Ya era hora de que el mundo nos mirara, ya nos prometían tal cosa en los inicios del procés y hemos tenido que esperar siete años para que sea verdad. Por fin. Sesudos periódicos e incluso una comisión del Parlamento Europeo se han fijado en Cataluña como ejemplo de lo mal que se pueden hacer las cosas cuando se prima la lengua sobre el conocimiento. Nos miran con auténtico detenimiento, e incluso con estupor, pero nos miran, que es lo que cuenta. En un futuro cercano, los países en los cuales conviven varias lenguas -es decir, prácticamente todos los del mundo- podrán estudiar el ejemplo de Cataluña para saber exactamente lo que no deben hacer, a menos que pretendan convertir también a sus jóvenes estudiantes en el hazmerreír del continente, por ser los más atrasados. Probablemente sea esta la primera vez en la historia de la humanidad que Cataluña sirve de ejemplo de algo, lo cual es motivo de celebración.
- ¿Cómo evitar que nuestros estudiantes sean unos imbéciles?- se preguntarán los responsables de educación de cualquier rincón del mundo, tal vez de una tribu del África más profunda.
Y entonces alguien mostrará recortes de prensa de The Economist o conclusiones de una comisión del Parlamento Europeo en los que quedará claro que el sistema de inmersión monolingüe que se llevó a cabo una vez en Cataluña puso a sus escolares a la cola del mundo. Con no hacer lo mismo que hemos hecho nosotros, en aquella tribu africana van a avanzar mucho. Por lo menos se situarán por delante de Cataluña, aunque eso no tenga absolutamente ningún mérito.
Por supuesto, la reacción en Cataluña ante esas evidencias ha sido la de protestar, asegurando que ni la prensa europea ni las comisiones del Parlamento Europeo saben de lo que hablan, en Europa son tontos, los listos somos nosotros, que hemos conseguido situar nuestra escuela en el último vagón del tren de la enseñanza. Es sabido que quien critica cualquier medida que se haya tomado en Cataluña -lingüística, económica, política o de enseñanza, tanto da- lo hace movido por oscuros intereses. Eso, si no es fascista directamente. Europa nos gusta sólo si nos da la razón -por ejemplo, cuando admite que Puigdemont ande por Estrasburgo y Bruselas haciendo el zángano-, pero cuando no nos la da, entonces es una organización arcaica, conservadora y que no tiene ni zorra idea de nada, qué va a saber Europa.
Que Cataluña saque peores resultados en las pruebas PISA que el resto de regiones españolas y europeas debería hacernos indagar en las causas. Una de las posibles es que los niños catalanes sean más burros que los del resto de España, pero la verdad es que, mal que pese a los independentistas, un niño catalán no se diferencia genéticamente en nada de uno de Extremadura, por tanto las causas tienen que ser otras. ¿Qué lleva a cabo la escuela catalana que no hagan las del resto de España, cuál es el factor diferencial? Pues la inmersión, ni más ni menos. A conclusión tan simple son incapaces de llegar los políticos catalanes, aunque por suerte, parece que en el extranjero ven las cosas más claras.
Lo más curioso es que con la famosa inmersión -para mantener la cual no han dudado en enfrentarse a la justicia ni en marginar familias y a pobres niños- ni siquiera han conseguido que el catalán esté más presente que nunca en las escuelas y en las calles. Todo lo contrario, está cada vez más ausente, los jóvenes prefieren el castellano puesto que -por algo son jóvenes-, hacen lo contrario de lo que se les intenta obligar. La conclusión es que nuestros responsables políticos primaron la lengua por encima del conocimiento, y al final se cargaron la lengua y el conocimiento. Realmente, nos merecemos que el mundo nos mire.