No creo que al ciudadano medio le agrade especialmente que sus representantes políticos se tiren del moño en público, exteriorizando el asco mutuo que se profesan. Lamentablemente, hace tiempo que eso es en España moneda común, pues hasta el Parlamento de la nación se ha convertido en algo muy parecido al plató de Sálvame Deluxe y son comunes en él los improperios, las faltas de respeto y las salidas de pata de banco. En ese sentido, la tangana del otro día en Madrid, durante las celebraciones del 2 de mayo, son una muestra más de la degradación del sentido institucional y de la tendencia de nuestros mandamases políticos a la bronca de corrala. Me refiero, claro está, al espectáculo que nos ofrecieron el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, y la jefa de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. No es que me las quiera dar de equidistante —nunca le he visto la gracia al PP y no se la veo al actual PSOE—, pero yo diría que ambos se lucieron con su respectiva actitud por un quítame allá esa tribuna.

Es cierto que a Bolaños no lo habían invitado a la zona vip del asunto, pero también lo es que Díaz Ayuso adoptó una actitud chulesca y pueril ante la indeseada presencia del ministro en el acto de marras. En las redes sociales, la parroquia se ha dividido ipso facto entre los fans del PSOE y los del PP. Para los primeros, es intolerable impedir el acceso a la zona noble de lo que sea a un ministro del Gobierno de España; para los segundos, Díaz Ayuso hizo tan santamente al darle con la puerta en las narices al intruso (delegando, eso sí, en la pobre responsable de protocolo, obligada a ejercer prácticamente de agente antidisturbios). Yo creo que tanto Bolaños como Díaz Ayuso quedaron como unos gañanes, pero, a riesgo de ser acusado de sanchista (¡lo que me faltaba, teniendo en cuenta que no lo soporto!), me temo que la actitud de la presidenta madrileña es algo más censurable que la del señor ministro, por lo que tiene de usurpación de una fiesta que, en teoría, pertenece a todos los madrileños, incluido Bolaños, por mal que le caiga.

Sí, puede que el menistro hiciera mal presentándose en un guateque al que no lo habían invitado. Y que manifestara cierta prepotencia al hacerlo. Pero dar instrucciones para que le cierren el paso a la zona vip, mientras tú llenas esa zona de gente de tu partido que, desde un punto de vista jerárquico, está por debajo de un alto cargo español revela una actitud de niña de colegio de monjas con muy mala uva a la que se ha puesto al frente de un acto escolar y aprovecha para humillar a las compañeras que le caen gordas. Confundir el día de la comunidad que presides con una fiesta particular no parece lo más adecuado para que haya paz en el ambiente. Más bien se trata de continuar con la bronca permanente en un nuevo entorno. Aunque a la señora Díaz Ayuso no le guste, Félix Bolaños es un alto cargo del Gobierno español, y si a pesar de no haber sido invitado a la fiesta, se empeña en colarse, tampoco cuesta nada, aunque solo sea para disimular ante los españoles, hacerle un sitio en la tribuna de marras, donde siempre se le pueden atizar patadas en la espinilla fuera de cuadro.

Resulta curioso que, aparte de los forofos del PP en Facebook, el primero en solidarizarse con Díaz Ayuso haya sido Carles Puigdemont, como si pensara que la enemiga de su enemigo, esa señora tan castiza que, para las ocasiones, luce una vistosa epaulette de torero, es su amiga. Pero no es de extrañar. A fin de cuentas, la peculiar actitud de la señora Díaz Ayuso tiene sus precedentes en la Cataluña procesista, donde se ha instalado la costumbre de hacerle un feo al presidente del Gobierno o al Rey de España cada vez que alguno de ellos se deja caer por Barcelona a inaugurar algo. En ese momento, como todos sabemos, el presidente de la Generalitat y la alcaldesa de Barcelona desaparecen a la hora de recibirlos (que les den a las obligaciones del cargo) y luego, cuando el hambre aprieta, se sientan a la mesa con el objeto de su desaprobación porque la hora de cenar es sagrada. Si esa actitud a la catalana resulta lamentable, por grosera e infantil, lo mismo puede decirse de la de Díaz Ayuso en el episodio con su detestado Bolaños. Por mal que le caiga, la presidenta debería reconocer que hay una jerarquía, unos niveles de mando y unas normas de conducta que hay que respetar. Y de la misma manera que si viene el Rey a Barcelona, te jorobas por muy lazi o muy republicano que seas y te presentas en el besamanos (en vez de irte a dar una vuelta y aparecer cuando sirven la sopa), si eres la presidenta de una comunidad autónoma, también te jorobas y reconoces que la autoridad estatal está por encima de la tuya. Normas tan sencillas deberían regir para todo el mundo, y su aplicación debería estar mucho más vigilada. Mal andamos si las malas costumbres de los (supuestos) disidentes catalanes devienen moneda común en el resto de comunidades españolas, empezando por aquella en la que se aloja la capital de la nación.

Mal hizo Bolaños presentándose en un evento al que no había sido invitado. Pero peor se comportó Díaz Ayuso con su actitud entre levantisca y chinchosa. Que no se queje ahora si le cae encima la indeseada solidaridad del funesto Hombre del Maletero. Aunque si de lo que se trata es de que toda España parezca el Sálvame Deluxe, adelante con los faroles.