Los que habíamos confiado en la posibilidad de salir del bucle tras estas elecciones nos sentimos defraudados. Pese a la clara victoria en votos del PSC, el independentismo vuelve a sumar mayoría absoluta y avanza en diputados gracias al fuerte crecimiento de la CUP y al hundimiento de la derecha constitucionalista. Junto a ello hay otros datos que empeoran el cuadro general. El conjunto del secesionismo sobrepasa ligeramente el 50% de los votos. Es cierto que estamos ante las elecciones al Parlament con el menor porcentaje de participación desde 1980, y que no es la primera vez que los partidos nacionalistas y/o soberanistas se sitúan por encima de ese umbral. Las circunstancias eran muy diferentes, pero no olvidemos que CiU y ERC ya lo lograron en 1984, 1988, 1992 y 1995. Ahora bien, la matraca en esta nueva legislatura con el argumento tramposo del 50% será considerable, sobre todo por parte de Junts y de las terminales mediáticas del separatismo.

Otro elemento que empeora el escenario es la debacle de la derecha constitucionalista, muy particularmente de Cs, cuyo hundimiento no tiene precedentes. Pierde 30 diputados. También el pobrísimo resultado del PP, que no ha podido recoger nada de esas enormes perdidas, ya que incluso retrocede y se deja el escaño por Tarragona. Todo ello en beneficio de Vox que se convierte en la cuarta fuerza en el Parlament con 11 representantes. Una entrada ciertamente espectacular, pero que no absorbe la hemorragia de Cs y PP, que antes sumaban 40 diputados y ahora solo nueve. Los comunes de Jéssica Albiach resisten a duras penas con ocho diputados, pero la ultraderecha también les ha pasado por encima en muchísimos barrios populares metropolitanos. Este lunes, Santiago Abascal podrá afirmar que en Cataluña ha torcido la mano a Pablo Casado, Inés Arrimadas y también a Pablo Iglesias. Que la derecha constitucionalista se haya estrellado y que su relevo en la oposición sea la ultraderecha populista, tendrá consecuencias en la política nacional, y no precisamente buenas.

En cuanto a la gobernabilidad, la nueva victoria independentista tampoco esclarece las cosas. Los republicanos han ganado está vez a Junts y podrán exigir la presidencia de la Generalitat para Pere Aragonès, pero el escenario sigue siendo de empate entre ambos. Les separa poco más de un 1% y un solo diputado. A Laura Borràs la presidencia se le ha escapado por la escisión electoral del PDECat, que no ha logrado representación. Si en la pasada legislatura Junts y ERC no se entendieron, cuesta creer que ahora vaya a ser diferente, pues el pulso entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras sigue sin resolverse. Finalmente, la viabilidad del próximo Govern estará de nuevo en manos de la CUP, que ha pasado de cuatro a nueve diputados, lo cual complica la estrategia de los republicanos. ¿Exigirán estar en el Ejecutivo como pedían en campaña? Hay pocas dudas que de una forma u otra ese trío independentista acabará entendiéndose, pero también que el cuadro general tras el 14F es, cuanto menos, un poco peor.