Estos días, no pocos progresistas e independentistas andan alterados por la posible llegada de Vox al Gobierno; por ello, demandan un amplio acuerdo para impedirlo, lo que viene a llamarse un cordón sanitario. Una expresión que procede de la política francesa en la que, desde hace ya más de una elección presidencial, se llama a rebato a todos los partidos para evitar el acceso de Le Pen al Elíseo.
Si tan grave es la amenaza, y lo es, deberíamos preguntarnos cómo hemos llegado a tal punto pues, además, el rechazo al inmigrante no es el gran argumento de Vox, a diferencia de lo que sucede en otros países europeos donde, desde mucho antes de la aparición de Abascal, ya se habían consolidado partidos de ultraderecha sustentados en el rechazo al otro.
Lo primero es empezar por atender las diáfanas lecciones de la historia: sacudidas como la crisis financiera de 2008 no son nada sencillas de reconducir y acaban por fracturar la sociedad y diezmar la política tradicional. Así ha sucedido en episodios previos, en que las fuerzas de la globalización y la revolución tecnológica rompen viejos equilibrios y se sitúan por encima de los marcos regulatorios. Ante tal desconcierto, con los partidos de izquierda incapaces de enmendar el entuerto y los liberal-conservadores haciendo suyo buena parte del discurso ultra, los ciudadanos buscan refugio en las fuerzas reaccionarias y radicales que les prometen, aun de manera fantasiosa, recuperar un mundo perdido.
Así ha vuelto a suceder y en ello estamos. Pero, además, se han añadido dos dinámicas que favorecen aún más a nuestra extrema derecha. De una parte, el sinsentido del procés y el menosprecio sistemático de parte del independentismo a todo lo que pudiera sonar a español; como era de prever, ha provocado una reacción en sentido inverso. De otra, las exageraciones de los de Pablo Iglesias, con Irene Montero y Ione Belarra al frente, que al priorizar iniciativas como las leyes trans o solo sí es sí, mal diseñadas y peor tramitadas, desorientan a la ciudadanía, que espera de la izquierda respuestas a su difícil día a día.
En cualquier caso, ya es tarde para rectificar y las elecciones del 23 de julio dibujarán un nuevo parlamento, en el que la derecha radical puede resultar determinante. Pero, por lo menos, sería de agradecer que quienes tanto han contribuido al éxito de Vox, dejaran de desgañitarse apelando a la sensatez ciudadana para aparcarles. Para insensatez la suya, ilustres liberales, progresistas e independentistas.