Lamentablemente la reacción del PSOE ante el escándalo del caso Koldo ha sido la esperada: “Y tú más”. Es sobradamente conocida la táctica de poner en marcha el ventilador para repartir toda la porquería, la propia y la ajena. De ese modo se intenta disolver el enorme volumen de lo destapado y, de paso, se salpica todo lo posible al adversario político al recordar sus recientes casos de corrupción, hayan sido investigados, archivados, enjuiciados y sentenciados, o no. Todo vale.
Los socialistas casi han conseguido que la opinión pública empiece a olvidar el escándalo de los ERE en Andalucía y los 800 millones malversados y aún por devolver. Incluso, Sánchez y su aparato de propaganda está intentando que la ciudadanía digiera que la corrupción nacionalista durante el procés sea considerada peccata minuta. Ni el fraude millonario de la telaraña de las embajadas, ni la multiplicación de puestos para trabajar sólo en beneficio de la independencia, ni la organización de los referéndums ilegales, ni tantos otros millonarios pagos irregulares con dinero público fueron ni serán delito.
La estrategia socialista de esconder tantas vergüenzas –propias y ajenas– debajo de las alfombras es ya un relativo éxito, gracias a la complicidad de la autodenominada progresía política de este país, ultras nacionalistas incluidos. Después de tantas horas de trabajo dedicadas a enmascarar con la amnistía la corrupción y la delincuencia de otros, a Sánchez le estalla en su propia casa un enorme caso de mascarillas. No se lo merece. De la noche a la mañana su gestión ha mutado en una gran flatulencia.
Pinta mal, muy mal para el PSOE. Las arcadas del aparato del partido empiezan a ser espasmódicas. Se debe toser para esconder un pedo, decía Erasmo. A los simpatizantes no se les escucha ni toser, su silencio es tan clamoroso que se puede hasta tocar. Mientras, los militantes hacen todo lo que pueden para tapar el desagradable ruido de la náusea y del incontenible pedorreo de sus dirigentes y grupo parlamentario. Y, por si no fuera poco tanto ruido escatológico, al superministro Bolaños se le ocurre decir, con voz aflautada y chillona, que le repugna toda corrupción. La respuesta de la oposición fue hilarante por evidente: a Bolaños le repugna su propio partido. De vergüenza ajena ha sido también la selecta memoria de Pilar Alegría a la hora de citar los últimos casos de políticos vinculados a casos de corrupción. Ni se acordó de los ERE andaluces.
Sabido es que hay muchas maneras de arrojar por la boca lo que se contiene en el estómago. La más peligrosa es potar hacia arriba por el riesgo de asfixia y muerte. El PSOE ha evitado ese desenlace al haber rápidamente volteado su cuerpo, mientras el exministro Ábalos anuncia que marcha al Grupo Mixto. De momento, el PSOE vomita de lado. Puede ser otro episodio pasajero de corrupción, amnistiable incluso, pero tanta acumulación vomitiva puede tener otros efectos inmediatos. El PP pagó con la pérdida del Gobierno sus escándalos, ¿será Sánchez capaz de frenar la caída libre de su partido? Y mientras el vómito se convierte en instrumento político, el fracaso de la democracia parlamentaria se está fraguando con la misma naturalidad con la que se asume tanta corrupción y robo de la cosa pública. Ya tiene Sánchez otra gesta por la que pasar a la historia.