—“¿Quién dice que no viene un español y nos roba si no tenemos instalada una cámara de seguridad?”.

—“No es necesario, tengo un perro que vigila al que le enseñé a oler españoles”.

La conversación forma parte del último capítulo del programa Bricoheroes de TV3. Hagamos el ejercicio de reemplazar “españoles” por “judíos” o “negros”. ¿Qué pasaría? ¿Existiría el mismo nivel de tolerancia de parte de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals y de sus directivos?

Cuesta creer que un gag así tenga cabida en una televisión pública, pero cuesta más entender que no sea una cuestión puntual o aislada. En este programa hemos visto normalizar la expresión “puta España” y también a uno de sus presentadores afirmar que antes una esvástica que una bandera española. Las polémicas son constantes, pero tanto el director de TV3, Vicent Sanchis, como la presidenta de la CCMA, Núria Llorach, defienden que todo lo que hace el programa es correcto. Se hace en clave de humor, repiten.

¿El humor puede usarse para señalar a todo un colectivo como delincuentes? La respuesta la daba esta semana el Consell de la Informació de Catalunya, el CIC, a raíz de este gag y decía tajantemente que el código deontológico dice que no. Un medio de comunicación, sobre todo uno público, no puede discriminar a ninguna persona por su nacionalidad ni usar expresiones vejatorias que puedan incitar al odio.

Lo dicen también los informes del CAC sobre los límites de la sátira en la misión de servicio público de TV3 y Catalunya Ràdio que constatan que la ironía y el humor no es legítima en la medida que se dirige solo a una parte de la ciudadanía. Hagamos el ejercicio de reemplazar “puta España” por “puta Cataluña”. En nuestros medios públicos nunca escucharemos algo así porque el objetivo siempre es la misma parte de la ciudadanía. Estos informes dicen también que la utilización de la ironía no es legítima en la medida que se cruzan líneas rojas, como banalizar el nazismo o estigmatizar un colectivo determinado, que es lo que ahora ha sucedido. La sátira, nos recuerdan, está pensada para hacer reír, no para ofender.

Hace tiempo que nuestra televisión pública ha cruzado muchas líneas rojas, pero el programa Bricoheroes se ha convertido en uno de los ejemplos más claros de por qué ha dejado de ser un referente para el conjunto de la sociedad catalana, vote lo que vote. En octubre hicieron un gag con contenido machista y pedófilo en que uno de los presentadores declaraba que quería que la reina le hiciera una felación y el otro añadía que prefería que se la hiciera su hija (de 15 años). No llegó a emitirse, pero TV3 lo filtró a varios medios de comunicación y lo colgó en una plataforma de vídeo propiedad de la cadena, algo que permitió que circulara en redes sociales y que todo el que quería verlo, lo viera. También las niñas de 15 años a las que, según Vicent Sanchis y Núria Llorach, se dirige este programa. “Se trata de un producto de valor para crear referentes de humor en catalán en las redes. Es una propuesta original e innovadora basada en un humor transgresor encabezada por dos presentadores con una fuerte personalidad capaces de atraer a un público joven”, aseguraban recientemente por escrito en una respuesta parlamentaria.

¿Queremos que esta sea la programación que la televisión pública de Cataluña ofrezca a nuestra juventud? ¿Son estas personas las que tienen que hacer de referentes y rostros de nuestra cadena pública? ¿Es este el tipo de televisión que ayuda a normalizar el uso del catalán, que aporta valores indispensables para una democracia como la convivencia y el respeto? Creo que todos, también los directivos de la CCMA, sabemos la respuesta.