Salvador Illa vuelve a ser el barón del PSOE, el presidente más español y el gobernador civil de una Cataluña domesticada. El ataque de cuernos de Puigdemont porque el president de la Generalitat no le ha ido a rendir pleitesía en su viaje a Bruselas tiene mucho de pataleta. No tuvo bastante cuando Illa dijo que le gustaría que estuviera ya en Cataluña y que le hubieran aplicado la Ley de Amnistía. Quería ver a Illa llamando a su puerta. Por suerte, el presidente catalán no lo ha hecho, y ha erizado los pelos a Puigdemont y los suyos cuando se ha visto con las autoridades europeas y con los presidentes españoles, en lenguaje juntero, de Euskadi, Navarra y Canarias. Sin olvidar que ha intervenido en el Comité de las Regiones.
Tiene guasa también que Puigdemont critique la gestión de Illa cuando él como presidente de la Generalitat simplemente no tiene gestión. Vamos, que no dio un palo al agua más allá de la algarabía constante de la independencia que nunca fue. Puigdemont sólo tiene razón en una cosa, tras su vomitada de improperios contra Illa. “No es que no toque, es que no quiere”, dijo tras constatar que no se reunirán. Pues es verdad, Illa no quiere ver a Puigdemont.
El expresident, que sigue en sus jaleos -incluidos los manejos económicos de Comín- y en cómo hacer la vida imposible a Sánchez, todavía no ha encontrado su modelo de oposición en Cataluña. En Madrid, todo sirve para hacerse valer, aunque a veces los argumentos son para sonrojarse. Según Junts, no se votó el paquete fiscal porque la enmienda registrada por los muy, muy, españoles BNG, Bildu y ERC favorecía a las eléctricas españolas y perjudicaba a la muy catalana Repsol. La explicación podría sonrojar al más duro porque Endesa, que distribuye la mayor parte de la energía en Cataluña, es una “eléctrica española”. Ciertamente, el inconsistente argumento es todavía peor cuando cualquier persona mínimamente leída sabe que Endesa, si tiene nacionalidad, es italiana.
El problema de Puigdemont y de Junts es que ante su incapacidad de hacer oposición se han atrincherado en la identidad. Su máxima crítica es dividir a los catalanes en buenos y malos. Buenos los que se pintan las cuatro barras en el pecho y malos los que defienden la transversalidad y la pluralidad. Buenos los que se llenan la boca de Cataluña, aunque en su gestión los catalanes fueron lo de menos. Puigdemont pretende convertirse en el rey de la identidad para robar la catalanidad a todos, incluidos los de ERC -sólo faltaría-, y evitar que la pureza de la raza le sea birlada por el neofascismo de Aliança Catalana.
Junts se refugia en la cuestión identitaria porque precisamente le falta identidad para hacer oposición. Esquerra está noqueada y no esperen nada hasta su congreso el próximo sábado; los Comunes están groguis tras la marcha -poco triunfal, por cierto- de Ada Colau; los populares siguen con un líder interino como Alejandro Fernández, del que Feijóo no se fía, y la extrema derecha española o catalana están en su rincón esperando su momento. Sería un momento idóneo para que Junts sacara músculo y marcara perfil propio, pero no tiene ni músculo ni perfil más allá de envolverse en la bandera. Ya sea en Cataluña, ya sea en Barcelona, donde siguen vagando como pollo sin cabeza.
El Gobierno de Illa es débil, y el president lo sabe, pero con una oposición de tan bajo nivel que sólo recurre a la constante pataleta, la legislatura puede ser larga, y los 100 días de hoy pueden ser muchos más. Dos claves. La más importante, que ERC ponga orden interno. Junqueras parece que se hará con el mando. Y otra no menor, que los Comunes se dejen de veleidades y se pongan la ropa de faena. Si Illa consigue ligar esta mayonesa, la identidad que defiende Puigdemont será un sueño onírico para unos pocos. Para la mayoría será que con Illa, Cataluña ha vuelto. A Puigdemont sólo le quedarán las rabietas.