El debate lingüístico es tan cansino como exasperante porque los defensores del “solo en catalán” fuerzan a que la sociedad se instale en la disyuntiva del “todo o nada”, es decir, a que para promocionar el uso de la lengua catalana haya que optar por un modelo de exclusión del castellano, cuya presencia en la escuela y la Administración resulta intolerable desde esa lógica. Nada menos que una amenaza para la supervivencia del catalán. La polémica sobre la inmersión ha vuelto estos días a la actualidad a partir de unos datos preeliminares del Consell d’Avaluació de Catalunya que indicarían una caída drástica del uso del catalán en las aulas entre 2006 y 2021. El Govern ha utilizado unas cifras, que todavía no se han hecho públicas, para anunciar una campaña de endurecimiento de la llamada inmersión lingüística escolar. En la rueda de prensa ofrecida por la consejera de Cultura, Natàlia Garriga, y el consejero de Educación, Josep González-Cambray, la iniciativa se justificaría a partir de la pérdida de la posición hegemónica del catalán en tres ámbitos: lengua en la que los estudiantes se dirigen al profesorado, lengua que utilizan en las actividades de grupo e incluso lengua en la que el propio profesorado se dirige a los alumnos. Es evidente que todas esas son situaciones difíciles de medir, por lo que cualquier dato hay que tomarlo siempre con mucha cautela. En cualquier caso, aunque respondieran a una cierta realidad, lo que pondría de manifiesto es el fracaso de la llamada inmersión. El problema es que en la inmersión todo es mentira, desde su nombre, pasando por el origen hasta su utilidad y razón de ser.
En la inmersión todo es mentira porque, para empezar, no figura en ninguna ley, pues sería inconstitucional si por inmersión entendemos la exclusión del castellano como lengua vehicular. Legalmente, en la teoría, lo que tenemos en Cataluña es un sistema de conjunción lingüística entre ambas lenguas, si bien el catalán está legitimado para ser el centro de gravedad del sistema educativo, pero sin llegar a excluir al castellano en la docencia. La inmersión la aplican libérrimamente las escuelas a partir de los proyectos educativos de centro, que son declarados ilegales por el TSJC cuando una familia interpone un recurso en el que exige que su hijo pueda hacer un mínimo del 25% de las asignaturas en castellano. La Asamblea por una Escuela Bilingüe (AEB) lleva a cabo un trabajo muy meritorio a favor del respeto a los derechos lingüísticos y a la Generalitat le revienta que la justicia de siempre la razón a la entidad que preside Ana Losada.
En la inmersión todo es mentira porque es falso que fuera el modelo que se decidió al principio del autogobierno, en la década de los 80. Una cosa fue la normalización de la lengua catalana, que a la salida del franquismo vivía ciertamente una situación delicada, y otra la inmersión, que no llegó hasta más tarde, y que fue resultado de la hegemonía del nacionalismo pujolista, cuya victoria ideológica fagocitó al catalanismo de la Transición. Como modelo lingüístico escolar se empezó a experimentar en algunos barrios del área metropolitana, lo cual podía tener sentido durante un tiempo, y luego se extendió a todas partes con la voluntad de que fuera ya para siempre, convirtiéndose en un dogma de fe, como algo que garantizaba la cohesión y el éxito. Esa graduación, esa evolución paulatina, hace que mucha gente se confunda y crea que la inmersión sobre la que se discute desde hace unos años existió desde el principio y que la querían tanto el PSC como el PSUC, lo cual es mentira.
En la inmersión todo es mentira porque el nombre no describe su naturaleza en Cataluña. La inmersión la hacen aquellos alumnos cuya lengua familiar es diferente al catalán, pero los catalanohablantes lo que reciben es educación monolingüe. ¿Una escuela con solo una lengua vehicular en el marco de una sociedad bilingüe como la catalana es el modelo más óptimo de enseñanza? Es evidente que no y, en realidad, por eso las propias elites nacionalistas llevan a sus hijos a centros trilingües o a escuelas donde hacen inmersión en inglés, francés, italiano o alemán. La “escola catalana en llengua i continguts” que propugnan plataformas como Som Escola o Plataforma per la Llengua es para el resto, para nacionalizar a la mayoría de la sociedad y crear muros identitarios de separación entre Cataluña y el resto de España. Otra cosa es que los problemas que afronta la escuela son de tal magnitud en muchos barrios que el profesorado tiene otras prioridades. La dura realidad del fracaso educativo orilla los propósitos de los ideólogos de la inmersión, aunque fue útil en los años álgidos del procés, con un cuerpo docente que hizo a veces de propagandista de la causa separatista.
En la inmersión todo es mentira porque evidentemente no permite la comparación con el conocimiento que tienen de castellano en otras comunidades autónomas y, pese a ello, desde la Generalitat se afirma que los jóvenes catalanes salen con un mejor dominio de la lengua de Cervantes que la medía española. En la inmersión todo es mentira porque ahora sus defensores dicen que no se aplica, que en muchas escuelas se hace más castellano del que se anuncia y que nada es lo que parece. Frente a ello hay dos respuestas. La primera sería revisarla para adoptar un modelo “flexible”, es decir, con castellano en algunas asignaturas. Eso ya no sería inmersión, claro está, pero como el nombre se ha convertido en un fetiche, si tanto les gusta, podrían seguir llamándole así. Sería otro autoengaño, que a algunos catalanes parece que le gusta. En cualquier caso, eso permitiría que los centros educativos modularan a la carta, más catalán o más castellano en función de la zona y los proyectos de cada escuela junto a más inglés o una cuarta lengua. La segunda sería redoblar la inmersión dogmática, dura, justamente lo que se propone ahora el Govern y ERC, enviando espías a las escuelas e incluso a los patios, con denuncias y llamadas retóricas a la desobediencia. Una forma de alimentar el fuego nacionalista ahora que ya no hay presos.
Ahora bien, es innegable que la lengua catalana se enfrenta a retos sociales importantes, y que objetivamente tiene dificultades en el terreno audiovisual, pero el nacionalismo opta por combinar la mentira con lo fácil. Los problemas del catalán no están en la escuela, donde más bien habría que normalizar la presencia del castellano. Radicalizando una inmersión fracasada e inútil solo logrará hacer antipática e inquisitorial a la lengua que busca proteger.