En un coloquio en Madrid sobre Hispanofobia, y ante un auditorio completo, un señor interpeló a Elvira Roca Barea sobre el momento en que comenzó la crisis de la identidad española, lo hizo parafraseando a Vargas Llosa y el "cuándo se jodió el Perú". La respuesta de la profesora fue contundente: "España es un país maravilloso, es una gran nación, no se ha fastidiado nunca". Las casi setecientas personas que abarrotaban la sala prorrumpieron con un prolongado e intenso aplauso.

El acto fue una muestra más de que el nacionalismo español ya existe, aunque hasta hace poco tiempo estuviese prácticamente desaparecido. El franquismo lo dejó en los huesos de tanto usarlo, y encima en la Transición fue uno de los grandes derrotados. Ni siquiera la larguísima ofensiva asesina de ETA y sus cómplices lograron reactivarlo, aunque le insuflaran el oxígeno imprescindible para que la agonía no fuese efectiva. Debemos al desafío catalán el impulso extraordinario que están tomando las actividades y diversas manifestaciones de las asociaciones españolistas. Véase la labor que está desarrollando la Fundación Civilización Hispánica. Pero ni siquiera esta reactivación españolista se está produciendo con el mismo método ni con los mismos fines, que tan cuidadosamente ha programado el catalanismo soberanista. Ambos nacionalismos son arrítmicos.

La primera de esas arritmias es conceptual. Aunque para los independentistas todo el monte es orégano, no es lo mismo nacionalismo español que patriotismo constitucional español; mientras en el primero prima la identidad y el sentimiento de pertenencia a la nación española, el segundo aboga por una concordia cívica que promueva la cooperación responsable y democrática entre los ciudadanos. Se entiende que el movimiento nacionalista catalán confunda interesadamente uno y otro, puesto que necesita de un enemigo lo más grande posible para justificar la imaginaria opresión del pueblo catalán y su manido victimismo.

El desafío catalán ha impulsado el españolismo identitario justo en el momento que el independentismo abandona el etnicismo para reivindicar el republicanismo

De ese modo, se puede intuir que el impacto del nacionalismo catalán está siendo más negativo aún entre los ciudadanos españoles de lo que la clase política imagina. Si desde 1978 la evolución del patriotismo constitucional ha sido muy débil y guadianesca, el desafío catalán ha frenado en seco dicha progresión, y ha impulsado el españolismo identitario justo en el momento que el independentismo abandona el etnicismo para reivindicar el republicanismo como eje vertebrador de su proyecto secesionista. De ahí que pensadores equidistantes como Josep Ramoneda hagan de altavoz de parte del discurso que está elaborando el camaleónico nacionalismo catalán, al afirmar que el independentismo abarca bastante más que el nacionalismo. Esa es la consigna que están divulgando en foros de todo tipo: soltar el lastre identitario --supremacista y etcnicista-- que no les permite superar el 47% del electorado, y apostar por el patriotismo cívico constituyente. Curiosamente la misma estrategia que tímidamente impulsó lo que ellos denominan peyorativamente el Régimen del 78.

La segunda arritmia reside en el uso de la historia para despertar emociones. No creamos que interesa la historia por lo que aporta al conocimiento, en todo caso la historia es el vehículo para alcanzar las emociones porque generan conmociones somáticas colectivas. En estos momentos en el nacionalismo español está calando un relato historicista de exaltación de la nación y de la civilización hispánica, que pretende abonar la débil autoestima identitaria que tienen de sí los españoles. El éxito del libro de Roca Barea es el mejor ejemplo; para muchos, poseerlo es un símbolo de españolidad, leerlo es otra cosa.

Entre los ideólogos del nacionalismo catalán esa vía historicista se da ya por amortizada. A la historia la han exprimido tanto que ya no da más de sí. El éxito de este manoseo es evidente, la idea de la nación histórica ha calado lo suficiente como para mantener bien despiertas las emociones identitarias. Hace tiempo que el historiador Junqueras viene predicando que hay que dejar de mirar al pasado para construir el futuro. Es decir, el independentismo está superando el ser nacionalista para incorporar a los patriotas. Ya no insisten tanto en la dimensión mítica de la identidad colectiva sino en la defensa de un nuevo Estado republicano que preserve los derechos de los catalanes y sus bienes. Esa es la nueva versión de la legitimidad independentista que quieren convertir en dogma. En ambos nacionalismos el espectáculo continúa, aunque sea a paso cambiado.