Este domingo se enfrenta el Barça a una asamblea trascendental para ratificar el camino que ambiciona seguir la actual junta directiva. Por un lado abre la puerta a un gran proyecto inmobiliario y de entretenimiento basado en la marca Barça y por otro asegura la continuidad de la junta más allá de junio de 2022 con una modificación estatutaria que, entre otras cosas, suspende temporalmente la obligación de dimitir en caso de presentar dos años con resultado negativo.

Asumiendo que se salvará el match point de la continuidad, sin él no hay nada que hacer, el desarrollo de una ciudad Barça (o hub o espai o como se le quiera bautizar) es clave para elevar los ingresos de manera sustancial en el medio plazo, que no en el corto.

En los albores de la profesionalización del fútbol los ingresos de los clubes profesionales se debían, sobre todo, al cobro de entradas. Luego vino la publicidad y con las retransmisiones por radio y televisión los derechos de imagen, que no es otra cosa que la publicidad amplificada. Patrocinios y camisetas acaban de completar el capítulo de los ingresos. Pero salvo un boom no esperado, la Superliga podía haber traído dinero fresco casi instantáneo, todos los clubes están cerca del techo de ingresos tradicionales por lo que es necesario pensar en algo más. Y ese algo más es materializar la “experiencia” Barça, lograr que el Camp Nou sea un centro de peregrinación de aficionados de todo el planeta y hacer que pasen más tiempo que el propio de un partido en el entorno del campo. Museo, cines, hoteles… todo vale para tratar de monetizar la marca Barça días mejor que horas, semanas mejor que días.

Porque esto va de marca. El Barça cuenta con el mayor número de seguidores en redes sociales del mundo, ni más ni menos que 400 millones; es una marca poderosísima reconocida en todo el mundo. Con ese potencial se pueden hacer muchísimas cosas más allá que vender camisetas, cada vez más feas, por cierto. Y eso es lo que intenta esta junta y su equipo directivo, el más profesional desde hace muchos años, si no de toda la historia. En el primer equipo de Laporta se dieron cita unos consultores que acababan de vender su empresa e hicieron una gran labor, pero casi más como hobby que como trabajo. Ahora se ha reunido un buen número de profesionales que han dejado sus trabajos para intentar dar la vuelta a una situación bastante fea. Si ellos no levantan este club nadie lo hará.

Tokens, e-sports, NFT y, sobre todo, experiencias han de completar los ingresos de un Barça al que las entradas y las camisetas se le quedan pequeños. El Barça no solo ha de llegar a los 1.000 millones de ingresos, sino aspirar a más, 400 millones de seguidores dan para mucho. El único pero es que estos nuevos flujos de ingresos no se materializarán mañana y por eso el Barça necesita financiación. Y la encuentra, con creces, pero no en bancos “tradicionales”, sino en bancos de inversión, más agresivos y, también, más fríos. Nadie se creería que Caixabank o Banc Sabadell llegasen a instar a la quiebra al Barça en caso de impago, pero todos vemos posible que un banco de inversión con sede en Nueva York sí lo hiciese. Esta nueva financiación tiene, por tanto, un riesgo real mayor.

Lo que hay que asumir es que todo este ejercicio se realiza para que el Barça no tenga que convertirse en una SAD, una sociedad participada por acciones que se pueden comprar y vender. El Barça, y esta junta directiva, aspira a mantener el statu quo actual en una decisión más romántica que intelectual, más emocional que racional pues sería mucho más sencillo pedir a todos los socios 5.000 euros y el que no los abonase se diluiría o, simplemente, dejaría de ser socio. Los compromisarios tienen en su mano no ya la continuidad de la actual junta o la ratificación de su proyecto estrella, sino el mantenimiento de la estructura accionarial actual. Votar no a los nuevos ingresos sería equivalente a abrir la transformación en SAD. El Barça está en quiebra y o se generan nuevos ingresos o se repone el capital.