Tiene resonancias fabulosas la investigación que piden a la Organización Mundial de la Salud (OMS) los Estados Unidos y la Comunidad Europea para discernir el verdadero origen del Covid-19, para localizar al “paciente cero”. Los agentes de la OMS tendrán que hablar con muchas personas, pedirles que recuerden qué hicieron el día tal de cual del año 2019… Se trata de irse remontando en el tiempo, como proyectando una película muda hacia atrás: primero hemos visto el choque aparatoso de dos automóviles Ford; luego, los coches marchando hacia atrás y entrando de espaldas en el garaje…

En esta investigación habrá que averiguar quién invitó a quién a un asado de pangolín, en qué fecha, dónde, qué más comensales había en el dudoso festín, quiénes repitieron, dónde se compró el pangolín… En fin, una investigación minuciosa, pero si la suerte le acompaña y sus laboriosas pesquisas tienen éxito, el investigador identifica un momento decisivo y significativo: el momento en que el agente patógeno infecta al paciente cero, momento que costará millones de vidas y magnitudes inmensas de dolor. Lo detecta pero ya no puede evitarlo. Es como ver a la mariposa que bate sus frágiles alas en la selva de Brasil y al mismo tiempo contemplar los efectos del tsunami que provocará al otro lado del Océano. O como estrenar un potentísimo telescopio, aplicar el ojo al ocular… y observar lejos, lejísimos, el tenue resplandor de una explosión formidable: ¡el big bang! ¡El momento en que el universo brotó de las edades oscuras cósmicas!

Del brote de ébola en 2014, el paciente cero fue un niño africano de dos años de edad a quien se le ocurrió jugar en un árbol hueco donde había una colonia de murciélagos. Y el paciente cero del VIH no está claro, acaso fue un joven cazador que, ofuscado por una gran excitación sexual, copuló con una mona, sumisa y complaciente, o a la que previamente había inmovilizado, como para repetir los ayuntamientos míticos de los dioses griegos bajo forma de toro o cisne con las reinas de la belleza humana…

La busca y hallazgo del paciente cero tiene un interés preventivo, de cara al futuro, y también un valor simbólico y narrativo. Si tenemos el origen, tenemos el porqué. Esto supone un cierto alivio porque la explicación de la plaga saca nuestros temores y pesares del terreno del sinsentido, de lo incierto y de lo ignoto, que los hace aún más tristes, más ominosos.   

En el caso del covid, los investigadores de la OMS ya manejan dos posibles “momentos big bang” de sus trabajos. O bien se tratará de un campesino que va canturreando por los campos en busca de un cordero que se le ha extraviado, entra en una gruta y dice: “Uy, qué raro, ¡cuántos murciélagos!”…

… O bien, según las últimas sospechas, en un laboratorio secreto de la ciudad de Wuhan, un físico, envuelto de la cabeza a los pies en un traje impermeable porque maneja sustancias peligrosas, le da sin querer un codazo a una probeta, que se rompe contra el suelo.

Y un empleado de limpieza que en ese momento pasaba por allí, con su escoba y su recogedor, le dice: 'Deje, deje, venelable plofesol Kung Pao, ya lo lecojo yo, Li-Chi, su segulo selvidol'.

¡Paciente cero!