Cataluña no tiene Gobierno, pero posee y tendrá dosis enormes de escenificación. Hace años que estamos sin quien nos gobierne, cosa bastante evidente en los tiempos de pandemia que hemos vivido, y no parece que la excepcionalidad del país apresure a nadie. Los aprendices de brujo dicen que lo importante es controlar los "tempos" políticos, no precipitarse. No importa el tiempo, las urgencias, ni las medidas políticas que no pueden esperar. Los trenes van pasando para desesperación de una sociedad que, cuando va a votar, prefiere hacer una afirmación de identidad más que una apuesta por alguien que le pueda resolver las cosas, o al menos intentarlo. La política ya hace tiempo que no está en manos de políticos, sino de guionistas que usan actores para contarnos historias que nos emocionen.

Pere Aragonés ha sido derrotado por segunda vez, y lo que te rondaré morena. Es la historia de una humillación anunciada. En parte una vendetta entre enemigos íntimos, pero sobre todo la puesta en evidencia de que el dominio de la situación está en manos de Waterloo y de su sección del interior. Parece que todo el mundo lo ha entendido, menos ERC, convencido este partido que, si está dispuesto a tomarse todo el aceite de ricino que haga falta, al final se hará con el poder. La defenestración de Cuevillas de la mesa del Parlament pretende funcionar como un aviso para navegantes: pasos atrás, ni para tomar impulso. Para los republicanos, la Presidencia todo lo vale. Lo que no parecen captar es que, cuando les entreguen nominalmente la vara de mando, ésta resultará vacía de contenido, sin credibilidad y con un presidente esposado a los designios y delirios de un expresidente en modo desatado. Tendremos, una vez más un presidente vicario. ERC tendrá nominalmente la presidencia, pero no obtendrá ni el poder ni les dejarán gobernar. Este es el marco fijado por JxCat. Laura Borràs ejercerá, como ya lo hace, de evidente dueña del negociado barcelonés, mientras la estrategia y el predominio institucional y político se traslada a un quimérico Consejo para la República que, tema menor, parece ser que no ha elegido nadie. En medio, los republicanos habrán tenido que entregar su estrategia política en Madrid y Bruselas que se pondrá al servicio del conflicto abierto y continuado con el Estado que quiere Carles Puigdemont.

Supongo que quien ha diseñado la estrategia de ERC se debe considerar una lumbrera, pero en realidad parece ejercer de enemigo del partido. Cuando la última semana de la campaña electoral quisieron cerrar ostentosamente la puerta a un pacto de izquierdas con el PSC y los Comunes, desde el local de campaña de Junts brindaron con cava. Acababan de hacer a los republicanos prisioneros de su estrategia, les habían forzado a entrar en su marco político y mental. Se cerraban a cualquier otra posibilidad o alternativa que es, al fin y al cabo, lo que les habría hecho fuertes en la negociación. El desprecio expresado hacia Salvador Illa, bien ostentoso y desagradable para que nadie en el mundo independentista los pudiera acusar de posibles "traidores", resultó un evidente tiro en el pie, una autolimitación que hoy pagan cara, aunque quién más lo sufra y  sufraga es la sociedad catalana que habría tenido una oportunidad de salir de una división de bloques que la está ahogando. Apuesta conservadora y aparentemente poco arriesgada: continuar con la estrategia irrendentista. Para disimular que, entre izquierda o derecha, había hecho esta última opción, creyeron que había que abrazarse lo más fuerte posible a la CUP hecho que, a su entender, forzaría a Junts a entregarse fácilmente a un pacto. Visto desde fuera, no parece una gran idea que para convencer a un partido liberal-conservador te presentes con un acuerdo programático con un partido que se define a sí mismo como "anti-sistema" (una cosa rara ésta, si se analiza la sociología y localización de su voto). El argumento para alargar la agonía política les había sido servido en bandeja a aquellos que tienen todo el tiempo del mundo y pocas ganas de que Cataluña tenga un gobierno efectivo y convencional.

Probablemente al final, apurando los tiempos, habrá algún tipo de pacto que puede resultar bastante vergonzante para ERC. JxCat puede tener la tentación de forzar nuevas elecciones, pero incluso el muy activable electorado independentista parece mostrar signos de cansancio como lo expresan los ochocientos mil votos menos obtenidos en la última cita. La demoscopia les desaconsejará esta vía. Posiblemente tendremos Gobierno, pero otra cosa será que pueda gobernar en un clima con tantas malquerencias y cuentas pendientes. De hecho, la política actual ya no va de eso sino de ocupar el espacio para poder actuar. Será como ir al teatro con varios escenarios abiertos al mismo tiempo y en la misma sala. Para algunos, la perspectiva debe resultar emocionante, para otros, puro aburrimiento y desazón provocados por una obra ya muy vista.