierno traidor como propaga la derecha. El problema para todos es que ese perfil puede desertar en las urnas, más aún cuando parece lejana la posibilidad de una alternativa en la Generalitat a la mayoría independentista.

Y ahí es donde una fórmula del tipo Cataluña Suma de la que tanto se habla últimamente tendría sentido para animar la participación en las elecciones. Pero no para maquillar el hundimiento electoral de CS, o como paso previo para fundirse con el PP y acabar siendo una marca blanca de los conservadores. Una Cataluña Suma entre CS y PP solo tendría una auténtica utilidad para la causa constitucionalista si al frente de la candidatura hubiera una figura realmente independiente que pudiera abrirse hacia ese electorado que es de centro sin ser de derechas y progresista sin ser de izquierdas.

Pero que sobre todo es contrario al nacionalismo separatista. Y no hay muchos nombres que puedan cumplir ese papel con auténtica independencia de criterio respecto a los intereses cortoplacistas de los partidos, credibilidad para hacer política con mayúsculas, pactar preservando lo esencial y que aporte un capital propio. Sinceramente, solo veo a Manuel Valls.

Busquen y si encuentran otra figura mejor, háganlo saber. Porque lo primero que nos interesa a todos los constitucionalistas, también a los federalistas socialdemócratas que nos identificamos más con el PSC e incluso hasta con una parte de los que votan a los comunes, es que no se pierda ni un solo voto frente a los partidos separatistas, cuyo objetivo común será obtener el 50 más 1 de los votos. Los pactos poselectorales, los acuerdos o lo que se pueda ya vendrán después.