Cuando empecé en periodismo, en la sección de Cultura de El Correo Catalán, me impresionó el hecho de que estando el Gran Teatro del Liceo en situación financiera crítica --creo recordar que faltaban 400 millones de pesetas para cuadrar urgentemente algún balance-- el Ministerio de Cultura, dirigido por Javier Solana, se ofreció a aportarlos, pero el conseller de Cultura de entonces, Joan Rigol, se opuso rotundamente esgrimiendo el argumento siguiente: "Hem de salvar la catalanitat del Liceu!".

Yo era muy ignorante pero no tanto como para que no comprendiese la necedad de este concepto, sobre todo aplicado a una institución dedicada a difundir el arte lírico de unos cuantos compositores alemanes e italianos. Qué catalanitat ni qué ocho cuartos. Al final, el ministerio tiró de chequera, mientras Rigol ha seguido su trayectoria, sin prisa pero sin pausa, hacia la más distinguida insignificancia.

Todavía anda por ahí dando de vez en cuando la murga. ¡Pero hombre, métase de una vez en un convento! ¡Y allí rece por todos nosotros y por nuestra catalanitat tantas plegarias como quiera!

Ah, qué tiempos aquellos. Pero no siento añoranza alguna, vivo en permanente juventud porque por el régimen no pasan los años, anda siempre con parecidas melonadas.

Ahora, por ejemplo, han provocado que el Ministerio de Asuntos Exteriores se retire del patronato del CIDOB, disgustado por los nombramientos del presidente y de los nuevos patronos que se han guisado (no sin mucha tirantez entre ellos mismos, por cierto) entre la Generalitat, la diputación y el ayuntamiento, sin consensuarlo con el ministerio como exigen los estatutos, ni siquiera avisarle. Con el agravante de que esos nuevos cargos están claramente escorados --basta con leer los nombres o las declaraciones del flamante e insuficiente presidente Antoni Segura-- a convertir el CIDOB en una FAES del prusés o en organismo de ese Diplocat que tan ardua y voluntariosamente dirige Cocoliso Romeva mientras mecanografía sus meritorias novelas del género del humor involuntario.

El CIDOB goza de gran prestigio y es una institución muy útil, pero cabe presagiar que no por mucho tiempo

Para sopesar la gravedad o levedad del caso conviene tener en cuenta que el CIDOB y el Instituto Elcano no es que sean los dos mejores observatorios en temas de política internacional que existen en España: es que son los únicos (han desaparecido otras instituciones parecidas, a consecuencia sobre todo de la crisis económica). Ambos gozan de gran prestigio y son instituciones muy útiles. Pero cabe presagiar que el CIDOB no por mucho tiempo.

Según ha contado estos días Cristian Segura en El País, el portazo del ministro ha causado un poco de sorpresa pero no preocupación en ayuntamiento y Generalitat. Sostienen que, bah, después de todo, el 10 por ciento que aportaba el ministerio a los presupuestos del centro no es decisivo, y ya lo pondrá la Diputación.

Es no entender cómo funcionan las cosas en el escenario internacional. En este caso, como en otros, lo más importante y delicado no son las finanzas. Para cualquier centro de estudios como estos la contribución de su ministerio de AAEE es fundamental para establecer contactos de alto nivel, conseguir invitados de prestigio, situarse institucionalmente en Europa como un organismo de Estado y no de una región, etc. ¿Por qué provincializarse voluntariamente y desprestigiar y socavar el excelente trabajo de tantos profesionales que han convertido el centro en referente?

(Oh, bueno, ese "¿por qué?" es una pregunta retórica; sabemos todos muy bien "porqué"... Pero es que no hay derecho a ser tan irresponsables, no hay derecho a que se carguen, también, el CIDOB.)