Dicen, y todos ustedes conocen el dicho, que los pueblos que olvidan y no revisitan su historia con frecuencia están condenados a repetir los errores del pasado. La incultura histórica conduce, invariablemente, a tropezar con la misma piedra. Mientras escribo estas líneas, Juan Manuel Moreno Bonilla pronuncia su discurso programático como candidato a presidir la Junta de Andalucía. En el exterior, miles de feministas muestran su disconformidad por las razones que todos conocemos. El apoyo tácito de Vox al cambio liderado por el PP y Ciudadanos en esa comunidad autónoma y el revisionismo que propugna esta formación emergente --que busca enmendar posibles errores y desigualdades de la Ley Integral de Violencia de Género (LIVG)-- ha sido utilizado por la presidenta saliente, Susana Díaz, por el PSOE y por Adelante Andalucía a la hora de movilizar a su electorado (fletando a tal fin autocares desde las ocho provincias) para dejar así patente el malestar de la "sociedad andaluza" ante un cambio histórico. Cambio que, en democracia, debería ser entendido siempre como algo positivo y necesario tras 36 años de gobierno monocolor y endogamia socialista. En otras palabras, lo de hoy es una lamentable rabieta de mal perdedor, un escrache de la izquierda a los "fascistas habituales".

Por descontado --que nadie se equivoque-- considero que manifestarse, disentir o hacerse oír es absolutamente democrático, siempre que la protesta no fomente la violencia, claro. Pero no van por ahí los tiros ni el propósito de esta columna. Me refiero a otra cosa, muy sencilla de entender. Y es algo que creo que todos venimos evidenciando, con mayor o menor preocupación, en los últimos tiempos. Se trata de la estrategia de movilización permanente de la ciudadanía, utilizada como arma arrojadiza, cuando un suceso, una propuesta de reforma de ley, un pacto de gobierno, un partido o una ideología --elijan, que hay donde elegir-- perjudica el interés, los objetivos y la cuota de poder político del contrario.

Y seré muy claro y explícito. En todos los ejemplos que desfilan ante nuestros ojos, día tras día, mes tras mes, la izquierda --a la que hay que sumar los denominados nacionalismos periféricos--, es el ala política que incentiva este tipo de acciones que --a mi entender-- son muy cuestionables, pues sólo fomentan la radicalidad, la polarización de la sociedad, el guerracivilismo y la crispación. En muchos momentos, un observador imparcial diría (a la vista de cómo está el patio) que estamos todos bien horneados, quemaditos vuelta y vuelta y dispuestos a llegar a las manos. Y eso no puede ser, ni se puede permitir en modo alguno.

Les pondré algunos ejemplos que todos tenemos muy presentes. No inventaré nada. La verdad, esa conceptualidad que se nos presenta y vende siempre, desde una óptica sofista, como una entelequia subjetiva ante la cual hasta Buda sonríe y se encoge de hombros no es sino, como la Navaja de Ockham, cuestión de puro sentido común y lógica aplastante.

Veamos… Si Pedro Sánchez y el PSOE presentan una moción de censura y con el apoyo de Bildu, PNV, ERC, PDeCAT y Podemos logran desalojar a un Gobierno del PP manchado por la corrupción, eso es justo, bueno y democrático. Si esos mismos actores se atrincheran en el poder hasta 2020, desdiciéndose de su promesa de convocar elecciones, porque ahora mismo podrían salir trasquilados, eso es buenísimo, necesario y muy democrático. Y al que no le guste que no se le ocurra ni toser. Si algunos descerebrados acosan, golpean o lanzan cohetes contra una carpa de Vox, o practican escraches y acosan a políticos de Ciudadanos o del PP, al grito de "fuera fascistas de nuestros barrios", eso es la repera de bueno. Si el nacionalismo catalán se salta todas las reglas, Estatut y Constitución, y se pasa por la entrepierna las advertencias de Tribunal Constitucional, eso es Derecho a Decidir de lo más guay del Paraguay. Del mismo modo, si defendemos al colectivo LGBT, el empoderamiento de la mujer o el Welcome refugees, somos merecedores de todas las loas y parabienes habidos y por haber.

Como contrapunto, y esto es solo un breve muestrario de incoherencias, si PP y Ciudadanos gobiernan con el apoyo de los 12 escaños de Vox, eso es regreso al Parque Jurásico Franquista. Si juzgamos a unos golpistas que han llevado al país al borde del caos, eso es un casus belli que justifica llenar de autobuses Madrid y quemar Troya a nivel internacional. Si a alguien se le ocurre decir "protejamos a la mujer a todos los niveles, pero hablemos también de violencia contra el hombre” o bien “inmigración sí, pero a ver si controlamos un poco para que esto no se nos vaya de las manos” le caerá la del pulpo. Porque de fascista, ultraderechista, racista y machista no bajará el insultómetro. Y que nadie mente su orgullo de ser español, porque términos como España, bandera, Rey, ejército, Guardia Civil, himno y patria han sido estigmatizados por la izquierda hasta equipararlos con la lepra.

¿Se imaginan lo que podría suceder en este orden de cosas si algún día en Cataluña, donde poner lacitos es democrático y retirarlos es fascismo, lograra formarse una mayoría de Govern integrada por partidos constitucionalistas? ¡No quiero ni pensarlo!

Que estemos instalados en esta sinrazón es obra, no lo duden, de los complejos atávicos de la derecha y de una táctica sumamente perversa alimentada por partidos desnortados y demagógicos, como Podemos, PSOE y las mencionadas formaciones nacionalistas, que se han arrogado el papel de árbitros de lo que es y no es democrático; de lo que es bueno, justo y permisible, o bien malo, injusto y deleznable. Erigirse como jueces de la democracia, en legítimos y únicos propietarios y administradores del mayor bien común que poseemos, demonizando al adversario y propiciando su acoso y derribo cuando las urnas o la ley no nos favorece, es de una indecencia que clama al cielo.

Piénsenlo. No es que sea grave. Es que es gravísimo.