Pese al desinterés que se afirma existe con la política, estos días todo el mundo habla de ella. La clara victoria de la derecha española, encarnada más por Díaz Ayuso y Vox que por Feijóo, ha puesto en estado de choque el progresismo y a todos aquellos que no están para aventuras patrióticas rancias. Ciertamente, se ha impuesto una derecha de lenguaje cavernario que ha sacado mucho rédito a la estrategia trumpista de deformación de la realidad, proclamas incendiarias, negar la legitimidad al adversario, polarización extrema y una definición clara y precisa del chivo expiatorio a destruir. Puede gustar Sánchez y su Gobierno de coalición más o menos, pero no se dan condiciones objetivas para tal negación: la economía se recupera, desciende el desempleo, hay pacto social, han mejorado las pensiones y el salario mínimo, se han gestionado aceptablemente bien la pandemia y los efectos de la guerra de Ucrania, se ha legislado en materia de protección de las libertades, se tiene un cometido relevante en política internacional... Pero lo objetivo y su percepción no son exactamente lo mismo.

Las élites económicas más extractivas se han desatado y, de la mano de copiar el manual del populismo más derechista, han erigido un imaginario de derrumbe de España que dista mucho de ser real. Pero funciona, porque se ha construido un discurso emocional hecho de pocos eslóganes que, repetidos de forma reiterada de la mano de medios afines a la derecha más recalcitrante, han funcionado. El pacto del Gobierno español con el independentismo vasco o catalán les da para mucho –“que te vote Txapote”—, así como la guerra cultural librada con temas de género y sexo. En Forocoches gozan de manera inmensa con animaladas contra la corrección política. El flanco Podemos, en muchos sentidos, ha resultado muy funcional por una derecha mediática que los califica de todo y, especialmente, de comunistas cuando de estos ya sólo quedan unos pocos en Corea del Norte.

La respuesta de Sánchez de convocar elecciones, inesperada, ha sido lógica para evitar la agonía de seis meses de las fuerzas progresistas, en la que nada podían ganar. Buen giro de guion, arriesgado, pero más era no hacerlo. Activa la izquierda organizada, evita la autocrítica destructiva, agua la victoria del Partido Popular y pone al poco motivado voto progresista ante el espejo de lo que viene, que azota. Campaña electoral mientras se van constituyendo Gobiernos de comunidades autónomas y ayuntamientos con abiertos pactos del Partido Popular con la extrema derecha. El PSOE obliga a su izquierda a que deje de ser una olla de grillos y aterrice, definitivamente, en el pragmático proyecto de Sumar. Ciertamente, hoy por hoy la derecha, ya del todo desacomplejada en sus diversas versiones, está eufórica y de subida. Puede ganar, pero no todo está dicho. Su victoria ahora ha sido abrumadora en forma de teñir de azul muchos ayuntamientos y comunidades, pero no tanto en forma de votos. El efecto principal ha sido la absorción de Ciudadanos por el PP y la caída de Podemos, que no ha superado el imprescindible umbral de entrada en muchos lugares. El PSOE ha perdido 500.000 votos, un 1,5%, son muchos, pero en Cataluña solo ERC ha perdido 300.000. Algunos titulares de prensa y encabezamientos de informativos han exagerado notablemente la dimensión de la victoria del PP y “el derrumbe” del PSOE. La proyección de los resultados últimos en las generales todavía daría una mayoría de izquierdas en el Congreso de Diputados. La derecha está eufórica y tiene el viento favorable. Todo depende de la reacción de la ciudadanía, más bien progresista, que está desmotivada y ahora se ha abstenido. ¿Se le dará motivos en estas próximas elecciones tan trascendentes para cambiar de actitud?

La reacción en Cataluña puede resultar primordial. Generalmente, la activación progresista suele ser clara en elecciones generales con tendencia a concentrar bastante los votos en la opción socialista. Al independentismo le han ido muy mal estas elecciones y que el primero haya sido Trias en Barcelona no lo maquilla. Más que los resultados, que para ERC han sido especialmente malos y no logra liderar el independentismo, ha sido que su “tema” ha estado totalmente ausente de la campaña. La reacción en caliente de volver al frentismo parece difícil de concretarse en tan poco tiempo y, aún más, que resulte creíble. Si lo consiguieran y recuperaran determinado lenguaje antiespañol, los grandes beneficiarios serían Vox y el Partido Popular. Se necesitan.