Finalmente y tras no pocos esfuerzos han conseguido reflotar y mover, en el Canal de Suez, al Ever Given, ese mastodóntico supercarguero panameño que encalló y quedó atravesado en la vital arteria comercial durante días, bloqueando, en sus embocaduras, a más de 350 grandes buques mercantes.

Algunos hechos, por su naturaleza extraordinaria y la atención que suscitan, son imagen o metáfora perfecta que permite ilustrar casi cualquier cosa, incluyendo, naturalmente, las miserias de la vida política que nos afligen a todos.

Pongamos que hoy no hablo de Madrid, sino de Cataluña. Extrapolen la situación del Ever Given con el bloqueo y fracaso de la investidura de Pere Aragonès como candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat. Ahí lo tienen. El pobre, con lo menudito que es, chapotea medio ahogado en el Canal del Llobregat, atravesado como un tronco, al bies, con los pies en un ribazo y la cabeza en el otro. Nada, imposible, ni por mayoría simple hay manera de “mover” al «nen» y botarlo --aunque sea sin botellazo de cava en la proa-- en el proceloso mar de la gobernabilidad de Cataluña.

Y es que el problema de la parálisis catalana viene de muy largo, porque en los últimos diez exasperantes años de procés, y a ritmo anual de supercarguero estelado tocado y hundido, el "cauce de investidura del Llobregat" --sigamos con la metáfora-- ha ido quedado repleto de basura que nadie se ha preocupado de dragar como Dios manda; su lecho está llenito de derelictos oxidados --el Butifarréndum I y el Plebiscitary Election, buques libertarios pilotados por un avezado y narcisista lobo de mar del Maresme--; también de enormes pecios que se fueron a pique --como el October 1st, The Beating Day y el 8 Seconds Banana Republic-- bajo el mando de un contramaestre enloquecido, y amasijos de chatarra a porrillo que impiden que ahí pueda fluir nada con normalidad.

Ya saben, amigos, cómo acaban siempre los adalides, los prohombres, de la casposa Cataluña nacionalista después de cada uno de los estrapalucios que periódicamente organizan para deleite de su parroquia: Artur Mas acabó en la papelera de la historia; Carles Puigdemont en el maletero de un coche; Marta Rovira (y también la “cupera que se olía la axila”) buscando un discreto risco en los Alpes; Quim Torra inhabilitado por tontoligo; Oriol Junqueras, y todos los demás, con sentencia firme y grilletes.

El problema en Cataluña es que a todos estos fantoches, incapaces de hacer avanzar un patín a pedales en el lago de Banyoles, todo les sale mal, porque además de fantoches son más chapuceros que Pepe Gotera y Otilio, que ya es decir. Y como lo saben y lo tienen asumido --de ahí que los muy palurdos se pasen la vida hablando de superioridad genética y cultural-- se odian sin cordialidad alguna, se despellejan, y culpan siempre al otro de todos sus males. La guerra entre ellos en las redes sociales ha sido estos días algo espectacular.

Un segundo factor, no menos importante, es que la ultra-mega-extrema-derecha-radical de JxCat, pija, clasista y urbanita, considera que la masía catalana, desde los días de Don Pujolone, es suya y solo suya, que ellos son els senyors, els amos, y no soportan que los guardeses, els camperols, els masovers de ERC, dirijan la finca y las propiedades. En tercer lugar JxCat no perdona a ERC lo que considera “traiciones a la causa”, ya saben: no haber investido telemáticamente, en su momento, a Puigdemont, el haber aceptado la inhabilitación de Quim Torra y un largo etcétera.

Una vez comprendido eso, es vital entender que Carles Puigdemont se resiste cual gato panza arriba a su actual papel de cero relegado a la izquierda. El golpista prófugo de Waterloo es, ahora mismo, un personaje tan patético como irrelevante; un mediocre al que se le acaba el recorrido; se le escapa el poder; se le agotan los recursos legales; y se le agota, sobre todo, el dinero que necesita para seguir viviendo la vida de parásito de lujo a la que está acostumbrado. La creación de ese Consell per la República, una suerte de gobierno paralelo, o segundo poder extramuros, no es más que un artefacto ensamblado para satisfacer su ego, mangonear a placer y nutrir --se habla de un millón de euros recaudados-- su cuenta bancaria.

Y ahí le tienen, vendiendo a precio estratosférico su plácet, su bendición, al muy detestado Aragonès. Puigdemont lo quiere todo. Quiere cargos y consejerías, competencias, dinero, aceptación de sus postulados y directrices, un Govern tutelado por el Consell per la República, nombrar a dedo a los directores de la televisión y la radio pública catalana, postura y voto común en el Congreso español, supresión de la mesa de diálogo y hoja de ruta basada en el “enfrentamiento” constante con el Estado, entre otras lindezas.

Mal negocio ha hecho Pere Aragonès --empezando por entregar la presidencia del Parlament a una radical como Laura Borràs-- encallado en el "Cauce de Investidura del Llobregat". Hasta su pacto con la CUP (formación a la que en primera vuelta regaló los oídos con firmes y ridículas promesas de velar por las necesidades de las “personas menstruantes”) ha sentado fatal a los de JxCat. Tan poco ha sabido, o querido, por miedo a ser estigmatizado como botifler, reaccionar positivamente a la sólida propuesta de formar tripartito de izquierdas junto al PSC y los Comunes. Ahí tenía dos potentes remolcadores puestos a su entera disposición por Salvador Illa y por Jéssica Albiach que hubieran evitado el estrepitoso fracaso con el que se ha saldado su investidura a la presidencia: 42 votos favorables (ERC+CUP), 32 abstenciones (JxCat) y 61 rotundas negativas del PSC, Vox, Comunes, Ciudadanos y PP. Los portavoces de todos estos partidos le han cantado a Aragonès las verdades del barquero. El repaso ha sido histórico. Mención especial merecen, por la ironía, ingenio y brillo que han desplegado como oradores, Carlos Carrizosa, Alejandro Fernández y Salvador Illa. Incluso Jéssica Albiach e Ignacio Garriga, lejos de la radicalidad, supieron poner, en sus intervenciones, el dedo en la llaga, desnudando a Aragonès como a un títere en manos de Puigdemont. Jamás un aspirante a presidir la Generalitat ha recibido vapuleo semejante.

Se pone en marcha, por lo tanto, el reloj de descuento que, día a día, nos acercará más y más a la posibilidad de una repetición electoral en Cataluña, de no plegarse ERC a la humillación de arrastrarse por la horca caudina exigida por JxCat, o de no ser capaz de aferrarse, como mal menor, a esa Balsa de Medusa que supone el cacareado tripartito de izquierdas. El panorama que se despliega ahora mismo a la vista, en medio de una pandemia que no concede tregua, con una campaña de vacunación caótica y lenta, con desempleo galopante, colas del hambre y pobreza y crisis económica, es absolutamente sombrío.

Y Cataluña no se lo puede permitir en modo alguno.