Hace algunos años me sorprendió enterarme de que alguno de los biógrafos de Arthur Rimbaud, el poeta francés tan inspirador y enigmático, había analizado a fondo su vocabulario hasta determinar cuál era la palabra que más se repetía en sus versos y en su correspondencia. Y esa palabra resultó ser or, oro.

¿Será verdad? Yo no me he molestado en analizar la obra de Rimbaud tan a fondo, pero sí es cierto que abunda en "amaneceres de oro" y en ciudades de oro, etcétera, y también es verdad que en sus últimos y desdichados tiempos llevaba un cinturón de monedas de oro...

Y también recuerdo que Borges, autor de El oro de los tigres, y de un sol poniente que se disuelve "en oro, en sombra, en nada", y de aquel soneto sobre Spinoza que comienza diciendo "Bruma de oro, el Occidente alumbra...", recomendó a no sé qué poeta: "Ponga usted en sus versos la palabra oro, y ya verá cómo en seguida suben de valor".

El lector disculpará, estoy seguro de ello, este excurso aurífero que sólo responde a mi estado permanentemente desocupado y soñador, que sin duda también es el suyo. Lo que en realidad quería decir, lo que me ha traído a esta página, es la noticia de que así como Rimbaud repetía la palabra oro, según chequeó un erudito antes de que existieran los computadores que tanto facilitan estas tareas escrutadoras y cuantitativas, ahora que ya se puede con gran facilidad realizar esa clase de exámenes, dicen en The Guardian que la palabra que más repite en sus discursos y en sus tuits el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es loser. O sea, literalmente, perdedor.

Como en nuestro idioma español la palabra perdedor no es de uso corriente, aunque figura en el diccionario de la RAE, la traducción correcta de loser, el concepto equivalente, sería fracasado. Que suena un poco, sólo un poquito, menos cruel.

No dudo de The Guardian; no dudo de ese rotativo inglés más que del mismo Trump, que miente más que un político catalanista (cinco afirmaciones falsas al día desde que asumió la presidencia, según el recuento de The Washington Post), y que por cierto alcanzó la fama repitiendo en televisión su latiguillo "You are fired!" --estás despedido-- con tan cruel saña y animosidad que resultaba hasta divertido, dentro, claro está, de lo grotesco, en el programa The apprentice.

Imagino a esos amantes del gotelé trumpista, de noche, en casa, dando vueltas en torno al ordenador, con los pelos de punta, devanándose los sesos en busca de algún argumento para defender la última ocurrencia o disparate del presidente chiflado

Sé que Donald Trump tiene entre nosotros valedores: algunos tribunos de la prensa consideran que es más honesto y eficiente que su predecesor Barack Obama. Algunos prefieren el gotelé.

Pero imagino a esos amantes del gotelé trumpista, de noche, en casa, dando vueltas en torno al ordenador, con los pelos de punta, devanándose los sesos en busca de algún argumento para defender la última ocurrencia o disparate del presidente chiflado. Que hasta ahora es la idea de armar con pistolas a todos los profesores de las escuelas de su país, para enfrentarse a los taraditos que con cierta periodicidad entran en las aulas disparando a todo lo que se mueve.

¿No sería mejor que preparase un plan de emergencia nacional para reducir un poquito las dimensiones del culo de los turistas americanos que llegan a España? No quiero ser xenófobo, pero esos culos americanos son descomunales. Ocupan las aceras de Bacelona de forma intrusiva, a todo lo ancho.

En cuanto a la idea de armar a los maestros, es una idea claramente equivocada si uno piensa en el nivel de frustración y alienación que padece el personal docente ante la ignorancia sideral del alumnado; la pistola al cinto convertiría a esos amargados maestros en peligros públicos:

--¿Cómo dices, chaval? ¿Que no te sabes el himno The Star-Spangled Banner? ¿No te lo sabes?... Ah, que no has tenido tiempo de estudiarlo... ¡Pues toma plomo, cabrón bastardo hijodeputa!

Bang, bang, bang, bang.

Dejémoslo. El caso es que Trump desprecia mucho a los perdedores, que se oponen a él y a sus valores, y piensa correlativamente, es un suponer, en triunfadores como él. Estamos en esos parámetros. ¿Qué se puede decir a esto? Quizá lo que decía Sandro Rosell: "Bienvenidos al mundo real".