Tiene que ser una sensación más que placentera presidir un partido entre el Barça y el Real Madrid en el Camp Nou para exponer el patrimonio personal y dedicar una buena parte de la actividad a cambio nada más que del reconocimiento social, siempre que los resultados acompañen claro está, porque si son malos lo que se reciben son críticas de los más acerado.

El sainete del aval de la junta directiva presidida por Joan Laporta es solo la punta del iceberg de la sinrazón de un modelo agotado. Real Madrid, Atletic Club de Bilbao, Club Atlético Osasuna y F.C. Barcelona son los únicos clubes de primera división configurados como asociaciones deportivas no mercantiles y, por tanto, cuya propiedad sigue siendo de los socios. El resto son Sociedades Anónimas Deportivas y sus acciones se pueden vender o comprar. Algo similar ocurre en toda Europa donde la inmensa mayoría de los clubes de futbol o son de un rico o cotizan en bolsa, lo mismo que el deporte profesional norteamericano. Los que invierten en una S.A. pueden ganar o perder dinero, en un club como el Barça los que arriesgan su dinero solo pueden recuperarlo, o perderlo. No hay espacio para ganar nada.

Un club con un presupuesto en situaciones normales de 1.000 millones de euros bien requeriría de un equipo profesional, dedicado y comprometido. ¿Qué se puede esperar de una directiva que ha estado improvisando algo tan trascendente como el aval que les de acceso al ejercicio de su posición?¿Qué podemos esperar de un equipo que ha abierto la puerta a quien asuma el riesgo de perder un dineral? La realidad ha dado la razón a los otros candidatos cuando acusaban a Laporta de improvisar su candidatura pues ellos sí tenían atado el aval mientras que Laporta ha necesitado hasta el último segundo para lograrlo.

No es, desde luego, un buen comienzo para una junta que tiene grandes retos por delante. El Barça es un equipo tremendamente endeudado, debe casi 1.200 millones, que, además, va a perder muchísimo dinero esta temporada pues el presupuesto estaba construido asumiendo la asistencia de público desde febrero y llegar, al menos, a cuartos de final de Champions, y nada de eso va a suceder. Si el Consejo Superior de Deportes no mira hacia otro lado como ya hizo la temporada pasada, el famoso aval puede correr riesgo de tener que ejecutarse para reponer los fondos perdidos.

Esta junta va a comenzar su mandato con la presión de unas pérdidas que debe remontar, lo que no es bueno en absoluto. Además se tiene que renovar el equipo de arriba abajo, lo mismo que el estadio. Pese a quien le pese el Barça está cada día más cerca de convertirse en una Sociedad Anónima.

El primer paso será la emisión de bonos. ¿Están todos los socios dispuestos a poner 5.000 o 10.000 euros? Probablemente no, y eso facilitará la entrada de algún inversor que vaya comprando los bonos no cubiertos por los socios. Y en algún momento, esos bonos se podrían convertir en acciones “por necesidad y amor al club”.

Las cajas de ahorro desaparecieron en la pasada crisis porque un banco sin dueño no puede hacer ampliaciones de capital. El fin del Barça como asociación deportiva está cada vez más cerca (y del Real Madrid en cuanto marche su actual presidente). Solo queda decidir si se saldrá a bolsa o se entregará a un rico local o a un jeque, un chino o un ruso, magnates que están adquiriendo el futbol europeo en un movimiento que una vez digerido el berrinche emocional no le hace ningún daño a los clubes, como demuestra el nivel y la competitividad de la potentísima liga inglesa, la más profesional del planeta. Avalar 125 millones por un capricho del ego es algo que tiene un recorrido muy corto.

Ahora solo queda que entre la pelotita para olvidar todos los males. Eso, más la renovación de Messi y el retorno de Xavi lo curará todo, al menos en el corto plazo. Todo lo demás es, de momento, secundario. ¡Visca el Barça!