El cómico y empresario Toni Soler, junto con su secuaz el presentador Jair Domínguez, han protagonizado la actualidad informativa de estos días por su bochornoso programa Està Passant, que TV3 emitió en vísperas de Semana Santa. En él se hizo escarnio de la Virgen del Rocío, se ofendió a la religión católica y se ridiculizó a los andaluces con mofas de claros tintes racistas.
Tal emisión provocó un alud de protestas en toda la península, pero Toni y Jair insistieron en sus injurias y continuaron propinando su insultante matraca. El deplorable espectáculo que perpetra ese dúo de titiriteros encierra una nota especialmente vergonzosa. La de que está financiado con fondos públicos, aportados por el conjunto de los contribuyentes de Cataluña.
A todo esto, ¿qué dicen los mandarines de TV3 sobre el episodio? Su jefe supremo Sigfrid Gras, nombrado por ERC, no ha abierto la boca y hasta el día de hoy observa un silencio sepulcral. Según la versión de los medios oficiales, la parodia de marras es un “síntoma de la calidad democrática” imperante en los aledaños del Govern, y viva la Pepa.
Hasta cierto punto es comprensible la obcecación de Soler por defender con uñas y dientes sus excrecencias radiadas, pues con ello no hace otra cosa que proteger su peculio personal y tratar de engordarlo con la máxima rapidez posible.
Es harto sabido que los negocios del periodista con TV3 constituyen para él un confortable modus vivendi que ya perdura cerca de dos décadas. Durante tan dilatado periodo, su productora Minoria Absoluta facturó a la televisión autonómica sumas ingentes, sobre todo por los programas Polònia y Està Passant. En conjunto, se embolsó alrededor de 130 millones de euros. Sólo el año pasado, giró a “la nostra” 5,6 millones.
Gracias a la sopa boba de la tele, el artista ha amasado un patrimonio privado que se estima superior a los 10 millones.
Soler es un acérrimo independentista. Tiene por costumbre ametrallar con invectivas en las redes sociales a todo lo que huela a español. Sin embargo, cuando la “bossa sona”, arrumba sus principios a la cuneta. De modo que no le ha hecho ascos a trabajar también, tanto para RTVE como para el Ministerio de Cultura, con devengo de las correspondientes mamandurrias.
Se trata sin duda de uno de los personajes más avispados que mangonean en el extenso y generoso sector público de Cataluña. Está dotado de un fino instinto para aprovechar en beneficio propio el funcionamiento de las altas instancias administrativas de estos páramos. El separatismo ha devenido casi un credo, a cuya sombra un tropel de espabilados mercadea obscenamente.
Minoria Absoluta vive desde hace casi 20 años enchufada a la ubre de la cadena pública. Gracias a ese cordón umbilical, entre el 80% y el 90% de sus ingresos han provenido del consorcio mediático del Govern.
Las chulescas parodias de Està Passant no son sino una muestra más de la pavorosa degradación en que se han sumido los medios de agitación y propaganda de la Generalitat. A estas alturas de la película parece bastante claro que la sangre de las irreverencias de Soler no llegará al río y que éste podrá dormir a pierna suelta.
En la Cataluña actual rige la siniestra ley del embudo, la que para sí pone lo ancho y para los otros, lo angosto. Los secesionistas disfrutan de carta blanca para dar rienda suelta a todo tipo de desmanes.
En cambio, quienes osen abrir la boca para llevarles la contraria, son laminados de forma implacable. El escándalo de la enfermera gaditana expulsada del hospital Vall d’Hebron, lapidada en la plaza pública por el Govern y desterrada de Cataluña, es un ejemplo palmario del despotismo mafioso que campa a sus anchas por nuestras latitudes.